Las motivaciones del político cristiano, sus cualidades de orden intelectual y sus virtudes morales. La Política como Ciencia como arte, como técnica, como virtud y como providencia
La vocación personal para la política, en cuanto incide en el quehacer político, no es universal. No todo los cristianos tienen la dotación imprescindible para ella, es decir, capacidad subjetiva y afición personal, que permitan convencer y mandar. El perfil de esta vocación se hace necesario para definir al político verdadero y no confundirlo con quien le sustituye, a la manera como lo hace el producto sucedáneo con la mercancía auténtica. Ello nos lleva, lógicamente, para evitar todo confusionismo, a una fijación de límites entre la verdadera y la falsa política. Por eso, un esquema completo de la cuestión que nos ocupa nos obliga a hablar de sujeto activo del quehacer político, es decir, del político y de la tarea que se propone realizar con dicho quehacer y, por tanto, de la Política.
El político.
Las causas que mueven al quehacer político son muy diversas: responder a una vocación, hacer una carrera profesional, embarcarse en una aventura, procurarse una distracción. El quehacer político es, en el primer caso, respuesta a una llamada; en el segundo un «modus vivendi»; en el tercero, oportunismo pragmático; y en el cuarto y último, un simple divertimento ocasional.
Sólo en el primer caso se define el político auténtico, atraído por «la necesidad, fecundidad y nobleza de la acción política» (Pablo VI a la «Unión Interparlamentaria europea», 23-IX-72).
Ahora bien; en tanto en cuanto la acción política es algo más que administración, orden público, abstracción ideológica, instrumentalización técnica o halago a la multitud, al político no le puede remplazar, so pena de que la acción política degenere, ni el burócrata, ni el policía, ni el intelectual, ni el técnico, ni el demagogo.
La acción política requiere a su servicio: una buena administración, pero que no puede reducirse a pura burocracia mecanicista; orden en la calle, pero fruto del orden interno que surge de la justicia de la comunidad; ideas que presidan la tarea, como impulso y como meta, pero sin caer en el sueño engañoso y desmoralizante de una utopía imposible; técnica adecuada, como especialización operativa y nunca como ídolo que acaba convirtiendo al hombre en «robot»; poesía emocional, que cautive al pueblo y lo incite a construir, pero nunca descargas pasionales que lo envilezcan o discursos o medidas de gobierno aduladoras y serviles para el logro de la simpatía y un aplauso ocasional y utilitario.
Cualidades del Político.
Si el político es el que tiene capacidad subjetiva para su quehacer propio, es decir, para la tarea de gobernar, aquélla requiere determinadas cualidades, sin las que resulta imposible que el hombre que responde afirmativamente al llamamiento satisfaga las exigencias de su vocación. Siguiendo en parte a Leopoldo-Eulogio Palacios en su libro «La prudencia política» (Editorial Gredos, Madrid, 1978, págs. 119 y ss.), las cualidades de los políticos han de ser, en el orden cognoscitivo y en el preceptivo, las siguientes:
a) De orden cognoscitivo:
Buena memoria que le depare una información correcta del pasado;
Intuición que le permita contemplar sin dificultades el presente;
Profetismo que le faculte para vislumbrar y gobernar de cara al futuro;
Docilidad que le haga prestar atención al magisterio de otros;
Agilidad mental que sin perjuicio de ese magisterio, le habilite para el estudio;
Razón industriosa que le facilite el uso hábil de los conocimientos adquiridos.
b) De orden preceptivo:
Circunspección para atender a las múltiples y variantes circunstancias de tiempo y lugar;
Cautela para evitar los obstáculos, distinguir el amigo del enemigo público, lo que es nocivo y lo que es útil a la república;
Valor sereno ante el peligro;
Voluntad para superarlo.
Mística y acción del político
El político auténtico sabe conjugar, casi de modo intuitivo, la mística con la acción sobre la materia fluida en que la misma acción se proyecta; y tal conjunción se produce porque la mística no se identifica con el mito, que es falso, sino con lo místico, que, no obstante permanecer oculto e invisible, es verdadero. De esta forma, el político por vocación no deserta, aunque trepide su intimidad profundamente sensible ante la obra ardua y jamás conseguida de informar plenamente y de conformar de un modo absoluto los materiales que se le ofrecen según el arquetipo doctrinal que admira y desea.
El político puede y debe tener, en determinadas circunstancias, espíritu revolucionario, pero no debe ser tan sólo un revolucionario. El político que es tan solo un revolucionario, no realiza jamás la revolución proyectada, porque, falto de visión o su puesto lo ocuparan quienes gozan de talento práctico, o, siguiendo al frente de la misma, la convierte en un caos que acaba resolviéndose con la tiranía.
El político auténtico, y me refiero al político cristiano, conjuga igualmente el «finis operis» con el «finis operantis», es decir, el fin de la obra política, con sus leyes propias, que a veces permiten calificarla de neutral, como una ley de transportes que podría subscribir un político ateo, y el fin que el político se propone con esa ley, y que no es otro, en nuestro caso, que un servicio al bien común.
El político se entrega a su labor con ánimo de sacrificio. Sabe que aquél que se mete a redentor es crucificado y, no obstante, acepta de antemano la crucifixión, con tal, si es posible, de redimir. Ese espíritu de servicio y de sacrificio de que hablaba un gran pensador, le hace traspasar plenamente su vocación de las virtudes cardinales:
Virtudes cardinales del Político
Fortaleza , que evita o frena el efecto desmoralizador de la incomprensión, de la ingratitud y de la traición;
Templanza , que evita o frena el orgullo que puede deparar el éxito y la desesperación que puede producir el fracaso;
Justicia , que evita o frena la tentación de inclinarse por lo útil, beneficioso o conveniente, sacrificando la obligación de dar a cada uno lo suyo;
Prudencia , que evita o frena el desbocamiento intemperante, que lo mismo precipita a la acción, que la anquilosa por abulia o cobardía.
El político cristiano, en fin, como ha escrito Leopoldo-Eulogio Palacios (Ob. Cit. Página 161), «cuando alcanza el punto de su perfección, obra impelido por una ola espiritual en cuya cresta reluce el sol de la abnegación, renuncia al egoísmo en aras del bien común y hasta se entrega a la muerte por su pueblo». Tal es el caso, entre otros, de los que podríamos llamar héroes nacionales.
La política
Si el quehacer político postula como sujeto estimulante un hombre con la dotación expuesta, conviene que ahora expongamos qué es y en qué consiste la Política con mayúscula para no confundirla con alguno de sus ingredientes, que al identificarla con ellos la transforma en farsa.
En esta línea, es preciso señalar que la Política puede contemplarse desde el plano filosófico, y entonces se define como Ciencia; desde el punto de vista de la sensibilidad, y entonces se define como Arte; desde su operatividad instrumental, y entonces se define como Técnica; desde los valores que moviliza y entonces se define como Virtud; desde la participación que comporta en la tarea superior de gobierno, y entonces se define como Providencia.
La Política como Ciencia
La Política como Ciencia descubre, enumera, da a conocer y estudia los principios en que se apoya y el objeto que con ella se persigue. En síntesis, y como ya tuvimos ocasión de decir, tales principios son: el del origen divino de la comunidad civil y del poder político; el de la naturaleza social del hombre; el de la consideración del gobernante como ministro de Dios; y el del bien común integral, inmanente y transcendente, como fin de la comunidad política, de la autoridad que la rige y del ordenamiento jurídico.
La Política, ciencia arquitectónica, según Aristóteles, es para Santo Tomás «la principal de todas las ciencias prácticas y la que dirige a todas, en cuanto considere el fin perfecto y último de las cosas humanas (pues) se ocupa del bien común, que es mejor y más divino que el bien de los particulares».
Ahora bien; no basta poseer la Ciencia política para ser político, como no basta ser un magnifico profesor de derecho para ser un gran abogado; y ello por la sencilla razón, como dijo Pablo VI (Discurso a la Asamblea de la Unión Interparlamentaria, 23-09-1972), de que la acción política no se desarrolla en abstracto, sino mediante el contacto con la realidad humana concreta… Una acción política separada y extraña a la realidad humana sobre la que pretende ejercerse, deja de ser acción política (y se queda) en una acción en el vacío, con todos los peligros que este vacío encierra».
Ello quiere decir que la Política, además de Ciencia, y por ser Ciencia práctica, que pone en acción los principios para conseguir los fines, se comporta como Arte y como Técnica.
La politica como Arte
Acierta, pues, el Cardenal Enrique y Tarancón (Ob. Cit., página 105), en una de sus «Cartas cristianas», cuando dice que «la política es principalmente arte de realidades más que de principios. Existen principios que habrán de orientar toda actuación política (pero) ésta deberá atemperarse por necesidad a las realidades de cada país, de cada época histórica y aun a las posibilidades de una gestión eficaz».
Por ello la política -«arte difícil y noble» («Gaudium et Spes», nº 75)- es una creación artística previa a la proyección exterior, y luego a modo de obra presentida, esbozada en la intimidad, a la manera del cuadro, de la escultura, del poema o de la música, que surgen de la sensibilidad herida y excitada, pero que aún no se han manifestado en el lienzo la piedra, la estrofa o el violín; y precisamente porque a la luz de los principios, contemplando la realidad, la política demanda una manifestación que la haga tangible, hay que considerar también a la política como técnica.
La política como Técnica
Una técnica que permite manejar hábilmente los recursos de la comunidad, como maneja el pintor los pinceles y colores, a fin de dar vida al esquema alumbrado en su interior.
Ahora bien; reducida la Política a simple arte -desconectada de su Ciencia-. No tiene más explicación que el éxito, y el éxito se reconduce al esquema interior aludido.
La política así, como arte y como técnica, se convierte en maquiavelismo sin escrúpulos, que santifica la razón de Estado, o en activismo, que busca su justificación solo en las obras, tanto más eficaces cuanto más sofisticado sea el rigor técnico empleado par lograrla. Identificada la política con el arte o con la técnica, o con ambas a un tiempo, la política se desarraiga de su territorio moral, independizándose de toda preceptiva superior. Si la política es tan sólo instrumentalidad operativa, se hace tecnocracia y burocratismo para el desarrollo, la acumulación de bienestar y el aumento de la riqueza y del consumo.
En cualquier caso, la política, vaciada de su propio contenido, es incapaz de cumplir con su tarea ordenadora de la nación, cuando, como arte, no consigue el éxito de la obra perfecta o cuando, por fallar los elementos disponibles, el desarrollo se detiene o aniquila. Sólo la política como haz de Principios y de fines -es decir, como Ciencia, que pone en acción un temperamento artístico, sirviéndose de la técnica-, puede ofrecer garantías de estabilidad a un pueblo en los trances difíciles de su historia apelando a la virtud -palabra que significa fuerza y también virilidad- que ha cultivado con esmero. De aquí la consideración de la política como virtud.
La politica como Virtud
Como virtud cardinal o moral y como virtud teologal, la política es una realidad moral, que como indica Leopoldo Eulogio Palacios, debe moralizar el arte que la impulsa y la técnica que utiliza, toda vez que la moralidad de los principios y de los fines de la Política verdadera postula la moralidad de los medios empleados. Pues bien; sólo la prudencia permite que el arte y la técnica funcionen como medios al servicio de la Política, y que la política se ordene, no tanto al éxito o al desarrollo -que cuentan, naturalmente- como a la bondad intrínseca que proporciona a los súbditos.
Pero la Política verdadera es un desbordamiento de la Caridad. Pío XI, en su discurso de 1927 a la Federación Universitaria italiana, decía: «El dominio de la política… mira los intereses de la sociedad entera, y bajo este aspecto es el campo de la más vasta caridad, de la caridad política, de la que podemos decir que ninguna otra supera, salvo la de la religión. Y así -concluye Pío XI- deben considerar la política los católicos».
Esta incursión de la Política en la caridad, la vislumbró Donoso Cortés, como explica Alberto Caturelo («El hombre y la historia», Editorial Guadalupe, Buenos Aires, 1959, págs. 183-4), al denunciar la progresiva «represión exterior» que supone la fuerza física, representada por los Cuerpos de seguridad del Estado -cada día más numerosos, con más y mejores medios represivos- como único recurso para mantener el orden perturbado diaria y gravemente, por la falta de aquel espíritu de apacible convivencia que produce y extiende la «charitas» política en el seno de la comunidad.
La tragedia que supone el Estado absorbente y totalitario, que destroza hasta la intimidad del ciudadano, que extorsiona y publifica todo y que todo lo invade, no tiene más explicación que la ausencia de la «charitas». El desplazamiento y alejamiento de la política de la órbita que la vincula a la teología, la proyecta como una bola de nieve que se precipita al abismo y engloba y engulle en su descenso, cada vez más veloz, cuanto encuentra a su paso. Solamente una detención varonil al descenso degradatorio de la falsa política, y una corrección de su rumbo, puede situarla en la órbita que le corresponde y transformarla en Política verdadera, es decir Política como prudencia y «charitas», y por ello, en la Política como Providencia.
La politica como Providencia.
Si la política es gobernar, y gobernar es prever y proveer, previsión y provisión; si la política supone autoridad en la comunidad, y la comunidad y la autoridad pertenecen al orden querido por Dios, la política ha de comportarse como participación humana -al modo de causa segunda- en el plan divino para el gobierno de la humanidad; como agente activo y promotor de la historia de cada pueblo; como adivinación programada o intuida en el momento preciso, de aquello que hace de lo futurible futuro y del futuro presente dominado, con aquella dominación o soberanía que al hombre le fue concedido, conforme al relato del Génesis.
Quizá sea un gran pensador, como hemos dicho en tantas ocasiones, quien ha esbozado en términos más sugestivos este encuadramiento teológico del quehacer político. La referencia a la política como restauradora del sabor de la norma, indica ya su pensamiento clarividente acerca del papel subordinado de aquélla a una preceptiva superior.
Pero donde este pensamiento alcanza la cima es cuando concibe la acción política como fruto del amor de perfección a la Patria, es decir, como desbordamiento de la caridad. Para este gran pensador, hay que distinguir entre «los que aman a su patria porque les gusta (y) la aman a golpe de instinto, por un oscuro amor a la tierra… con una voluntad de contacto… física y sensualmente» y los que -decía- «la amamos, aunque no nos gusta, con una voluntad de perfección».
Ese amor es el que ha de movilizarnos a nosotros como movilizó a los héroes nacionales y a tantos españoles, conocidos o desconocidos, en el curso de su historia, tantas veces secular. Esa movilización, que la caridad urge, pretende la predicación -en una sociedad apática, corrompida o estragada- de la buena nueva, que mantiene la esperanza -que no la espera marxista- en un resurgimiento nacional. Con ese amor esperanzado, sobre una fe teologal robusta, hay que encender amor, y encenderlo, como quería este gran pensador, no de una manera suave, sino resuelta, enérgica y viril, estando dispuestos, con ese amor y por amor a España, a ofrecer, incluso, el sacrificio del tiempo, del bienestar y de la fama.
Tal es la única interpretación auténtica desde el plano del quehacer político, de la estimación del hombre – que, con la Nación, uno de los Ejes del Sistema-, como un ser «portador de valores». Tales valores, en el hombre, gobernante o gobernado, no se alojan en un equipaje que llevamos con nosotros. Se trata, más bien, de valores incorporados a nuestra esencia, por no decir que son nuestra esencia misma. Tales valores deben funcionar como los talentos de la parábola.
No pueden enterrarse, para conservarlos. Hay que ponerlos en juego. De aquí que, como sugiere Horia Sima («El hombre cristiano y la acción política»), el alma no puede abandonarse a la mediocridad; ni el servicio a la Patria reducirse a una emoción lírica, pero inoperante; ni el amor a Dios, a una estratagema hábil para conciliarlo y hacerlo compatible con el amor a Belial. Tal es la predicación, que no la propaganda, que se precisa para cumplir el deseo de la «Gaudium et Spes» (nº 75); «educar políticamente al pueblo y, sobre todo, a la juventud».
De otro lado, la consideración de la Política como Providencia, que la levanta a su mayor dignidad, la intuyó también el pensador citado, cuando a partir de la dinámica de los valores eternos, que son los que definen al hombre, integra todos los quehaceres y, por tanto, el quehacer político, en el pálpito universal de la obra divina, ya que con ese quehacer político, hasta en la más humilde de las tareas diarias que impone, «estamos sirviendo, al par que nuestro modesto destino individual, el destino de España, de Europa y del mundo, el destino total y armonioso de la Creación».
Conclusiones
Las conclusiones que podemos formular, al termino de nuestro estudio sobre el quehacer político, son las siguientes:
· El quehacer político, por ser político, contempla unos principios y unos fines que la Política ofrece como Ciencia; pero por tratarse de un quehacer, de un «agere», se mueve en el terreno de las realidades y de las posibilidades, como arte y como técnica. Por hallarse amparado por una Ciencia la política no convierte el quehacer político en arbitrariedad u oportunismo. Pero por tratarse de una Ciencia practica, no paraliza dicho quehacer, sublimándolo y elevándolo a la nube de la especulación teórica.
· El quehacer político, por encaminarse a la construcción y a la actividad de un Sistema al servicio del hombre y de la comunidad política, ha de regirse por la virtud moral de la prudencia -ordenadora de los medios y de los fines- y por la virtudes de la caridad, que aspira al mejoramiento perceptivo, en todos los órdenes, el material y el espiritual, del hombre, portador de valores eternos, y de la nación en que el hombre vive e incoa su destino transcendente.
· El quehacer político es una participación del hombre que lo asume, en el plan divino o esquema providencial de la historia.
· El quehacer político no es un cometido profesional estricto, ni aventura pragmática u ocasional, ni distracción o pasatiempo de coyuntura, sino vocación sacrificada, compromiso servicial -para servir y no para ser servido-, y abnegación heroica.
· El quehacer político no es astucia maquiavélica que permite aparentar virtudes, o es una estrategia para engañar y triunfar, pero tampoco es falsa prudencia o «prudentia carnis», que reduce dicho quehacer a un pacto consensuante con el mal, a una cesión ideológica permanente, a una entrega concertada de posiciones al enemigo, a una adulación a la masa, que hace del político, no el conductor de un pueblo sino el monigote de la plebe.
· El quehacer político, inflexible en los principios, pragmático en sus aplicaciones, y moral en sus criterios, buscará siempre la edificación de un Sistema que la razón práctica, la prudencia política, el saber histórico, el talante personal y nacional y la circunstancia externa, aconsejan como el más idóneo y apropiado para el hombre y la comunidad en que dicho quehacer político ha de proyectarse, rechazando el mimetismo importador y los esquemas universales abstractos y ateniéndose al lema «revitalizar la tradición creando futuro».
· El quehacer político bueno descarta la ideología marxista y el «status quo» del liberalismo y nos exige aceptar la grandeza y servidumbre de un movimiento que de conformidad con las pautas expuestas en este artículo, sin vacilaciones ni cobardías se identifique, y comparezca ante la opinión pública, como un movimiento de carácter nacional y cristiano.
Sobre la historia del Partido Democrata Cristiano
“Durante los días 9, 10 y 11 de julio de 1954, en la ciudad de Rosario, en un salón y en dos casas de familia, una de ellas la del doctor Juan T. Lewis. Dicho encuentro contó con la presencia de 35 personas. Las invitaciones se efectuaron con gran sigilo, pues los personeros del régimen esperaban ubicarla y detener a sus componentes. Por esta razón un núcleo importante como el de Santiago del Estero, no pudo concurrir, al no ser avisado a tiempo.”
“La convocatoria abarcaba los siguientes puntos: 1º) Necesidad y posibilidad de un partido político de inspiración cristiana. 2º) En caso afirmativo, sus bases doctrinarias y su programa de acción. 3º) Organización y recursos.”
“… Por ese camino se logró el acuerdo mínimo para crear la “Junta Promotora Nacional de Partidos Políticos Provinciales de Inspiración Demócrata Cristiana“, compuesta por Salvador Busacca, Juan T. Lewis, Carlos Juan Llambí, Manuel V. Ordoñez y Juan José Torres Bas.”
“Así se echaron las bases del Partido Demócrata Cristiano. Aquella Junta Promotora, cumplió una tarea ímproba en la clandestinidad.”
“El paulatino cercenamiento de las libertades y la posterior persecución por parte del régimen, determinó una reacción de los católicos argentinos en defensa de sus derechos. Así fue que se lanzan decididamente a la conspiración para derrocar a la tiranía, miles de planfletos comienzan a circular y por primera vez multitudes vibrantes manifiestan públicamente su disconformidad hacia Perón y sus colaboradores. Cabe recordar en la Capital Federal: las del 8 de diciembre de 1954, Jueves Santo de 1955 y la inolvidable procesión de Corpus Christi, el 11 de junio del mismo año, que reúne a 150.000 personas, pese a la prohibición impuesta por el gobierno”
“En ese clima de incertidumbre nacional, la Junta Promotora, se dedicó de lleno al estudio de los problemas políticos, económicos y sociales, la difusión de los principios esenciales de la DC, en las provincias y en la preparación de la plataforma política”
“Cuando Perón lanza su llamado a la “pacificación nacional”, tras los hechos de junio, el 11, manifestación católica, el 12 ataque a la Catedral Metropolitana y detención masiva de dirigentes católicos, el 16 del mismo mes, revolución frustrada e incendios y saqueos de templos en la Capital Federal como represalia al alzamiento – la Junta Promotora hace público el 13 de julio de 1955 su histórico manifiesto, fechado el día 11 y entregado el 12 en la Casa Rosada: “La Democracia Cristiana Argentina al pueblo y al gobierno”, cuyo análisis histórico – económico – político, sereno, valiente y esperanzado, llamando a una concordia sin claudicaciones, constituyó un impacto en la opinión pública del país.”
Ricardo G. Parera, “Democracia Cristiana en la Argentina los hechos y las ideas”, Ed. Nahuel, Bs. As., 1967, págs. 80-83.
Entrevista aAlberto Ongania, Liceciado en Marketing, Vice Presidente del Partido Democrata Cristiano de CABA.