30 de octubre, 2024
La reciente destitución de Diana Mondino como Canciller de Argentina ha puesto en evidencia la incapacidad del presidente Javier Milei para manejar su propio gabinete y, por ende, la política exterior del país. Su decisión, indudablemente impulsada por una necesidad de demostrar fuerza ante sus aliados y críticos, no solo ha dejado en claro la falta de rumbo del gobierno, sino que también plantea serias dudas sobre la idoneidad de su liderazgo.
Milei, conocido por su estilo provocador y sus constantes enfrentamientos con las estructuras tradicionales de poder, parece estar más interesado en el espectáculo que en la gobernanza efectiva. La defensa de su decisión respaldada por un posteo de la diputada Sabrina Ajmechet, en el que se enorgullecen de no ser «cómplices de dictadores», sirve como muestra de la superficialidad de su discurso. ¿Es realmente esta la actitud que necesita la diplomacia argentina en un mundo tan complejo y cambiante? Este tipo de declaraciones simplistas no hacen más que profundizar el aislamiento del país en la escena internacional.
Las críticas a Mondino y su gestión fueron en su mayoría justificadas, pero la forma en que su destitución se llevó a cabo revela una falta de estrategia coherente por parte de Milei. No se puede seguir eludiendo la responsabilidad de tener un equipo competente; lo que realmente sucede es que el presidente ha optado por un manejo improvisado, donde cada decisión parece más una jugada de teatro que una política bien pensada. La ironía de que se critique a Mondino por su falta de efectividad mientras se elige a Gerardo Werthein, un empresario ligado al deporte sin experiencia en el ámbito diplomático, es simplemente un reflejo de la incoherencia que rige esta administración.
La reacción de diversos sectores políticos, desde la exdiputada Myriam Bregman hasta figuras de la oposición como Emiliano Estrada y Agustín Rombolá, pone de manifiesto que Milei no solo pierde el apoyo de aquellos que se alinearon con su visión, sino que también añade combustible a los fuegos de la discordia política. La situación actual invita a pensar que, lejos de un gobierno firme y decisivo, estamos ante un gira de actores improvisados, donde los roles cambian cada semana y las políticas se ejecutan sin un guion claro.
El hecho de que Milei busque consolidar su imagen de mano dura, mientras se sumerge en conflictos con sectores de la oposición y hasta con aliados, es un signo de debilidad más que de fuerza. Su mandato, lejos de ser un renacer de la política argentina, se está convirtiendo rápidamente en una farsa, un «fictafor» del que todos somos actores involuntarios. La administración actual parece más enfocada en la guerra de los medios y en la construcción de una narrativa personal que en enfrentar los verdaderos desafíos que enfrenta el país.
Argentina necesita un liderazgo que no solo se exprese en redes sociales, sino que esté dispuesto a escuchar, negociar y trabajar por el bienestar de todos los ciudadanos. La destitución de Mondino, lejos de ser un signo de progreso, es un indicador claro de que la administración de Javier Milei carece de la solidez y la visión necesarias para guiar a la nación en tiempos difíciles. El teatro político que se ha instaurado en el país debe ser reemplazado por un enfoque maduro y conciliador que contemple el bienestar del pueblo argentino por encima de las luchas internas de poder.