Hoy, un año después de aquel día en que preparé mi maleta rumbo al hospital, vuelvo a escribir. Recuerdo perfectamente la mezcla de nervios, esperanza y agotamiento que llevaba en el cuerpo. Estaba lista para dar un paso enorme, aunque no sabía exactamente cómo sería el camino. Solo sabía que necesitaba un cambio profundo, real, definitivo.

Hoy puedo decirlo sin titubear: ese fue el comienzo de mi renacimiento.

Un año, cuarenta kilos menos y una vida completamente distinta

He bajado 40 kilos. Y aunque el número impacta, lo verdaderamente transformador ha sido todo lo que vino detrás:
la liviandad al moverme, la energía recuperada, la claridad mental, la capacidad de mirarme al espejo sin buscar excusas ni esconderme detrás de la ropa.

Cada kilo que se fue no era solo grasa.
Eran frustraciones, silencios tragados, miedos que había normalizado, años de cargar con culpas que no eran mías.
Cada kilo perdido fue, en realidad, una liberación.

No fue fácil. Pero valió la pena.

Hubo días duros, recuperaciones lentas, momentos de duda y otros en los que el cuerpo parecía aprender a ser nuevo.
Pero también hubo descubrimientos increíbles:

  • Respirar profundo sin sentir presión.
  • Caminar sin cansancio.
  • Correr —sí, correr— sin que mi cuerpo proteste.
  • Sentir que tengo futuro, proyectos, ganas.

Aprendí a cuidarme como nunca antes. A escuchar mis señales. A reconocer cuándo mi cuerpo me habla… y obedecer.

El trabajo interior: lo que nadie ve, pero sostiene todo

El bypass gástrico fue una herramienta poderosa, pero el cambio verdadero ocurrió aquí adentro:
en mis decisiones, en mi relación con la comida, en la forma en que me trato y en cómo aprendí a acompañarme.

Mi salud mental también bajó varios kilos.
Me siento más liviana emocionalmente, más presente, más consciente.
Volví a disfrutar, a reír sin culpa, a mirarme con ternura.

Mi entorno, mi fuerza

Lobo —mi querido perro— y mi familia fueron motores silenciosos.
Volver a casa después de la operación y verlo mover la cola como si celebrara mi valentía… fue medicina pura.

Mi agradecimiento hacia quienes me acompañaron, hacia quienes me dieron ánimo cuando estaba frágil, es infinito.
La red que me sostuvo fue clave para que hoy pueda escribir con orgullo lo que soy.

Kenia: un símbolo

Hoy firmo este texto con una sonrisa.
Kenia es mi recordatorio de fuerza, de instinto, de lucha interna y externa.
Es mi manera de nombrar a la mujer que decidió renacer y se animó a cambiar su historia.

Un nuevo comienzo que continúa

Este no es el cierre del viaje: es apenas el capítulo uno de mi nueva vida.
Me siento renovada, dueña de mi cuerpo, de mis decisiones y de mis metas.
Sé que todavía queda camino por recorrer, pero hoy lo enfrento con liviandad, con valentía y con gratitud.

A quienes me acompañaron, a quienes creyeron en mí, y a quienes están empezando su propio proceso:
no están solos. Sí se puede. El renacimiento existe.

Y acá estoy, un año después, 40 kilos más liviana…
y millones de veces más fuerte.

Kenia


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