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Caleta Olivia
Si sos mujer y estás en una relación heterosexual, las probabilidades indican que sos la que tiene a cargo una cantidad desproporcionada de trabajo para estas Navidades: comprar los regalos, envolverlos, tender camas adicionales y decorar el arbolito, organizar la comida, retirar de la escena el papel de envolver y las cintas descartadas, lavar la vajilla, guardar las sobras, y mil otras tareas físicas más.
Trabajo doméstico no remunerado (¡en exceso!)
Según el Indec, en Argentina las mujeres hacen el 76% de las tareas domésticas en la casa. Esta brecha se profundiza en Navidad y Año Nuevo, cuando las reuniones y cenas multiplican la demanda. Una colega me comentó que no tenía idea de dónde cree su marido que aparecen mágicamente todos los regalos. “¡A lo mejor todavía cree en Papá Noel!” Durante los últimos años, sin embargo, hubo cada vez más conciencia no solo de las labores domésticas no remuneradas que hacen las mujeres sino también de tareas más sutiles, desapercibidas y no recompensadas: la carga de lo que ha llegado a conocerse ampliamente como “trabajo emocional”. En ningún otro momento esta carga es más pesada que en Navidad.

Expectativas
La mamá de Lucía, por ejemplo, murió cuando ella era chica y a partir de ahí sintió una enorme presión de ponerse en el lugar de la mamá y comprar todos los regalos para la familia ampliada. “Si yo hubiese sido varón no me hubiera ocupado tanto y hubiera habido cero expectativas. No hubieran existido las mismas presiones para ejercer ese rol, un vacío imposible de llenar, por supuesto.” Pero además de ese “segundo turno” —las tareas que hacen las mujeres en la casa cuando terminan su trabajo formal— hay un tercer turno, por lo general menos reconocido. Es la carga mental de planificar compromisos sociales, acordarse de los detalles.
Por último, todavía podríamos pasar a un nivel más profundo y considerar el peso emocional que suele traer Navidad. Administrar las necesidades de quienes pueden estar solos o aislados en Navidad, navegar a través de la complicada dinámica de la familia, reacomodar los asientos para evitar que nadie se pelee, moderar el temperamento y las expectativas de los chicos menores, y por lo general, tratar de que todo el mundo esté contento en una época del año en la que la presión para pasar una “feliz” Navidad es enorme.
La socióloga Arlie Hochschild acuñó el término “trabajo emocional” en su libro de 1983 The Managed Heart (aproximadamente, “El corazón administrado”). Lo utilizó para definir la idea de que un trabajador o trabajadora debían manipular sus sentimientos para adaptarse a los requerimientos de un empleo. “El trabajo emocional… es el trabajo por el cual te pagan por tener el sentimiento adecuado para ese trabajo”, le dijo a la revista literaria y cultural estadounidense The Atlantic. “Esto implica evocar y suprimir sentimientos… Desde la azafata aérea cuyo trabajo es ser más cordial de lo natural, hasta el cobrador, cuyo empleo consiste, de ser necesario, en ser más áspero que lo natural, hay toda una diversidad de trabajos que requieren esto.” Hochschild se refirió al uso actual del término como algo “difuso y demasiado utilizado” y dio ejemplos tales como que las tareas domésticas o la presión para “preparar unas vacaciones de Navidad perfectas” son “sobre extensiones” del significado original.