En un sentido amplio, el conservadurismo manifiesta el miedo instintivo que tienen los seres humanos al cambio repentino y drástico. También expresa una tendencia (hasta cierto punto natural) a actuar como lo hacemos habitualmente. En un sentido más estrecho, el conservadurismo es una de las posiciones en filosofía política más influyentes después de la Ilustración. Algunos la consideran antimoderna, mientras otros la consideran una de las respuestas más prometedoras frente a los desafíos de la modernidad.

Suele afirmarse que el conservadurismo, como una posición política reconocible, surge a partir de las críticas que Edmund Burke realizó a la Revolución francesa. Para muchos (a diferencia de Burke) dicha Revolución opuso la razón humana frente a la autoridad feudal irracional, y tuvo como objetivos el de mejorar la condición humana a partir de la reforma de las instituciones políticas, y el de establecer principios éticos y políticos a partir de la razón y no de la tradición y autoridad establecidas. Para los conservadores, por el contrario, el jacobinismo revolucionario (su opuesto histórico) fue el que llevó al terror revolucionario francés. La actitud ilustrada fue la que gestó la guillotina de Robespierre.

Fueron los discípulos franceses de Burke los que acuñaron el término ‘conservateur’. Amparado en las ideas de Hume, Burke asumió que la razón humana es hasta cierto punto impotente, por lo que la mente depende de manera necesaria de la costumbre y el hábito. Burke se pronunció con vehemencia en contra de cualquier esquema revolucionario y utópico que asumiera que la naturaleza humana es perfectible. Como señaló el célebre ensayista Christopher Hitchens, Burke ofreció buenas razones para considerar que las revoluciones devoran a sus hijos y se convierten en aquello que combaten. Al igual que Burke, Samuel Taylor Coleridge pensaba que, si las revoluciones son una medicina en contra del estado actual de nuestras instituciones, la medicina ha demostrado ser más costosa que la propia enfermedad.

El conservadurismo original era profundamente tradicionalista, y continuó siéndolo. Los revolucionarios se equivocan (a ojos del conservador) en dar por sentado que pueden discernir racionalmente tanto las desventajas como las ventajas de las instituciones existentes. Siempre hay más ventajas en ellas de lo que le parece a la razón crítica. Por ello, los conservadores creen que el contrato social es por naturaleza intergeneracional.

Para los conservadores la tradición es un continuo entre lo individual y lo social, por lo que es inmune a la crítica racional. Para Burke las instituciones emanan una sabiduría práctica que resulta imposible articular teóricamente y que se transmite a través de la cultura. El conservador parte de lo probado y de la sabiduría latente del instinto, la costumbre y el prejuicio, los cuales se acumulan a lo largo de las generaciones. El prejuicio burkeano (piensa el conservador) no conduce de manera necesaria al fanatismo ni a la superstición, sino que refleja un consenso ancestral de opiniones. Limitado como es el ser humano, no puede confiar en su sola razón, sino que depende del prejuicio. Contrario a lo que podría pensarse, el prejuicio no es irracional, más bien suplanta a la razón individual por la colectiva. La primera resulta del todo impotente para discernir el funcionamiento de las instituciones, su proceso de adaptación comunitaria y los principios en los que se fundamentan. Por tanto, para los conservadores, la razón sólo opera dentro de la previa estabilización no racional que nos brindan los prejuicios.

En resumen, el conservadurismo es una posición que se opone a la presunta exageración utópica sobre el poder de la razón teórica y la posible perfectibilidad humana. Como posición política, su punto es epistemológico: uno no puede conocer los principios generales cuya implementación beneficiaría al funcionamiento de la sociedad. En este sentido, resulta escéptica con respecto a la función de la razón teórica en la política. Por ello confían en el prejuicio educado que postuló Burke. Los conservadores son escépticos con respecto a la planificación constitucional, cultural y económica a gran escala. Son escépticos también sobre el papel del Estado, por lo que depositan su confianza en la familia, la propiedad privada y la religión. Son afines al comunitarismo, en tanto que consideran que las comunidades locales evalúan mejor sus necesidades que los burócratas estatales. Desdeñan la innovación, y consideran que cualquier reforma debe tener una base práctica, no teórica.

El conservadurismo ha sido sometido a diversas críticas, las cuales suscribo. James Mill, padre del filósofo John Stuart, consideró, por ejemplo, que los conservadores son veneradores injustificados de lo antiguo, pues admiran artificialmente lo que existe, en especial lo que ha existido durante mucho tiempo. No sin ironía escribió: “[Para Burke] todo debía ser protegido, no porque fuera bueno, sino porque existía. El mal, para convertirse en objeto de reverencia a sus ojos, sólo requería realizarse”. Otros consideran que el conservadurismo es una posición que justifica la desigualdad y el privilegio, y que respalda en la esfera política las relaciones de autoridad que exigen dichas desigualdades y privilegios. Dado que el disfrute conservador del presente es inviable para millones de personas, algunos consideran que la aversión conservadora al cambio puede consistir en una mera evasión de los problemas que aquejan a los menos aventajados y en una excusa para no trabajar para mejorar las cosas. Por último, el conservadurismo perpetúa un sistema social que beneficia sólo a aquellos que dicen que éste es inevitable.

Por último, para Friedrich Hayek donde mejor puede apreciarse la diferencia entre la sensibilidad conservadora y la liberal es en la actitud que tienen frente al progreso científico: “El liberal no comete el error de creer que toda evolución implica mejora, pero considera que la ampliación del conocimiento constituye uno de los más nobles esfuerzos del hombre y piensa que sólo de este modo es posible resolver aquellos problemas que tienen una humana solución (…) Uno de los aspectos para mí más rechazables de la mentalidad conservadora es su oposición, por principio, a todo nuevo conocimiento, por temor a las consecuencias que, a primera vista, parezca que va a producir. Dicho de manera clara, lo que me molesta del conservador es su oscurantismo (…) Sólo participando de manera activa en la discusión científica podemos, con conocimiento de causa, atestiguar si los nuevos descubrimientos confirman o refutan nuestro anterior pensamiento. Si llegamos a la conclusión de que alguna de nuestras creencias se apoyaba en presupuestos falsos, estimo que sería incluso inmoral seguir defendiéndola pese a contradecir abiertamente la verdad”.