Por Lic. Hugo C. Renes – Psicologo Social
El hambre esta en todas partes, no solo en los pueblos «proletarios» sino también en los pueblos ricos en donde en sus «sociedades de la abundancia» reina también la miseria.
No hace falta viajar al norte de nuestro país para ver la cara descarnada del hambre. Solo es cuestión de saber y de querer mirar para encontrar desigualdades hasta en personas igualmente necesitadas, hecho este que produce un rechazo social estigmático, desarraigo y migraciones internas que van agrandando las distancias sociales y la rebeldía, porque los que la padecen, interpretan que no es justo que un sector de la sociedad resigne todos sus derechos para promover los intereses del otro sector…
Recientemente los cristianos hemos conmemorado la resurrección de Jesucristo, una conmemoración tan significativa para el mundo cristiano y no cristiano, razón por la cual los invito a hablar del hambre, pero no del hambre subjetivo, ese que nos acosa agradablemente cuando vamos a la mesa, el hambre de los que comen…, sino de un hambre OBJETIVO, científicamente mensurable como resultado de la diferencia entre el consumo habitual y la necesidad de alimentación del individuo.
Los nutricionistas afirman que un adulto necesita para vivir una media de 2.700 calorías diarias. Por debajo de ese nivel, comienza la subalimentación o hambre cuantitativa. Afirman que toda alimentación correcta exige además el consumo de alimentos «protectores», tales como proteínas animales (30 gramos por día es la ración mínima), materias grasas, sales minerales y vitaminas. La ausencia de estos elementos en su ingestión, lleva consigo la mal nutrición o hambre cualitativa.
A partir de estas premisas, si consideramos el consumo diario de calorías en nuestra población, podríamos esbozar tres categorías dentro de ella: «bien alimentados», «mal alimentados», y «hambrientos».
Para llevar una vida normal (definida por lo que ingresa en el estómago, que generalmente guarda una relación directa con lo que ingresa en el bolsillo), debiéramos alcanzar o sobrepasar las 2.700 calorías; no obstante recordemos que entre ellos también pueden existir sectores de hambre y de miseria.
Hay otra faja o franja social que consume solamente de 2.200 a 2.700 calorías, son los considerados «mal alimentados». En esta faja o franja social, el hambre cuantitativo es menor que el hambre cualitativo como resultado de una alimentación desequilibrada.
El último sector (el hambreado o hambriento) es aquel que no alcanza a consumir 2.200 calorías. Esta franja social vive en un estado de ayuno crónico, coexistiendo los dos polos del hambre abso-luto, el cuantitativo y el cualitativo.
Atento a los indicadores de salud, no tenga la menor duda: El HAMBRE se instaló en la Argentina aunque muchos gobernantes no lo quieran ver, y lo ocultan o ignoran. Yo no dispongo de un censo preciso de familias a nivel nacional como para ponerle un número y un lugar o lugares en nuestra geografía a cada franja, ni la televisión, las radios, los diarios, ni los Ministros, se interesan en el tema restándole así a la sociedad la posibilidad de contar con herramientas que permitan la discusión, y con ella, la posibilidad de encontrar soluciones a tanto dolor y atraso.
No obstante algunos datos privados la aproximan: un informe de la Sociedad de Estudios Laborales (SEL), señala que el total de personas en situación de pobreza en población urbana es de casi 11,5 millones de los cuales 3,9 millones son indigentes. El 60% de los chicos menores de 17 años vive en hogares del tipo «eco-nómicamente vulnerables»; 8 de cada 10 niños que repiten, pertenecen a hogares empobrecidos, situación esta que sin ninguna duda compromete seriamente sus oportunidades futuras de inserción social (según UNICEF «uno de cada dos jóvenes provenientes de hogares pobres no logra terminar el nivel medio»). Otro informe calcula que existirían 25.000 comedores comunitarios y que, en la actualidad, miles de familias están volviendo a comer en ellos.
Según la Encuesta de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina, el año pasado habrían pasado hambre 1.080.000 chicos argentinos, estimando que para este año la cifra se elevaría a 1.200.000.
Solo Cáritas estaría recibiendo a 600.000 personas por día en 4000 centros comunitarios. La Red Solidaria, que junto a especialistas de la Universidad de Buenos Aires está armando el mapa del hambre, señalan ya la existencia de 1218 lugares, con un promedio de 150 personas en cada uno, mientras el Centro Nacional de Organizaciones de la Comunidad (Cenoc) lleva inscriptos 2224.(les recuerdo a los de memoria frágil que du-rante la administración kirchnerista el INDEC dibujó en un principio a la pobreza y luego la ignoró para disimular el hambre).
A esta realidad hay que agregar el hecho de que entre los que concurren a los comedores comunitarios están, en primer lugar, las embarazadas, los niños y ancianos; es decir, aquellos que necesitan una nutrición muy variada y completa como para poder aspirar a una calidad de vida digna. ¿La tienen?
También podemos intentar descubrir a la geografía del hambre a través de la distribución del ingreso y sus condiciones estructurales. Tales registros muestran una dispersión enorme, donde las categorías van desde los obreros de las grandes plantas automotrices o de empresas petroleras hasta los subocupados, pobres e indigentes.
Según un informe elaborado por el Instituto de Estudios y Formación de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) el 37,5% de los chicos y jóvenes que habitan los centros urbanos de la Argentina (algo más de 6,29 millones) viven en la pobreza, es decir que técnicamente están por debajo del valor de compra de una canasta de bienes y servicios básicos; de ese total, hay 3,13 millones que además no llega siquiera a cubrir una canasta de alimentos con la cantidad indispensable de calorías. Casi la mitad de esos chicos vivirían en la provincia de Buenos Aires, donde la pobreza entre los menores muestra un índice del 37,7% y la indigencia alcanza el 16,8%, según los cálculos a octubre pasado. Las provincias donde esta realidad sería más dramática son las de Chaco, Santiago del Estero y Formosa. Según el informe señalado, en esos territorios, más de la mitad de los menores de 18 años son pobres y alrededor de un tercio sufre hambre en sus casas.
El hambre y la enfermedad
Sabemos todos que el hambre puede causar la muerte en forma directa; pero a la vez, causa enfermedades que condenan a sus víctimas a una existencia «infrahumana». El adulto hambreado, y con más razón el niño, se hacen vulnerables a todo tipo de enfermedades infecciosas.
Enfermedades benignas como sarampión o gripe se convierten en enfermedades mortales cuando atacan a organismos destrozados. La falta de calcio provoca el raquitismo; la falta de alimentos yodados, el bocio; la falta de vitaminas, el escorbuto, enfermedades en los ojos (se llega a casos de ceguera permanente por falta de vitamina A, durante los primeros años de vida, según datos de la Organización Mundial de la Salud).
Si el hambre es problema de calorías y proteínas, no es solamente eso. ES MUCHO MÁS QUE HAMBRE, será causa y consecuencia de un desarrollo insuficiente y aumentará por ello, a futuro, la ausencia de recursos…, porque la miseria engendra miseria y el pobre, por si solo, no puede poner fin a ese encadenamiento. Esta desigualdad, divide a los argentinos y nos enfrenta porque es siempre fuente de conflictos dado que viola la justicia y se opone al derecho elemental de la vida.
Muchas de las enfermedades que el argentino medio ignora, pesan sobre las «zonas del hambre» donde prolifera el retraso en el crecimiento o raquitismo, la alteración de la coloración de la piel, edemas más o menos pronunciados en los pies, en el vientre, en la cara, trastornos digestivos y una apatía cada vez más pronun-ciada…
La tuberculosis (como el mal de Chagas), una enfermedad asociada a la pobreza que había sido erradicada en nuestro país, es hoy una amenaza creciente (según datos correspondientes al año 2002, la Argentina reportaba anualmente unos 13.000 casos nuevos y unas 1000 muertes ocasionadas por esa enfermedad.
Otra consecuencia del hambre es la relación del que lo padece con los estupefacientes, el alcohol, la prostitución y el robo. Las drogas hacen olvidar a los estómagos vacíos que tienen que llenarse, después serán más necesarias que el pan o el arroz. La prostitución y el robo les proporciona el dinero para poder alimentarse.
Para hacer frente a esta situación, los buenos sentimientos no bastan. Los argentinos que conocimos la pobreza, pero no el hambre y mucho menos la exclusión, que es miseria sin esperanza, no tenemos derecho a tirar el pan y mucho menos a malgastar la tierra que una vez obsoleta genera migraciones internas.
Uno de los aspectos esenciales de la lucha contra el hambre puede ser hoy el de cuidar el empobrecimiento y la erosión de la tierra, así como el cuidado de un elemento indispensable para la conservación y fertilización del suelo, como el agua.
Todavía nuestros mares y ríos no han sido explotados ni conquistados, pero sí contaminados…
Tenemos una continuidad geográfica lo suficientemente generosa como para alimentarnos y alimentar a una parte importante del mundo. Disponemos de medios técnicos para ayudarnos. Pero hay que querer y saber utilizarlos.
Depende entonces de nuestra voluntad, conocimientos, e imaginación creadora, porque el hombre no vive solo de pan, vive para aprender, para saber, para conocer, y esta hambre también hay que saciarla, siendo el Estado el responsable de hacerlo.
Dicho en otros términos, para romper el círculo vicioso de la miseria y la ignorancia, y dejar de transpirar diariamente para empobrecernos, necesitamos definir y discutir una política de desarrollo y para satisfacer a esta, pensar en una política de instrucción.
Desarrollar es alimentar, pero es también trabajar por el advenimiento de un pueblo solidario que convierta a nuestra tierra desgarrada en la que vive tanta gente por debajo de los niveles más dolorosos, en un país en donde no exista ni el pobre, ni el infrapobre.
La transformación deberá provenir de la ciudadanía, mediante un proceso de presión social y una mejor selección de sus dirigentes, porque todo cristiano sabe que cuando ni la caridad, ni la justicia, presiden las acciones de los hombres, éstos se degradan hasta alimentarse de los manjares de la más abierta inmoralidad.
«Sólo Cristo puede desalojar a los horribles espíritus del error y el pecado que son los que han sometido a la humanidad en una tiránica y denigrante servidumbre, reduciéndola a esclava de un solo pensamiento y de un solo fin, que ajetrea, en sus movimientos, el deseo insaciable de ilimitada riqueza». (Pío XII, Mensaje de Navidad, año 1943.