
Testimonio del Dr. Francisco Fernández Ochoa, Presidente del Proyecto Liberal español PLIE
Arrancamos la semana con dos señales políticas que, leídas con atención, nos ofrecen lecciones útiles sobre la tensión entre principios liberales y la práctica de gobernar: por un lado, el impulso electoral de Javier Milei en Argentina; por otro, la maniobra de Junts en el tablero político español. Ambos episodios confluyen en una reflexión central: la libertad económica sin soberanía ni capacidad interna de generación de capital es frágil; la independencia política que prescinde de acuerdos estratégicos también puede resultar impotente.
El triunfo electoral de La Libertad Avanza es, desde la óptica liberal, motivo de esperanza y también de prudencia. Es esperanzador porque confirma que una parte significativa del electorado argentino apuesta por reformas promercado, por la apertura y por políticas destinadas a incentivar la actividad privada. Es prudente porque buena parte de esa esperanza se apoya hoy en un auxilio externo de magnitud —la línea swap y compras de divisa promovidas por Estados Unidos— más que en una recuperación organizada y sostenida desde los propios tejidos productivos y financieros del país.
Aquí reside la paradoja que conviene analizar detenidamente. El liberalismo defiende la creación de riqueza mediante incentivos, ahorro e inversión privada, mercados abiertos y respeto al Estado de Derecho. Pero esos principios requieren de instituciones estables, políticas fiscales responsables y mercados financieros domésticos capaces de canalizar el ahorro hacia la inversión productiva. Sin esas condiciones, una economía liberal puede devenir en liberalismo de bandera: reformas de apariencia, dependencia de capital extranjero de corto plazo y exposición a vaivenes geopolíticos que nada tienen que ver con los intereses nacionales.
El caso argentino —en el que peronismos sucesivos y, ahora, un gobierno libertario recurren a apoyos externos en momentos críticos— muestra que el problema no es el origen ideológico del recurso, sino la incapacidad —o la falta de tiempo y diseño— para construir estructuras internas que generen el ahorro y la confianza necesarios. Ningún préstamo, por muy generoso que sea, sustituye décadas de fallos institucionales: sistemas tributarios ineficientes, mercados laborales rígidos, evasión fiscal, debilidad de la banca y de los mercados de capital, baja productividad y una escolarización y formación técnica insuficientes para las demandas del siglo XXI.
Criticar la dependencia exterior no equivale a rechazar la cooperación internacional. Se trata de diseñar alianzas que fortalezcan la autonomía y la capacidad de acción del país receptor. La diferencia entre una política soberana y otra servil está en la estrategia: pedir crédito condicionado a programas de reforma que realmente fortalezcan la base productiva del país y a la vez diversificar socios financieros y comerciales para no quedar a merced de un solo actor.
¿Qué deberían priorizar, entonces, los liberales que gobiernan o aspiran a gobernar? Algunas ideas prácticas:
• Consolidación fiscal creíble y gradual: reformas que reduzcan déficit mediante racionalización del gasto y una reforma impositiva que amplíe la base, combata la evasión y haga el sistema más neutro y procrecimiento.
• Desarrollo de mercados de capitales locales: promover ahorro interno mediante incentivos a la inversión financiera, seguridad jurídica para inversores y menor dependencia del crédito externo.
• Reformas estructurales que eleven la productividad: educación técnica, incentivos a la I+D, simplificación regulatoria para PYMES y apertura a la competencia.
• Sistema de protección social focalizado y financiable: un liberalismo responsable debe acompañar la transición con redes que mitiguen impactos sociales y legitimen las reformas.
• Transparencia institucional y combate a la personalización del poder: la confianza es el activo más valioso para atraer ahorro y mantener la autonomía.El episodio de Juntos en España, descrito como una dosificación del apoyo al PSOE, nos recuerda otra lección: la política de pactos exige róbusta estrategia y principios claros. Mantenerse en el centro del poder sin perder credibilidad ante el propio electorado exige equilibrio entre pragmatismo y coherencia. La táctica de “poner en el congelador” no es necesariamente claudicación; puede ser una manera legítima de exigir compromisos verificables. Pero si se convierte en simple retórica para conservar ventajas, termina erosionando la confianza.
Como liberales, aspiramos a una economía que genere bienestar por sus propias fuerzas, no a un clientelismo dependiente de favores internacionales. Defender la libertad económica implica también defender la capacidad del Estado de crear condiciones para que el ahorro se movilice internamente hacia inversiones productivas. En América Latina y en Europa por igual, la receta del éxito no es el servilismo a potencias externas ni la resignación frente a modelos estatistas, sino la construcción paciente de instituciones que permitan a la sociedad, y no a los gobiernos de turno o a aliados extranjeros, decidir su destino.
Que la coyuntura política nos sirva, pues, para impulsar una versión del liberalismo que sea a la vez ambiciosa y responsable: abierta a la cooperación internacional, exigente en la defensa de la soberanía económica, y comprometida con las reformas internas capaces de convertir el crédito externo en capital duradero para la nación. Solo así la promesa de crecimiento se sostendrá más allá de los ciclos electorales y de las oportunidades geopolíticas.
Dr. Francisco Fernández Ochoa
Presidente del PLIE


