Toda fe nace de la confianza, de la apertura hacia el otro, de nuestra generosidad, de la gracia misma de confiar en nosotros mismos por lo que hacemos. Hablamos naturalmente de “buena fe”; tanto en la de nosotros como en la de aquél o aquello en donde la depositamos.
La fe restablece, recupera, remedia una situación, resuelve una disyuntiva, sana o anima mediante la concordia lo que de otro modo ofende y aniquila. La fe no sólo es creencia, sino voluntad y empatía con el misterio y lo sagrado.
En lo humano; la fe le da al otro una oportunidad de demostrar que puede hacer o pagar algo. A un enfermo, la fe le permite visualizar su salud, la fuerza espiritual que necesita para recuperarse. Con fe puede moverse metafóricamente una montaña en el sentido más natural de voluntad, esfuerzo y ánimo.
La fe, más allá de lo humano, es gracia y virtud; aquello que se anuncia como el máximo poder del espíritu, lo invencible e incuestionable, lo que procede de Dios o por ánimo sobrenatural. Abraham por fe obedeció a Dios y le ofreció la vida de su hijo Isaac. Pudo más su fe y su obediencia que su dolor y su angustia ante la disyuntiva de salvar o asesinar a su hijo. Los padres de Moisés tuvieron fe en aquél que, salvado también de morir ahogado por la hija del faraón, muchos años después rescataría a su pueblo de la esclavitud egipcia.
La fe resguarda la antigua promesa de Dios en “la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). “Me verán y luego ya no me verán –dice también Juan en su evangelio (16:16), y no me verán pero me verán”. Tanto Agustín como Eckhart hablan de este poder de visión; de aquello que no es si se ve, y que es si no se ve, ya que en su omnisciencia a Dios no se le puede ver ni oír, porque si así fuera –dicen nuestros filósofos-; no sería Dios. Es la fe, ¡sólo ella! Que nos permite mirarlo, presentirlo…saber que está ahí.
Cómo una presencia puede ser sin estar, también se pregunta Jean Paul Sartre, en el Ser y la Nada, para quien el ser es conciencia y proyecto, tarea que nos hará verlo o saber que existe sin que esté ahí. Pero Sartre no habla de fe, sino del ser; del ser existente que “es sin estar”.
Pero la fe, en el buen sentido, tampoco debe ser un invento cristiano o judío donde de nada se duda y todo es posible, porque todo lo que sea humano cabe en ello. Porque la fe en este sentido tiende a ser una exageración doxológica, falta de congruencia y sentido. Ya que el que tiene verdadera fe, no inventa. Pero el que duda, juega con ella, fantasea.
Toda fe es confianza; porque sin ella prácticamente la mitad de nuestra vida no sucedería. Confiar en sí mismo, significa tener fe en aquello que se anhela, se quiere o se espera, en aquello que se ofrece o que se pide. Actuar de buena fe es actuar en confianza.
La fe nos abre siempre la posibilidad de otorgar sin cuestionar nada, obrando en la buena voluntad de una acción o el ánimo de aquello que se establece o se pacta.
La fe ilumina y guía; fe en la que se espera la promesa de lo revelado. Fe que fortalece toda miseria mundana. Fe que bendice y que nos habla en los momentos más miserables. Toda fe nos permite en lo humano ser fuertes y magnánimos, compasivos, tolerantes y generosos.
Con fe se hacen las cosas. Con fe se espera. Con fe se anda. Con fe se escucha. Con fe se está seguro. “Porque todo lo que ha nacido de Dios, vence al mundo…; nuestra fe” (Juan 1:5:4). La fe sana. “Tu fe te ha sanado –le dijo Jesús al invidente que ahora, por fe, veía de nuevo-, puedes irte” (Marcos 10:52).
Para los judíos antiguos su fe fundamentaba su creencia, su conocimiento de algo sólo posible a través de la fe. Y sólo a través de la fe es posible ver lo que no se ve. Cuando Jesús habla a sus discípulos (Juan 16), concretamente se refiere a que en su ascenso a los cielos, pronto ya no lo verán con los ojos, sino a través de la fe.
La fe para la filosofía se ha derivado de la metafísica del pensamiento platónico, que Agustín introducirá seiscientos años después al cristianismo. En el pensamiento clásico, Dios será para Platón: Supremo Bien, Suprema Bondad, Suprema Inteligencia. Bien, Inteligencia y Bondad que sólo son posibles en la mente humana, en la conciencia que Agustín, traducirá como fe.
La fe es un principio de acción. … La fe puesta en Dios permite al ser humano establecer con él una relación sana que nos proporciona tranquilidad, confianza y seguridad. Esa fe en él nos hace vencer el temor que nos produce ver tantos acontecimientos negativos que suceden a diario en el mundo en que vivimos.
Puede que te preguntes, ¿por qué es tan importante la fe?
La fe es sumamente importante para las personas porque esto ayuda a tener mayor credibilidad para algo, es decir, tener fe es la acción de creer en algo, estar esperanzado para lograr o esperar lo que necesitas.
Sin embargo, ¿cuál es la importancia de tener fe en Dios?
La fe puesta en Dios permite al ser humano establecer con él una relación sana que nos proporciona tranquilidad, confianza y seguridad. Esa fe en él nos hace vencer el temor que nos produce ver tantos acontecimientos negativos que suceden a diario en el mundo en que vivimos.
Aunque, ¿cuál es el significado de tener fe?
La fe es la creencia, confianza o asentimiento de una persona en relación con algo o alguien y, como tal, se manifiesta por encima de la necesidad de poseer evidencias que demuestren la verdad de aquello en lo que se cree. La palabra proviene del latín fides, que significa ‘lealtad’, ‘fidelidad’.