Hace más de tres décadas que vivo en Austria. Mis días transcurren entre montañas, trenes puntuales y conversaciones en alemán. Pago impuestos acá, trabajo acá, me preocupo por lo que pasa acá.
Y aun así, ahí estoy: leyendo titulares de diarios argentinos, escuchando análisis, opinando mentalmente sobre decisiones que no van a modificar mi vida cotidiana.

Y cada tanto me sorprendo preguntándome:
¿por qué diantres me sigue importando la política de un lugar que dejé hace 35 años?

Con el tiempo entendí que la respuesta no es superficial. No es nostalgia tonta ni contradicción. Es algo más profundo.


1. La identidad no se muda tan fácil

Uno puede cambiar de país, de idioma, de rutinas y hasta de forma de pensar… pero la identidad no tiene pasaporte.
Hay una parte nuestra que nunca termina de emigrar. Argentina queda tatuada en la memoria emocional, y la política —para bien o para mal— fue siempre parte del paisaje.
Seguir atentos a lo que pasa es, de algún modo, mantener un puente con quien uno fue.


2. El cerebro sigue conectado a su “historia original”

El presente puede estar completamente en otro país, pero el pasado no se borra.
La política argentina formó parte de charlas familiares, discusiones entre amigos, dolores, entusiasmos, broncas y esperanzas.
Todo eso deja huella.
Seguir las noticias es una manera de respetar esa continuidad interna, esa biografía que nos habita más allá de la distancia.


3. Los afectos tiran, siempre

Aunque ya no tenga intereses concretos allá, sí tengo personas que me importan.
Y cuando alguien te importa, también te importa el contexto que lo rodea.
No hay distancia que anule eso.


4. El fenómeno universal del expatriado

No soy un caso aislado. Conozco cientos de argentinos en el exterior que siguen la política local como si fueran a votar mañana.
Emigrar no significa cortar la conexión, sino mirarla desde otra perspectiva; a veces con más distancia, y otras con más claridad.


5. La política argentina es una novela imposible de soltar

Seamos sinceros: si la política argentina fuera aburrida, quizá sería más fácil desprenderse.
Pero no. Tiene ese “realismo mágico” propio, esa mezcla de drama, comedia y sorpresa permanente que atrapa, indigna, entretiene o fascina.
Es una saga interminable… y uno se engancha.


6. Una manera de no cortar el hilo

Aunque mi vida está aquí, informarme sobre allá me mantiene un hilo invisible que todavía me une.
Tal vez no es necesidad. Tal vez es cariño.
O simplemente la certeza de que la historia de uno no se abandona, ni siquiera cuando se vive a miles de kilómetros.


En resumen

Sí, vivo en Austria desde hace 35 años.
¿Y qué? Sigo mirando la política argentina.
No porque me convenga, sino porque sigue siendo parte de mi historia.
Y la historia personal, esa que nos formó, no se deja atrás: se transforma, se estira, se hace más tenue… pero nunca desaparece del todo.

Karin Hiebaum


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