Hablar de cambiar la “mentalidad” en un país como Argentina implica incursionar en dimensiones históricas, culturales, institucionales y comunicacionales. No se trata solo de modificar comportamientos individuales, sino de transformar incentivos, reglas y narrativas colectivas que condicionan cómo se hace política y cómo se ejerce la ciudadanía. Cualquier reflexión sobre este tema debe partir de una postura neutral: reconocer de dónde venimos —la impronta del peronismo, la tradición radical, los diversos aportes de la inmigración y las olas sociales— y, al mismo tiempo, entender que esos orígenes pueden convivir con prácticas democráticas sanas o con dinámicas que facilitan la polarización y la concentración de poder.

El desafío es doble: mejorar la calidad de la comunicación política para facilitar acuerdos y convivencia plural, y al mismo tiempo construir salvaguardas institucionales y culturales que eviten la deriva hacia formas autoritarias. A continuación propongo un diagnóstico reflexivo y una serie de estrategias prácticas y respetuosas de la diversidad ideológica, orientadas a avanzar políticamente sin renunciar a la democracia.

Diagnóstico: en qué consiste “la mentalidad” que hay que modificar

1.  Identidad política como herencia emocional: En Argentina, la política no es solamente programa técnico: es identidad, pertenencia y emoción. El peronismo y el radicalismo no son solo etiquetas programáticas sino familias políticas con memoria colectiva, rituales y clientes. Esa identidad fortalece la participación, pero también puede consolidar lealtades incondicionales y cerrar la puerta al diálogo crítico.
2.  Polarización y tribalismo: Las identidades fuertes se traducen a menudo en una política binaria: amigos/enemigos, “nosotros”/“ellos”. La polarización dificulta el consenso y convierte las instituciones en botín, más que en espacios de mediación.
3.  Personalismo y clientelismo: La figura carismática y la relación directa con el electorado pueden crear redes de dependencia que priorizan la lealtad personal sobre la eficacia institucional. Esto erosiona la meritocracia en el Estado y promueve prácticas clientelares.
4.  Desconfianza hacia las instituciones: La alternancia errática, las crisis económicas recurrentes y episodios de impunidad alimentan la desconfianza. Cuando la gente no cree en el sistema, se abre la puerta a soluciones “fuertes” que prometen resultados rápidos a costa de garantías democráticas.
5.  Comunicación mediática polarizada: Medios, redes sociales y líderes políticos a menudo reproducen enfoques simplistas y conflictivos. La economía de la atención premia la provocación y dificulta la deliberación serena.
6.  Déficits en educación cívica y pensamiento crítico: Sin herramientas para evaluar propuestas públicas, la ciudadanía puede caer en simplificaciones, eslóganes o narrativas conspirativas.

Cómo mejorar la comunicación política para avanzar sin caer en autoritarismos

1.  Priorizar la claridad en lugar del show

•   Mensajes públicos que expliquen problemas y soluciones con datos verificables, plazos y costos. La claridad reduce la desconfianza y el rumor.
•   Evitar la teatralidad constante: los símbolos y las demostraciones de fuerza pueden tener eficacia política, pero su uso permanente erosiona la cultura del debate racional.

1.  Incentivar la discusión pública basada en evidencias

•   Promover comisiones técnicas independientes sobre temas complejos (economía, salud, justicia) cuyos informes sirvan como base para la discusión legislativa y mediática.
•   Impulsar la colaboración entre académicos, técnicos y representantes de la sociedad civil para legitimar soluciones consensuadas.

1.  Fomentar espacios deliberativos locales y digitales

•   Audiencias públicas, presupuestos participativos municipales, asambleas territoriales y jurados ciudadanos son herramientas para decentralizar la deliberación y dar voz a sectores que a menudo se sienten excluidos.
•   Plataformas digitales públicas que permitan seguimiento de proyectos, presentación de iniciativas y votación consultiva con seguridad y transparencia.

1.  Reformar el lenguaje político

•   Promover códigos de comunicación que limiten el insulto sistemático, la descalificación de adversarios y la difusión de informaciones sin verificación.
•   Capacitar a dirigentes en comunicación empática y explicativa: hablar de problemas reales (empleo, salud, seguridad) con propuestas concretas y realizables.

1.  Fortalecer la pluralidad en los medios

•   Garantizar, mediante regulación transparente y criterios de competencia, acceso equitativo a espacios informativos (evitando censuras, pero limitando concentración).
•   Impulsar medios públicos profesionales e independientes que ofrezcan periodismo de servicio público, y apoyar a medios locales y comunitarios que reflejen pluralidad territorial.

1.  Educación mediática y pensamiento crítico

•   Programas para enseñar a las personas a identificar noticias falsas, entender sesgos algorítmicos y valorar fuentes confiables.
•   Introducir en la escuela secundaria y en la formación ciudadana módulos de deliberación pública y resolución de conflictos.

Cómo prevenir la deriva autoritaria: salvaguardas institucionales y culturales

1.  Reforzar la independencia judicial y controles efectivos

•   Procesos transparentes y meritocráticos para designaciones judiciales, con participación de múltiples actores y requisitos claros de idoneidad.
•   Mecanismos de control y sanción para magistrados que no respeten la ley, evitando al mismo tiempo la instrumentalización política de la justicia.

1.  Garantizar la autonomía de los organismos electorales y de control

•   Instituciones encargadas de organizar elecciones, fiscalizar financiamiento político y controlar el gasto público deben tener autonomía real, presupuesto propio y mecanismos de protección frente a injerencias políticas.

1.  Transparencia y acceso a la información

•   Leyes robustas de acceso a la información pública, portales de datos abiertos sobre presupuesto, contratos y obras públicas, y sanciones claras por opacidad y corrupción.
•   Cultura institucional que premie la transparencia: funcionarios con declaraciones juradas accesibles, auditorías públicas periódicas.

1.  Fortalecimiento de la sociedad civil y de los contrapesos

•   ONG, sindicatos, universidades, cámaras empresarias y asociaciones vecinales deben encontrar espacios de interlocución real y recursos para fiscalizar políticas públicas.
•   Sistemas de denuncia y protección para defensores de derechos humanos, periodistas e investigadores.

1.  Profesionalización del Estado

•   Carrera administrativa basada en mérito, con concursos transparentes, estabilidad y evaluación por desempeño. Esto reduce la tentación de “repartir” cargos políticos y fortalece la continuidad del Estado.

1.  Límites institucionales a poderes excepcionales

•   Reglamentar el uso de estados de excepción y emergencias con límites temporales, control parlamentario y revisión judicial. Evitar vaguedades que permitan la concentración indefinida de poder.

1.  Reforma política: incentivos para coaliciones y diálogo

•   Sistemas electorales y de financiamiento que incentiven la formación de mayorías negociadas y desalienten la lógica del “todo o nada”.
•   Fortalecer la democracia interna de los partidos: primarias obligatorias y transparentes, reglas internas que limiten el personalismo y fomenten la renovación.

Estrategias concretas a corto, mediano y largo plazo

Corto plazo (1–2 años)

•   Blindaje de procesos electorales: garantizar transparencia en listas, fiscalización ciudadana y seguridad jurídica para la competencia política.
•   Programas de fact-checking y alfabetización mediática dependientes de universidades y ONG para contrarrestar desinformación.
•   Lanzamiento de plataformas públicas de acceso a datos básicos de gestión (presupuesto, contrataciones).

Mediano plazo (3–6 años)

•   Reforma del financiamiento de campañas: límites claros, transparencia en aportes y sanciones efectivas.
•   Avances en la profesionalización de la administración pública y en la carrera de funcionarios.
•   Desarrollo de programas educativos de civismo y deliberación en la secundaria y formación continua para dirigentes sociales.

Largo plazo (7–15 años)

•   Consolidación de mecanismos deliberativos permanentes (consejos económicos y sociales, jurados ciudadanos) para grandes decisiones de Estado.
•   Cambio cultural: normalizar la alternancia como práctica civilizada y la crítica como elemento constructivo, no destructivo.
•   Construir una memoria política compartida que integre heridas del pasado con verdad y reparación, sin instrumentalizar los relatos históricos.

Riesgos a vigilar

1.  Normalización de la excepción: aceptar medidas extraordinarias como parte de la “normalidad” abre puertas peligrosas.
2.  Polarización económica: la crisis económica favorece atajos autoritarios si se percibe que la democracia “no entrega resultados”. En este sentido, las soluciones económicas deben ser técnicamente sólidas y comunicadas con honestidad.
3.  Captura mediática y tecnológica: el uso de bots, microsegmentación y campañas de desinformación pueden manipular la opinión pública. La respuesta es la regulación equilibrada (evitar censura) y el fortalecimiento de medios independientes.
4.  Populismos con retórica democrática: discursos que proclaman “la voz del pueblo” sin respetar contrapesos institucionales requieren atención crítica constante.

El rol de la memoria histórica: aprender sin revanchas

Reconocer el pasado no significa repetirlo. La política argentina viene con un bagaje histórico fuerte: logros sociales, momentos de autoritarismo, transiciones y resistencias. Una mentalidad democrática madura debe:

•   Aprender lecciones de episodios de quiebre institucional: cómo se erosiona un sistema paso a paso.
•   Reconocer las virtudes de las tradiciones políticas (movilización social, sensibilidad por los sectores populares) y canalizarlas en marcos institucionales que protejan derechos.
•   Construir relatos comunes que permitan convivir con la pluralidad: una historia nacional que reconozca víctimas y logros, que no busque uniformizar memorias.

Sobre el papel de los liderazgos

Los liderazgos siguen siendo relevantes, pero conviene redefinir su papel:

•   Dejar de centralizar la representación en una única figura y promover equipos técnicos robustos.
•   Fomentar liderazgos que dialoguen con la oposición y con la sociedad civil, sin verlos como enemigos.
•   Promover la rotación y renovación generacional dentro de las fuerzas políticas para evitar el estancamiento.

Conclusión: una posible hoja de ruta mental y práctica

Cambiar la “mentalidad” política argentina no es borrón y cuenta nueva. Es aceptar la complejidad de un país con fuertes identidades políticas y transformar esas identidades en fuerzas de convivencia democrática. Esto implica:

•   Mejor comunicación: basada en claridad, evidencia y deliberación.
•   Salvaguardias institucionales: judiciales, electorales, administrativos y mediáticos que protejan la competencia leal.
•   Cultura cívica renovada: educación en pensamiento crítico, participación real y respeto por las reglas.
•   Reformas que generen incentivos adecuados: financiamiento político, carrera pública, transparencia.

Ninguna de estas medidas garantiza éxitos inmediatos, y todas requieren compromisos simultáneos de actores diversos: partidos, gobiernos, tribunales, medios, ciudadanía organizada y entidades internacionales que apoyen procesos democráticos sin imponer recetas. La virtud política estará en la combinación de humildad (reconocer errores y limitaciones) y ambición (diseñar instituciones y prácticas que permitan mayor estabilidad y justicia).

Finalmente, evitar una dictadura autocrática requiere tanto límites formales —constituciones, leyes, tribunales independientes— como límites culturales: una ciudadanía activa que valore el pluralismo, una prensa libre que fiscalice y una clase política dispuesta al diálogo. Las raíces peronistas y radicales no tienen por qué ser un obstáculo: pueden ser la base para una política más plural, responsable y democrática si se orientan hacia la construcción de instituciones fuertes y una comunicación pública que privilegie la razón y la convivencia.

Deja un comentario