Por Nicolás Fernández
Es difícil no acompañar la idea presidencial que, con menos circulación de ciudadanos en las calles, la línea de contagio del Covid-19 decrece y, como resultado lógico, cuando estemos frente al pico de la pandemia tendremos capacidad hospitalaria y recursos para atender la mayor cantidad de infectados que se pronostican desde las distintas fuentes.

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No es bueno, pero al menos es algo frente a las calamidades generadas en el mundo por determinaciones erróneas de dirigentes políticos suicidas e incapaces.
Frente a ello, es difícil no advertir que las medidas generales tienen destinatarios muy disimiles y con capacidades económicas equidistantes, amén de las diferencias culturales generadas desde el 1976 en adelante.
La falta de acceso al agua potable, carencia de viviendas dignas, inexistencia de sistemas cloacales, ausencia de infraestructuras básicas, etc., marcan una diferencia entre los destinatarios del mensaje presidencial; diferencia que resulta tan profunda como dolorosa.
Lo dicho no es más que una mera descripción de la realidad; no obstante, a dicha realidad no debemos escapar, puesto que es la única verdad.

El interior de nuestro país, más allá de la paralización de actividades, también espera un mensaje alentador. El interior profundo de nuestra Patria también demanda que se hable de mañana, de cómo será el futuro para él y para su descendencia. Ignorando esa imperiosa necesidad, será explosivo para el futuro, pero abordándola, se frenará lo temido y cercano.
El interior es distante a la comprensión de gran parte de la dirigencia argentina: hay millones de jornaleros, de peones diarios, que viven fuera de los sectores acomodados, y también desean ser contenidos. Eso solo puede ser logrado por un mensaje esperanzador, que hable de futuro.
Tal vez tengamos que hablar de un fondo especial para la reconstrucción, con asignaciones de fondos específicos federalmente distribuidos, no sé, estimo que alguna expectativa debe generarse, de lo contrario el final puede no ser el deseado.
Siempre existen familias e individuos que no tienen derechos, pero adolecen de necesidades y miserias; y por ello necesitan ayuda.
Los gobernadores de cada una de las jurisdicciones del interior conocen esas necesidades, conviven con ellas y las tienen que afrontar como pueden, pero saben íntimamente que no pueden ser revertidas sin la infraestructura necesaria.
Estos gobernadores del interior deben tener la letra para que el pueblo no se desborde, pues no habrá mensaje televisivo que frene la falta de expectativas y la destrucción de las esperanzas de nuestra gente.
El interior – de la mismísima provincia de Buenos Aires o de Formosa-, tienen necesidades especiales y distintas, y por ello es ineludible tener en claro que con la paralización de actividades y la toma de conciencia no alcanza. Es una condición necesaria, pero no suficiente.
Si no se entiende ello, no se habrá entendido que la Argentina, además de ser extensa, es difícil e injusta.
Para finalizar, debo repetir las palabras que alguna vez publicara José Hernández: “…Mas naides se crea ofendido/ pues a ninguno incomodo/ y si canto de este modo/ por encontrarlo oportuno/ no es para el mal de ninguno/ sino para el bien de todos…”.