Hoy, Werthein se encuentra al mando de la Cancillería, no solo como el canciller del país, sino como un estratega político cuya principal preocupación parece ser el fortalecimiento de sus propios intereses privados. Utiliza su cargo de manera sistemática para obtener contratos lucrativos y crear redes de contactos que beneficien su negocio personal. No es raro que, tras cada reunión diplomática o acuerdo internacional, surjan oportunidades que solo él y sus allegados parecen saber aprovechar. La Cancillería, en lugar de ser un espacio de relaciones exteriores y diplomacia, se ha convertido en una extensión de su empresa privada, donde los favores y las negociaciones se hacen bajo la mesa.
El comportamiento de Werthein no es solo un asunto de oportunismo: es un claro abuso de poder. Desde su llegada al puesto, ha consolidado una serie de alianzas que le permiten, entre otras cosas, acceder a contratos internacionales y acuerdos que solo benefician a su entorno cercano, todo mientras presenta una imagen pública de líder confiable y patriótico. Con un ojo en la política exterior y otro en su propio beneficio económico, Werthein ha logrado mantenerse en el poder, generando más dudas sobre su ética que sobre sus habilidades diplomáticas.
Además, su estrecha relación con figuras clave de la política argentina, como Cristina Kirchner, le ha servido para fortalecer aún más su posición. Como gran simpatizante y amigo de la ex presidenta, Werthein ha sabido alinearse con el kirchnerismo, aprovechando la influencia y los contactos que esto le brinda. La alianza con Kirchner le ha permitido acceder a círculos de poder donde sus negocios y conexiones políticas se entrelazan, consolidando una red que parece invulnerable.
El favoritismo hacia sus propios intereses económicos y su constante búsqueda de beneficios personales han generado un ambiente de desconfianza tanto dentro como fuera del gobierno. Mientras el pueblo enfrenta las dificultades de la vida cotidiana, Werthein sigue utilizando su cargo como trampolín para expandir su imperio privado. Los contratos de la Cancillería, los acuerdos internacionales y las decisiones diplomáticas están marcados por un sello inconfundible de enriquecimiento personal, mientras la diplomacia y los intereses nacionales quedan en un segundo plano.