Buenos Aires
“Pasada la primera semana entendimos que nuestra presencia debía responder a la demanda. Y fue así que transcurrieron éstos dos maravillosos meses acompañando a los niños en el bus que los retira de las villas para traerlos a la escuela y luego llevarlos de regreso a sus hogares.
Además, preparábamos cada día sus desayunos y sus almuerzos. La experiencia de compartir las aulas nos facilitó un acercamiento que fue más allá del idioma y nos permitió recibir la frescura, la inocencia y la espontaneidad de éstos alegres y hermosos niños africanos que nos llevaremos por siempre como abrigo de nuestras almas”.
Desde que era adolescente, Myriam Rocci (60), docente jubilada, soñaba con la posibilidad de poder realizar un viaje como voluntaria para ayudar en algún país de África. Esa pasión la compartía con María Teresa Vaccaro, amiga y colega. Sin embargo, el trabajo, la familia y diversas obligaciones de la vida cotidiana hicieron que esas ilusiones debieran esperar muchos años para poder concretarse.
Nunca es tarde
Fue hace cinco años cuando retomaron la idea en una conversación que tuvieron cuando las dos ya se habían jubilado. Y las posibilidades se fueron acercando cuando Myriam se contactó con la Fundación St. John Nursery School, que apunta a erradicar la desnutrición infantil visitando las villas y haciendo controles a los niños y a las mujeres embarazadas, la gran mayoría analfabetas, en Malawi. Además, realizan capacitaciones en el tema agricultura que, junto con la pesca, es el sostén de la población.
“Apenas hicimos el primer contacto con el Reverendo Joseph Kimu nos informó que nos esperaban con los brazos abiertos cuando decidiéramos ir. Entonces, compramos los pasajes y llegamos a Mangochi (Malawi) el 9 de octubre de 2018. Trabajamos en la escuela de la fundación a la que concurren alrededor de 500 niños de entre 1 y 5 años. Y una o dos veces por semana íbamos a una villa diferente donde se hacían los controles y el asesoramiento. Con mi amiga nos complementamos muy bien, ella habla un poco de italiano y yo inglés. Fue maravilloso tener con quién llorar, comentar, analizar, reír, proyectar y soñar con un futuro mejor para esos hermosos niños africanos”, cuenta Myriam.
Además acompañaban colaborando en las actividades programadas para las villas en la labor del control y seguimiento de niños y madres embarazadas.
“No cuentan con agua, gas ni luz”
Durante los dos meses que estuvieron en Mangochi, Myriam comprobó que la sociedad siente que el gobierno está completamente ausente. En lo que refiere a Salud y Educación, están cubiertos casi completamente por la iglesia.
Cuenta que en una población de 700.000 habitantes hay un sólo hospital público gratuito para la atención pero que los medicamentos deben comprarlos los mismos pacientes. Lo llamativo, dice, es que el centro es muy pequeño y la población se extiende por kilómetros distribuida en villas.
“Viven de la pesca y sus sembrados. Lo que pueden lo venden, lo que no lo consumen y se estila el trueque. La base de la alimentación es la harina de maíz. No cuentan en las viviendas con agua, gas ni luz. El sol rige sus vidas, las viviendas se utilizan básicamente para dormir ya que no cuentan con muebles. Amanece alrededor de las 5 y el sol se pone alrededor de las 18. Todas las horas de luz se viven al aire libre”, describe Myriam.
Corazón universal
A la hora de comunicarse con los niños, Myriam y María Teresa aprendieron palabras, frases y saludos en chichewa, la lengua local. “Pero el lenguaje del corazón es universal y logramos una comunicación muy amorosa con los pequeños. Estábamos con ellos todo el tiempo desde el inicio del día cuando los buscábamos en el bus. Los asistíamos en las aulas y en el comedor. Cuando hacíamos los controles en las villas teníamos asignadas las actividades y en cualquiera de los casos siempre implicaba estar con ellos”, se emociona Myriam.
A la hora de hablar de lo que le dejó esa experiencia que duró dos meses, Myriam elige hacerlo en plural. “Nos pasó lo mismo. Nos dejó una gran satisfacción, fundamentalmente en lo que refiere a valorización y revalorización de todo. Fue altamente impactante conocer una sociedad que no se queja a pesar de las dificultades que afronta día a día. Aprendimos a mirar al otro desde el lugar del otro. Aprendimos que no se debe medir al momento de brindar ayuda porque siempre te parece poco, pero jamás vamos a dimensionar los alcances de lo que damos. Aprendimos a ser infinitamente agradecidas”. (Fuente: ladoh.com)