Karin Silvina Hiebaum – International Press
Desde que soy madre, he tenido muchas nuevas lecciones y aprendizajes que solo se viven hasta que tienes hijos. También, he reflexionado mucho acerca de algunas cosas de la vida a las que antes no solía darles mucha importancia o no les prestaba particular atención.
Al dedicarme a escribir, investigar y compartir sobre maternidad, la mayoría de las veces lo hago pensando en mí misma como “la madre”. Pero hoy quiero dedicar unas palabras de agradecimiento a otra madre: la mía (y la de quienes lean este artículo). Porque aunque tengamos nuestros propios hijos, lo cierto es que siempre seguiremos necesitando de nuestra madre.
Ahora lo entiendo, mamá
Cuando era más joven y aún no me convertía en madre, definitivamente no tenía idea de qué era lo que estaba por venir, y mucho menos sabía que podría experimentar tantos sentimientos y sensaciones que nunca antes había vivido. Pero bien lo dicen: ya entenderás cuando tengas hijos.
Y sí, ahora que soy mamá y finalmente estoy en unos zapatos muy similares a los que en alguna vez estuvo mi madre, puedo entender todas aquellas cosas que en su momento no conocía ni valoraba. O sí las valoraba, pero no de la misma manera que ahora lo hago.
Ahora entiendo, que este sentimiento de amor tan grande que tengo y que nació en el momento en el que me convertí en madre, ella también lo ha sentido y lo seguirá sintiendo. De igual forma, ahora entiendo, cómo y por qué a pesar de todo lo que hemos vivido, tanto lo bueno como lo malo, ella sigue a mi lado. Apoyándome, escuchándome, amándome. Y por eso, hoy quiero decir: gracias.
Gracias mamá
Desde pequeña me cuidaste y me llevaste de la mano. Me mostraste todas las cosas que debía aprender y me has amado incondicionalmente. Has estado conmigo en cada momento importante, positivo, negativo, triste y feliz de toda mi vida. Y sé que lo estarás por siempre.
Ya no soy una niña, ni tampoco una adolescente. Soy una mujer adulta, que incluso ya tiene su propia hija. Hace varios años que tú y yo no compartimos el mismo techo, tengo mis responsabilidades de adulta y madre, y se puede decir que ya tomé mi camino e hice mi vida. Pero a pesar de todo eso, sigo necesitando de ti.
Necesito a mi madre, porque no importa cuántos años tenga ni qué tan lejos me lleven los caminos que decida emprender, una hija siempre la necesitará. ¿Cómo no hacerlo, si una madre es quien nos da vida, calor, refugio y amor durante las primeras décadas de nuestra vida?
Sé que tuvimos nuestras etapas difíciles, en las que quizás no éramos tan cercanas. Tuvimos discusiones y diferencias propias de los cambios que cada una estaba viviendo según la etapa de vida en la que nos encontráramos. Pero a pesar de todos esos cambios y todas esas diferencias, aquí estamos. Aquí estás.
Uno pensaría que siento adulta ya no “necesito” de mi madre. Después de todo, ya soy lo suficientemente independiente, madura y responsable de tomar mis propias decisiones acerca de cómo actuar y cómo llevar mi vida. Sin embargo, mamá siempre será mamá.
Y a pesar de que ya soy adulta y soy mamá, sigo (y seguiré) necesitando de ti, mamá, ya sea en acompañamiento presencial o como apoyo emocional. Personalmente, y por lo que he visto con otras amigas de mi edad o un poco mayores, creo que todas las mujeres les seguiremos necesitando.
Estemos casadas o solteras, con hijos o sin hijos, tengamos nuestra vida resulta o no, ella siempre será nuestra madre, y nosotros siempre seremos para ella sus pequeñas hijas. Y, claro, lo mismo sucede en el caso de los hombres, pero particularmente para quienes nos convertimos en madres, finalmente comprendemos y sentimos tantas cosas que ella misma en algún momento experimentó.
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Por todo esto y porque ahora entiendo finalmente tantas cosas, aún a mis 32 años de edad, sigue siendo un pilar en mi vida, y sé que siempre habrá un espacio para mí en su hogar. Ya sea, cerca o lejos, apoyándome de forma presencial o acompañándome emocionalmente, ella nunca dejará de ser madre.
Así que gracias, mamá. Porque aún después de tantos años, después de tantas experiencias, tantas subidas y bajadas, tantos giros en nuestras vidas y tantas sorpresas en esta aventura llamada maternidad, tus brazos siguen siendo refugio para mí y tú corazón sigue dándome ese amor que solo una madre puede dar a sus hijos.