En el ámbito de la política internacional, la astucia, la diplomacia y el respeto mutuo son esenciales para navegar las complejidades del poder global. Sin embargo, la reciente actuación de Javier Milei, presidente de Argentina, en la cumbre del G-20 ha revelado una falta de comprensión y habilidad para abordar las relaciones internacionales, lo que pone en duda su capacidad para guiar al país en el escenario global.
Milei llegó a la cumbre del G-20 con una actitud desmedida, convencido de que su encuentro con Donald Trump lo había colocado en una posición de poder que le permitiría desafiar a los líderes mundiales. Su discurso de “tirar del mantel” parecía una apuesta por una postura confrontativa y disruptiva, pero lo que ocurrió en la práctica fue un humillante recordatorio de que la política internacional no se rige por slogans ni por retóricas vacías.
Desde el principio, las señales fueron claras. Lula da Silva, anfitrión de la cumbre, lo recibió con frialdad, lo que marcó el tono de la reunión. No solo la bienvenida fue distante, sino que dentro de la cumbre, Milei fue tratado con indiferencia, lo que lo dejó de mal humor. El gesto de no participar en la foto final con los demás mandatarios fue una muestra más de su incapacidad para manejar el protocolo y las normas no escritas que rigen la diplomacia mundial.
Un episodio particularmente revelador fue la presión de Emmanuel Macron, presidente de Francia, quien aprovechó su visita a Argentina para recordar a Milei la importancia de la memoria histórica y la reconciliación en el país. Al rendir homenaje a las monjas Alice Domon y Leonie Duquet, víctimas de la dictadura, Macron no solo hizo un gesto simbólico, sino que también envió un mensaje político claro: si Milei no apoyaba el texto preparado por Lula, Argentina quedaría aislada de las grandes potencias y sin apoyo en su negociación con el FMI. Milei, sin opciones, se vio obligado a firmar el documento, aunque lo intentó disimular con un discurso interno de disidencia. Este episodio refleja una falta de fortaleza política y una dependencia peligrosa de una postura individualista sin comprender las complejidades de la diplomacia.
El momento más revelador de su falta de visión internacional llegó cuando Gustavo Petro, presidente de Colombia, lo confrontó directamente. Petro, en una entrevista posterior, reveló cómo había tenido una acalorada discusión con Milei, cuestionando su visión del progreso humano y el papel de la competencia entre individuos. En lugar de reconocer la importancia de una política exterior que valore la cooperación internacional, Milei optó por un discurso anacrónico que no solo desconoce los principios fundamentales de la diplomacia, sino que también muestra una total desconexión con las realidades globales. La retórica de la competencia y la individualidad, tan característica de su discurso político en Argentina, es inadecuada para el contexto internacional, donde la cooperación y el entendimiento mutuo son esenciales.
Aún más desconcertante fue su reunión con Xi Jinping, presidente de China, quien le recordó a Milei que Argentina debía cumplir con los compromisos previos, como las represas en el sur del país, antes de discutir una renovación del “swap” con China. Este episodio subraya la falta de preparación y la arrogancia de Milei al abordar las relaciones con una de las potencias más grandes del mundo, sin reconocer la interdependencia económica y política que existe entre los países.
Finalmente, Giorgia Meloni, la primera ministra italiana, le dio una lección de diplomacia al explicarle que, para que Argentina tenga un papel en el futuro económico global, debía apoyar el acuerdo Mercosur-Unión Europea. Meloni le advirtió a Milei que no podía seguir alineándose con Trump en detrimento de las relaciones con Europa, una postura que podría aislar a Argentina aún más. Este consejo, basado en pragmatismo, refleja una visión mucho más madura y estratégica de la política exterior, a diferencia de la visión impulsiva y egocéntrica de Milei.
La falta de inteligencia política en estos intercambios subraya una enorme debilidad en la postura de Milei en el ámbito internacional. Su enfoque simplista y egocéntrico, centrado en posturas polarizantes y de enfrentamiento, no tiene cabida en un mundo globalizado donde las alianzas estratégicas, la negociación y la cooperación son clave para el progreso de cualquier nación. La actitud “de cabotaje” que Milei mostró en el G-20 refleja su escaso entendimiento de los principios fundamentales de la política exterior moderna y lo deja vulnerable ante las presiones internacionales.
Para liderar con éxito en el escenario global, un presidente debe ser capaz de equilibrar la firmeza con la flexibilidad, la ideología con la diplomacia, y, sobre todo, entender que la política internacional no es un campo de batalla de ego, sino un complejo entramado de intereses y relaciones que requiere astucia, respeto y la capacidad de negociar en beneficio de su país. Javier Milei, lamentablemente, parece carecer de estas cualidades fundamentales, lo que podría tener repercusiones graves para la Argentina en el futuro cercano.