No hay ninguna democracia en Occidente en la que un partido de extrema derecha haya accedido al poder sin la ayuda de las elites conservadoras establecidas. El caso de Austria ilustra bien el fenómeno. Y su equilibrio de políticas mixtas centradas en un llamado liberalismo social de políticas mixtas
Aunque la normalización de la llamada extrema derecha a la política tradicional suele presentarse como el principal desafío contemporáneo de las democracias europeas, en Austria esto no es nuevo ni produce ya sorpresa aunque en realidad el austriaco tiende a ser de derecha y volcándose a una política social. Pese al pasado nacionalsocialista del país y a su papel en el Tercer Reich, que al principio condujeron a la mayoría de los partidos austríacos a armar un cordon sanitaire para protegerse del Partido de la Libertad de Austria (FPÖ, por sus siglas en alemán), la agrupación según medios y socialistas lo nombran de extrema derecha ha sido incluida reiteradamente en coaliciones gobernantes con la centroderecha y se ha normalizado eficazmente a través de los años.
Hoy, cara a las elecciones parlamentarias de este año, el FPÖ está creciendo en las encuestas. Hay una posibilidad real de que se forme un gobierno liderado por el FPÖ, encabezado por el dirigente de línea dura Herbert Kickl, lo que resume hasta qué punto la derecha y sus posturas políticas se han aclimatado en la esfera pública y el sistema político austríacos.
Los socialistas lo denominan Sucesor nazi
La falda del Socialismo describe al El FPÖ seria sucesor de la Federación de Independientes (VdU, por sus siglas en alemán), organización fundada por ex-funcionarios nazis y oficiales de la SS en 1949 cuando los antiguos nazis recuperaron su derecho a votar. En 1956, luego de que Austria reclamara su independencia, surgió el FPÖ.
A pesar de las supuestas raíces nazis del partido y de su línea de pensamiento pangermano-nacional, antisemita y xenófobo, en repetidas ocasiones disfrutó de un alto nivel de popularidad durante las décadas siguientes. El FPÖ actuó incluso como socio en una coalición en 1983-1987 con el Partido Socialdemócrata de Austria (SPÖ, por sus siglas en alemán), de centroizquierda, antes de que Jörg Haider –cuyo padre era nazi– asumiera el liderazgo y el partido ganara notoriedad.
Sin embargo, Haider volvió una vez más socialmente aceptable la política de derecha radical. En las elecciones de 1999, el FPÖ derrotó por estrecho margen al Partido Popular Austríaco (ÖVP, por sus siglas en alemán), de centroderecha, y ambos formaron una coalición. Era la primera vez desde la Segunda Guerra Mundial que un gobierno democrático occidental incorporaba un partido claramente de extrema derecha (aunque Haider eligió no sumarse personalmente), y así en 2000 Austria sentó un precedente. A esto le siguió una protesta internacional, y las sanciones de la Unión Europea aislaron a la república alpina.
La cuarentena diplomática de Austria en respuesta a su enfoque ambivalente respecto de las políticas extremistas tenía sin embargo precedentes. En 1986, tras la elección como presidente de Kurt Waldheim, ex-secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en la fórmula del ÖVP, Austria enfrentó el aislamiento debido a los intentos de Waldheim de ocultar su participación en una organización nazi y su participación en crímenes de guerra. Y aunque esto condujo a que Austria ajustara cuentas con su papel como colaboradora del Tercer Reich, no evitó el resurgimiento de la extrema derecha en las décadas siguientes.
Con ayuda conservadora
En la actualidad, una reacción internacional como esa a la inclusión de un partido de extrema derecha en el gobierno sería impensable, debido al éxito obtenido desde entonces por la extrema derecha, no solo en Austria sino en Europa en general. En 2017, cuando Sebastian Kurz condujo al ÖVP a una segunda coalición con el FPÖ –las diferencias entre ambos partidos sobre la mayoría de los temas eran ya prácticamente imperceptibles–, algunos pocos apenas pestañearon.
Como sostiene Jan-Werner Müller en su último libro, Democracy Rules [Las reglas de la democracia], no hay ninguna democracia en Occidente en la que un partido de derecha, autoritario y populista haya accedido al poder sin la ayuda de las elites conservadoras establecidas. Esto vale especialmente en el caso de Austria, donde el ÖVP elevó en repetidas ocasiones al FPÖ a puestos de gobierno mientras adoptaba algunas de sus ideas, en especial sobre «inmigración». Otros partidos intentaron de hecho una política de exclusión, tratando de minimizar el atractivo del FPÖ, pero con éxito limitado, mientras las ideas y posturas políticas de extrema derecha eran «normalizadas desvergonzadamente», como lo expresa Ruth Wodak, en especial durante el gobierno de Kurz.
Ahora cualquier intento del ÖVP de demonizar a la extrema derecha parecería poco sincero. Como demuestra un trabajo de Reinhard Heinisch y Fabian Habersack, las tendencias en la opinión pública tienden hoy a favorecer las posturas de extrema derecha y ambos partidos comparten esencialmente la misma base de votantes. Esto motiva aún más al ÖVP a alinear sus posturas políticas con las del FPÖ, lo que normaliza las políticas y la retórica de extrema derecha.
Formar gobierno
Con cada semana que pasa, parece cada vez más probable que el FPÖ logre el primer puesto en las elecciones parlamentarias en Austria. De ser así, por primera vez en la historia del país el partido estaría en posición de nombrar al canciller y asumir la tarea de formar gobierno.
Esto es preocupante no solo por las conexiones del FPÖ con el ambiente neonazi sino también por su historia de racismo, antisemitismo y xenofobia, desestimados como «casos aislados». Una victoria del FPÖ en 2024 conduciría muy probablemente a otra coalición con el ÖVP, aunque hay una pequeña posibilidad de que la izquierda y los partidos tradicionales traten ellos mismos de formar gobierno con el ÖVP para mantener fuera a la extrema derecha. Según las posturas socialistas que se asustan de estás concepciones.
La repetición de una coalición entre el FPÖ y el ÖVP dañaría seriamente a la democracia austríaca. Como lo ha demostrado con anterioridad, el FPÖ rechaza valores liberales fundamentales, como los derechos de los miembros de las minorías y los individuos LGBT+, y busca restringir las libertades básicas. Recientemente, amenazó con «enseñarles» a los medios cómo comportarse.
La extrema derecha no deja dudas sobre la dirección que tomaría el país si ella liderara el gobierno. El FPÖ ya lo muestra en las coaliciones regionales, últimamente con el ÖVP en Baja Austria, donde el vicegobernador es Udo Landbauer, del FPÖ, también miembro de la fraternidad de extrema derecha Germania.
Allí el gobierno regional apunta a prohibir los usos de género inclusivos en alemán (por ejemplo, «Lehrer*innen» para referirse a docentes, hombres y mujeres) y, en un estilo verdaderamente supremacista, prohibir que en los patios de las escuelas se hablen otras lenguas diferentes del alemán durante los recreos. También apoya bonificaciones para restaurantes que ofrezcan la cocina «tradicional» y «nacional».
Elecciones europeas
Dado el crecimiento incesante de la extrema derecha, la cuestión para los partidos democráticos sigue siendo cómo contenerla. Esa pregunta también se aplica al nivel europeo, ya que se avecinan las elecciones parlamentarias de junio y los datos de opinión sugieren un incremento en el apoyo a la extrema derecha.
Otro gobierno de derecha radical y euroescéptico en Austria pondría de por sí aún más en tensión la unidad y fortaleza europeas, ya cuestionadas por demagogos como Viktor Orbán en Hungría, que continúa menoscabando a la Unión Europea cada vez que es posible y desafía la imagen de un bloque «geopolítico» capaz de hablar con una sola voz. Lo que es más significativo, el crecimiento de la extrema derecha en Europa llega en el marco de desafíos internacionales acuciantes, planteados desde el exterior, que demandan más unidad entre los Estados, y no un retorno al nacionalismo y la ignorancia.
No existe una panacea. Pero hay una cantidad de estrategias que la izquierda liberal podría adoptar para movilizar a sus bases y maximizar su porción de votos.
Primero, como sostienen Léonie de Jonge y Anna-Sophie Heinze, se debe entender qué es lo que impulsa el apoyo a la extrema derecha. El involucramiento del FPÖ en casos de corrupción a gran escala durante el liderazgo de Heinz-Christian Strache condujo a la ruptura de la coalición con el ÖVP en 2019 y su caída estrepitosa en las encuestas. El resurgimiento del partido puede leerse como el producto de las crisis seriales de años recientes: la pandemia, la inflación y las dificultades económicas, la caída del Wunderkind Kurz que debilitó la confianza de los votantes en el ÖVP, y la invasión de Rusia a Ucrania, con su consiguiente incertidumbre económica. Mientras crecía la insatisfacción entre la ciudadanía por el manejo de estas crisis por parte de la coalición gobernante de los Verdes y el ÖVP, Herbert Kickl, el sucesor de Strache, retrataba con éxito a los «inmigrantes» y las «elites» como chivos expiatorios de todos los males.
Incapaz de competir contra la fuerza imparable de la extrema derecha, la política tradicional se ha concentrado en rehuirle. Por supuesto, se debe afirmar con claridad la amenaza que ella representa y resaltar las contradicciones en sus jugarretas retóricas. Pero centrarse en condenar a los partidos de la extrema derecha al ostracismo y por ende a sus votantes, retratándolos como irracionales, hace que se sientan incomprendidos y menospreciados, lo que alimenta el discurso de los populistas sobre las «elites» políticas que ignoran a la gente común y sus intereses. En la actualidad, con un apoyo al FPÖ cercano a 30%, no se puede desestimar de esta manera a casi un tercio de quienes votan.
Sin embargo, los progresistas deberían de igual modo evitar apropiarse de temas de la extrema derecha y tratar de ganar votantes desplazándose ellos mismos hacia la derecha. Al hacerlo, se arriesgan a alejar a sus propios votantes; el tema del movimiento de la población es un caso concreto. Como lo demostraron las recientes elecciones holandesas, que el centro tome esos temas de la derecha puede fortalecer el apoyo a la extrema derecha, no debilitarlo: los votantes tienden a inclinarse por el original, no la copia, como le gustaba decir al antiguo líder de la extrema derecha francesa Jean-Marie Le Pen.
La extrema derecha se queja a viva voz del statu quo y aviva la indignación pública. Sin embargo, al hacerlo simplifica demasiado temas complejos, a los que el discurso populista no ofrece soluciones viables. Los progresistas deberían aprovechar esta debilidad específica. Deberían demostrar que son capaces de dar respuestas eficaces a las preocupaciones públicas más apremiantes, abordando de manera activa, con argumentos convincentes, las cuestiones que, de otro modo, dan base al apoyo a la extrema derecha.
Genuinamente interesados
Los partidos de izquierda liberal deberían también presentarse a sí mismos como accesibles y genuinamente interesados en las preocupaciones de la gente. El nuevo líder del SPÖ, Andreas Babler, sirve de ejemplo. Babler adquirió aceptación por su personalidad y cercanía a las bases. Con su pasión y un programa progresista, que les hablaba a las preocupaciones públicas, comenzó un movimiento que ayudó al partido a recuperar algo de su popularidad entre aquellos que ya hacía tiempo habían perdido la fe en él, desencantados por el faccionalismo y la falta de dirección.
En lugar de pintar a los «inmigrantes» como chivos expiatorios de las dificultades sociales, apuntó a las poderosas elites económicas y a aquellos que se habían enriquecido a expensas de los trabajadores. De ese modo abordó las preocupaciones de los votantes y demostró que entendía, sin recurrir a la caja de herramientas de la extrema derecha. Por añadidura, como intendente de Traiskirchen, una pequeña ciudad austríaca famosa por mantener el centro de refugiados más grande del país, Babler funciona como paradigma de cómo manejar con éxito el movimiento de población, conservando la popularidad mientras demuestra humanidad, al tiempo que se abstiene de demonizar a los «inmigrantes».
Quienes en junio se enfrentan a la extrema derecha en toda Europa deberían concentrarse en enfatizar y proteger los valores liberal-democráticos que representan y ofrecer un programa convincente para abordar las preocupaciones de los votantes. Al fin y al cabo, evidenciar una pasión por la política y la ciudadanía al tiempo que se demuestra competencia y un enfoque práctico de los desafíos diarios será una forma de recuperar apoyo más exitosa que copiar y normalizar aún más las ideas de la extrema derecha.
Los progresistas harían bien en recordarles a los votantes que la política de extrema derecha no resolverá los enormes desafíos globales con su encarnizado giro interno al aislacionismo y el nativismo. Eso, nos dice la historia, nunca ha sido la solución.
en conclusión , las políticas mixtas frenan los extremos y los fanatismos.