EL SAN MARTÍN QUE NO CONOCEMOS. Su comida preferida era el asado, que casi siempre comía con un solo cubierto: el cuchillo. Era muy hábil en comer así.
Solía morder un pedazo de carne, y como los paisanos, cortaba el sobrante con un cuchillo afilado. ¡Había quienes se maravillaban que no se cortara la nariz! No le gustaba el mate. Pero era un apasionado del café. Y como era muy “pillo”, conocedor intimo del alma del soldado, para no “desairar” a sus muchachos, tomaba café con mate y bombilla. Conocía mucho de vinos. Y podía reconocer su origen con solo saborearlo. Era un empedernido fumador de tabaco negro, que el mismo picaba, para luego prepararse sus cigarros. Era muy buen jugador de ajedrez, y realmente era muy difícil ganarle. Se remendaba su propia ropa. Era habitual verlo sentado con aguja e hilo, cosiendo sus botones flojos o remendando un desgarro de su capote, el cual, abundaba de ellos. Usaba sus botas hasta casi dejarlas inservibles. Más de una vez las mandaba a algún zapatero remendón, para que les hagan taco y suela nuevos. Predicaba con el ejemplo. Él mismo enseñaba el manejo de cada una de las armas, como lo atestiguan las melladuras del filo de su Corvo, inigualable instrumento de enseñanza de la esgrima. Y jamás daba una orden a sus subordinados que él mismo no pudiera cumplir. Su palabra era santa, y para sus hombres era ley. Era muy buen pintor de marinas. Él mismo decía que, si no se hubiera dedicado a la milicia, bien podría haberse ganado la vida pintando cuadros. Era muy buen guitarrista, habiendo estudiado en España con uno de los mejores maestros de su época. Hablaba inglés, francés, italiano, y obviamente español, con un pronunciado acento andaluz. Tenía la costumbre de aparecerse por el rancho y pedirle al cocinero que le diera de probar la comida que luego comería la tropa. Quería saber si era buena la comida de sus muchachos. Y allí mismo, en la cocina, la comía de parado. Luego de comer, dormía una siesta corta, de no más de una hora, para luego levantarse y volver al trabajo. Aquella famosa frase Sanmartiniana que dice: “De lo que mis Granaderos son capaces, sólo lo sé yo. Quien los iguale habrá, quien los exceda, no”, originalmente era “De lo que mis muchachos son capaces…”. En Campaña, era el último en acostarse, después de cerciorarse que todos los puestos de guardia estuviesen cubiertos, y el resto de la tropa descansando. Y para cuando empezaba a clarear el sol en el horizonte, hacía rato que el General contemplaba el alba.