El bebé británico Alfie Evans, que se encontraba en estado terminal, murió ayer, cinco días después de ser desconectado de los equipos médicos y tras una larga batalla judicial de sus padres por lograr, en vano, prolongar el tratamiento contra la opinión de los médicos, un caso que movilizó hasta al Vaticano.
“A nuestro pequeño le crecieron las alas esta noche . Tenemos el corazón roto. Gracias a todo el mundo por su apoyo”, dijeron en Facebook Kate James y Thomas Evans, los padres del pequeño de 23 meses.
Globos, juguetes, velas y flores se acumulaban ayer frente al hospital infantil Alder Hey de Liverpool (noroeste de Inglaterra), donde Alfie había estado hospitalizado desde diciembre de 2016.
“Alfie siempre estará en nuestros corazones. Vuela alto, hombrecito”, rezaba una carta.
Por la tarde, cientos de personas soltaron globos azules y morados en un parque aledaño, convocadas por “El ejército de Alfie”, un grupo de apoyo con más de 801.000 miembros en Facebook.
El papa Francisco, que se implicó personalmente a favor del niño, lanzó varios llamados para que se lo mantuviera con vida y recibió en audiencia privada a Tom Evans, se declaró “profundamente afectado” por su muerte.
Fallos judiciales
La justicia británica había rechazado el miércoles un último recurso de James y Evans que, con el apoyo del papa Francisco y del gobierno italiano, reclamaban continuar el tratamiento de su hijo en Italia, donde los hospitales habían propuesto acogerlo.
Esta decisión puso fin a una larga batalla judicial entre los padres del menor y el equipo médico del hospital Alder Hey. Según el establecimiento médico, el bebé, nacido el 9 de mayo de 2016, sufría una patología neurodegenerativa rara y para la cual no existía tratamiento. Los médicos dijeron que era inútil seguir tratándolo porque su condición era irreversible y señalaron que debía permitírsele morir.
Pero sus padres lucharon durante meses para intentar convencer a los jueces de que les permitiesen trasladarlo al hospital infantil del Vaticano, donde podría mantenerse con vida gracias a las máquinas. Su campaña logró el respaldo de grupos cristianos, que hicieron que el caso ganara relevancia internacional, especialmente en Polonia e Italia, cuyo gobierno concedió la nacionalidad italiana a Alfie con la esperanza de facilitar su traslado.
Tanto la Alta Corte de Londres, como la Corte de Apelación y la Corte Suprema británicas se pronunciaron a favor del equipo médico. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos también rechazó la petición de los padres.
El lunes por la noche a Alfie se le retiró la respiración asistida. Pero el pequeño siguió viviendo cinco días más, lo que según su padre demostraba que su estado de salud era “significativamente mejor” de lo estimado. Y solicitaron entonces a la justicia que revisaran su posición. La Alta Corte de Mánchester volvió a rechazar su petición el martes, y luego la Alta Corte de Londres.
Ayer, los padres de Alfie afirmaron querer reconciliarse con el personal médico, violentamente atacado en las redes sociales, elogiando su “profesionalidad” y su “dignidad”. Y pidieron a los manifestantes que volvieran a sus casas.
Debate ético
Más allá del aspecto médico, el caso de Alfie planteó difíciles cuestiones éticas, como hasta dónde conviene prolongar artificialmente la vida humana.
Ocurrió en casos como el de Charlie Gard, nacido en agosto de 2016 y quien sufría una enfermedad genética rara. Murió en julio de 2017, después de que los médicos le retiraran la respiración asistida y tras cinco meses de batalla legal de los padres para que lo llevaran a EE. UU. para un tratamiento experimental. La ley británica establece que los padres “no pueden solicitar que se continúe un tratamiento particular cuando las cargas del tratamiento superan claramente los beneficios para el niño”.