
La economía y la política social son dos esferas que, aunque a menudo se perciben como separadas, están intrínsecamente interrelacionadas. La historia nos ha enseñado que las ideologías extremas, tanto de derecha como de izquierda, no han logrado ofrecer soluciones efectivas y duraderas a los problemas sociales y económicos que enfrentan las sociedades contemporáneas. En este contexto, es crucial entender cómo las divisiones en nuestras comunidades pueden obstaculizar el progreso y el bienestar colectivo.
Cada individuo se desarrolla en un contexto social único que influye en sus valores y creencias. La educación juega un papel fundamental en la formación de la sociedad, ya que los principios y valores que se enseñan impactan en la manera en que las personas interactúan y se organizan. Sin embargo, cuando la sociedad se fragmenta en bandos, como “River o Boca” o “izquierda o derecha”, se perpetúan las grietas que dificultan el diálogo y la colaboración.
En América Latina, estas divisiones parecen volverse cada vez más marcadas, y lo mismo ocurre, tristemente, en Europa. Es desconcertante observar que, a pesar de los errores del pasado, algunos académicos y líderes parecen cerrarse a la posibilidad de un intercambio constructivo de ideas, atacando a quienes piensan de manera diferente. Esta falta de apertura al diálogo no solo limita el entendimiento mutuo, sino que también impide el desarrollo de soluciones integrales a los problemas que enfrentamos.
El término “liberal” proviene de “libertad” y no debería ser reducido a una etiqueta política. En el ámbito de la economía, es fundamental entender que la Escuela Austriaca no se limita a las interpretaciones simplistas que algunos líderes políticos promueven. La economía liberal se fundamenta en la teoría de Maslow, que enfatiza la importancia de satisfacer las necesidades de los consumidores y mantener un equilibrio económico en la sociedad. En este sentido, el Estado tiene un papel esencial, interviniendo cuando el sector privado no puede hacerlo, buscando una armonía entre el capitalismo y la dependencia.
Es importante reconocer que no hay buenos ni malos en esta discusión; existen diversas ideologías que ofrecen diferentes perspectivas. Al igual que en la pedagogía, donde la combinación de distintos enfoques puede resultar en un mayor éxito, la clave está en la organización y la planificación que permitan un diálogo abierto y constructivo.
El desafío que enfrentamos hoy en día es encontrar un terreno común donde el diálogo y la colaboración puedan florecer. La historia nos ha enseñado que las divisiones extremas solo conducen a la polarización y al estancamiento. En lugar de aferrarnos a etiquetas y bandos, debemos esforzarnos por cultivar una cultura de respeto y apertura hacia las ideas de los demás. Solo así podremos construir sociedades más justas y equilibradas, donde la economía y la política social trabajen de la mano en beneficio de todos.
Que tengan un buen miércoles.
Karin S. Hiebaum
