¿Por qué tanta soberbia en los políticos argentinos?

La percepción de que muchos políticos argentinos actúan con soberbia —desdén por la crítica, autoconfianza extrema, distancia respecto del ciudadano común— no es un fenómeno aislado ni inexplicable. Detrás de esa actitud hay una combinación de factores históricos, institucionales, culturales y personales que se retroalimentan. Este artículo intenta mapear las causas principales y ofrecer claves para entender por qué se mantiene esa imagen y qué podría ayudar a modificarla.

1.  Herencia histórica y cultura política

Argentina tiene una tradición política intensa y personalista. Desde el siglo XIX hasta el peronismo y las disputas ideológicas del siglo XX, la política fue habitualmente un campo de liderazgos carismáticos y confrontaciones fuertes. En contextos así, los líderes suelen construirse como figuras por encima de las reglas cotidianas: el valor de la decisión fuerte y visible tiende a primar sobre la negociación discreta. Esa cultura fomenta, para algunos, un estilo más altivo.
2. Ciclos de crisis y centralidad del poder
Las recurrentes crisis económicas y sociales han concentrado el poder en el Ejecutivo en muchas etapas. En momentos de emergencia se justifican medidas excepcionales y explicaciones simplificadas: el “tomar el toro por las astas” puede convertirse en soberbia cuando se construye como rasgo definitorio del liderazgo y se naturaliza la falta de contrapesos.
3. Instituciones débiles y baja accountability
Cuando los controles institucionales (independencia judicial, contralorías, parlamento fiscalizador) funcionan mal o son percibidos como capturados, la política pierde freno. La sensación de impunidad cambia incentivos: si las sanciones por errores o abusos son tardías o inexistentes, algunos políticos adoptan actitudes más confiadas e irrespetuosas hacia normas y adversarios.
4. Incentivos partidarios y clientelismo
Los sistemas políticos donde la lealtad de gestión se premia más que la eficacia generan dirigentes que anteponen la preservación del poder. El clientelismo y el reparto de recursos como forma de construir apoyo fortalecen estilos autoritarios y paternalistas: el político que “provee” se imagina dueño de la agenda y menos sujeto a escuchar.
5. Profesionalización de la política y distancia social
La existencia de una “clase política” profesional, con redes propias y ritmos distintos a los del resto de la sociedad, genera distancia. Esa separación se puede traducir en lenguaje técnico, decisiones tomadas en burbujas y, finalmente, soberbia cuando hay falta de empatía o mecanismos de retroalimentación ciudadana efectivos.
6. Medios, espectáculo y performatividad
La comunicación política contemporánea premia gestos fuertes, frases contundentes y polarización. La televisión y las redes sociales amplifican mensajes simples y confrontativos; la soberbia muchas veces funciona como performance: genera cobertura, moviliza bases y construye identidad política en un entorno mediático fragmentado y beligerante.
7. Polarización social y tribalismo
En sociedades polarizadas, la política deja de ser debate deliberativo y pasa a ser guerra por supervivencia simbólica. En ese contexto, la arrogancia del dirigente es vista por su propia base como firmeza y por la otra como soberbia. La dinámica tribal incentiva la radicalización retórica y el desprecio hacia el adversario.
8. Rasgos personales y formación política
No hay que subestimar factores psicológicos: ambición, búsqueda de estatus, narcisismo o formación en entornos donde la autoridad se impone, todo eso modela comportamientos. Además, la formación política y cívica en la dirigencia puede ser desigual; la escasa formación en ética pública y gobernanza facilita prácticas soberbias.

Consecuencias
La soberbia política erosiona la confianza ciudadana, dificulta el diálogo y empobrece la calidad de las decisiones públicas. Genera cinismo, refuerza el abstencionismo y alimenta la antipolítica. A mediano plazo, puede debilitar instituciones, polarizar más y reducir la capacidad del Estado para enfrentar desafíos complejos.

Qué podría ayudar a reducirla

•   Fortalecer contrapesos institucionales: independencia judicial, transparencia y controles robustos sobre el gasto público.
•   Promover la rendición de cuentas en tiempo real: acceso a datos, audiencias públicas, medios de verificación ciudadana.
•   Fomentar la profesionalización del Estado con concursos meritocráticos y carreras administrativas que reduzcan la dependencia de la política partidaria.
•   Incentivar la democracia interna de los partidos para que los liderazgos emergentes no se perpetúen por clientelismo.
•   Mejorar la formación cívica y ética en escuelas y en las propias fuerzas políticas; programas de liderazgo que fortalezcan la empatía y la ética pública.
•   Pluralidad mediática y regulaciones que desincentiven la espectacularización y la desinformación.
•   Espacios de deliberación y participación ciudadana que obliguen a los dirigentes a escuchar y a negociar con otros sectores.


La soberbia en la política argentina no es una simple característica individual ni un destino inevitable: es el resultado de una trama compleja de incentivos históricos, institucionales, mediáticos y personales. Cambiarla exige reformas estructurales, fortalecimiento de la sociedad civil y cambios culturales que no ocurren de la noche a la mañana, pero que son posibles si se prioriza la transparencia, la responsabilidad y la educación cívica. La política pierde cuando sus actores se alejan de la humildad; recuperarla pasa por construir líderes que entiendan que gobernar es servir, no imponerse.

Deja un comentario