El país se encuentra sumido en una tragedia sin precedentes, con centenares de muertos y un balance que probablemente seguirá aumentando. Esta catástrofe, que ha golpeado especialmente a la Comunidad Valenciana, ha sido un duro recordatorio de las carencias de un Gobierno que se ha mostrado no solo incapaz, sino también interesado en aprovechar el dolor ajeno para fines partidistas. En lugar de una respuesta unificada y eficiente, hemos asistido a una confrontación política entre el Gobierno central y la Generalitat Valenciana, con Sánchez demostrando, una vez más, su desinterés por los intereses de los ciudadanos y su obsesión por el rédito político.
El presidente Pedro Sánchez, lejos de asumir su responsabilidad, prefirió lanzar acusaciones contra la Generalitat, minimizando la gravedad de la situación. La frase «si no tienen recursos, que los pidan» refleja con claridad su actitud: un intento de desviar la atención y un desprecio absoluto por la realidad que vivían los ciudadanos de Valencia. ¿Qué hubiera pasado si la Generalitat estuviera gobernada por sus aliados? Es fácil imaginar que la respuesta hubiera sido mucho más rápida y menos ideologizada.
Por otro lado, el ministro de Política Territorial, Ángel Víctor Torres, y la delegada del Gobierno, Pilar Bernabé, se enzarzan en una disputa sobre los tiempos de solicitud de ayuda, mientras que la Aemet, bajo el control de un gobierno socialista, cometió un error tras otro, lo que solo agravó la tragedia. Los pronósticos inexactos y las alertas mal gestionadas contribuyeron a la magnitud de los daños. Mientras tanto, la respuesta del Gobierno se centró más en atacar a la oposición que en coordinar esfuerzos para aliviar el sufrimiento de los afectados.
Lo más llamativo, sin embargo, ha sido la respuesta de las Fuerzas Armadas, que, pese a estar perfectamente preparadas para intervenir, fueron retrasadas y paralizadas por un Ministerio de Defensa incapaz de actuar con la rapidez que la situación exigía. La ministra Margarita Robles, con su habitual falta de autoridad, se mostró reacia a movilizar a los militares, incluso cuando la ayuda internacional de países como El Salvador, Argentina y Francia estaba disponible desde el primer momento. La falta de acción del Gobierno es inconcebible en una tragedia de esta magnitud.
En medio de todo esto, un Rey valiente se mostró como un verdadero líder. Frente a la cobardía del presidente Sánchez, que optó por retirarse del lugar ante los abucheos y el clamor popular, el Rey Felipe VI permaneció en la zona afectada durante más de una hora, escuchando a los ciudadanos, dándoles consuelo y mostrando una cercanía que su propio Gobierno no ha tenido. A pesar de las adversidades, la Reina también se mostró solidaria, incluso cuando sufrió un impacto de barro en su rostro. La actitud del Rey, al estar con su pueblo en su momento de mayor angustia, contrasta con la falta de carácter de un presidente que no tuvo el coraje de enfrentarse a la situación.
Este episodio pone de manifiesto una vez más que, en momentos de crisis, el liderazgo moral y la cercanía con el pueblo son esenciales. Mientras que el Gobierno de Sánchez sigue mostrando su falta de preparación y sensibilidad, el Rey, que está más allá de las mezquindades políticas, ha demostrado lo que significa ser un líder de verdad. Ante una tragedia de esta magnitud, la gente no necesita un presidente que huya de las críticas, sino un gobernante dispuesto a arriesgarse y a actuar con firmeza y responsabilidad. Desgraciadamente, parece que Sánchez prefiere eludir sus responsabilidades y esconderse detrás de la ideología, mientras que la Monarquía, al menos, está ahí para dar ejemplo y acompañar a los españoles en su dolor.