La pregunta que planteo condensa dos tensiones reales del presente político argentino: por un lado, la búsqueda de una identidad propia —lo que podríamos llamar argentinismo—, y por otro, la capacidad de la política local para imitar o importar modelos extranjeros —lo que podríamos llamar americanismo argentino (ya sea en el sentido de una orientación hacia el modelo político-económico estadounidense o, más genéricamente, de adhesión a discursos y tácticas transnacionales). Esa tensión se potencia cuando la comunicación política recurre a técnicas de manipulación y al mesianismo personalista. Veamos por qué importa y adónde puede llevar todo eso.

1.  Argentinismo vs. “americanismo” mimético

•   Argentinismo puede entenderse como una voluntad de construir respuestas y políticas ancladas en la historia, las instituciones y las necesidades del país; no es necesariamente conservadurismo, sino la búsqueda de coherencia entre identidad, intereses y reglas compartidas.
•   El “americanismo argentino” puede interpretarse de dos maneras: a) la adhesión al modelo político-cultural de los Estados Unidos (que incluye, entre otras cosas, formas de comunicación, mercado y una derecha populista) o b) la emulación acrítica de estrategias políticas globales importadas (mensajes simplificados, técnicas de polarización, etc.). En ambos casos hay riesgo cuando la emulación sustituye a la reflexión sobre lo propio.

1.  La manipulación trumpista: tácticas y efectos

•   Las tácticas asociadas al trumpismo —especialmente el uso masivo de desinformación, la delegitimación de adversarios e instituciones, la apelación permanente al resentimiento y la construcción de enemigos— no son un simple repertorio retórico: son herramientas que erosionan la confianza social.
•   Ejemplos como la negación de resultados electorales en EE. UU., o la utilización de la mentira sistemática como método, muestran que el corto plazo político puede ganar sobre la estabilidad institucional. El costo suele pagarlo la democracia: polarización profunda, debilitamiento del estado de derecho y mayor vulnerabilidad a la violencia política.

1.  El mesianismo mileista: promesas, riesgos y seducción

•   El mesianismo consiste en presentar a un líder como la única salvación posible frente a una “catástrofe” permanente. Javier Milei ha sabido capitalizar el cansancio ante la crisis económica y la desconfianza en la política con un discurso radical, simplificador y altamente personalista.
•   Cuando las expectativas se basan en soluciones instantáneas o en la remoción de instituciones (por ejemplo, propuestas de cierre del Banco Central, dolarización abrupta o reducción drástica del Estado sin redes de contención), el riesgo es doble: el fracaso técnico de las políticas y la reacción autoritaria ante ese fracaso.
•   La seducción del mesías no es solo ideológica: es emotiva. Promete orden, orgullo y resultados rápidos. Cuando no llegan, la respuesta puede ser la radicalización o la búsqueda de atajos antidemocráticos.

1.  ¿Adónde llevan estas dinámicas?

•   A corto plazo: movilización intensa, polarización, volatilidad en los mercados y en la vida institucional.
•   A mediano plazo: debilitamiento de contrapesos (medios independientes, judicialización selectiva, pérdida de autonomía del Banco Central), erosión de la confianza social y política, y posibles contagios imitativos en la región.
•   A largo plazo: si no se corrigen, estas dinámicas pueden conducir a regresiones democráticas, mayor desigualdad y fractura social difícil de revertir.

1.  Qué puede y debe hacerse

•   Recuperar el debate racional y el pluralismo: la política necesita propuestas creíbles, datos, evaluación de impacto y capacidad técnica.
•   Fortalecer instituciones: independencia judicial, transparencia, control de los medios y reglas sólidas para los procesos electorales.
•   Educación mediática: una ciudadanía capaz de distinguir información de manipulación reduce la potencia de los discursos que apelan solo a la emoción.
•   Reformas económicas con redes de protección: los cambios necesarios deben ser previsibles y proteger a los sectores más vulnerables para evitar el desgaste social que alimenta el autoritarismo.
•   Cultura cívica: rechazo del culto al líder y promoción de la responsabilidad ciudadana; la democracia exige ciudadanía crítica, no súbditos pasivos.


La pregunta entre argentinismo y americanismo argentino no es solo semántica: es una disyuntiva sobre cómo construimos nuestras respuestas frente a la crisis. La tentación de soluciones mesiánicas y las tácticas de manipulación pueden parecer atajos eficaces, pero suelen cortar las raíces mismas que hacen posible una nación estable y próspera: instituciones fuertes, diálogo plural y confianza compartida. Si la prioridad es salvar a la república —y no solo ganar una elección— será preciso resistir la seducción de los atajos y apostar por políticas y prácticas que consoliden la vida democrática en el largo plazo.

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