Karin Silvina Hiebaum
Psicoterapeuta
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Vivimos en una sociedad y en una época globalizada. Si bien el desarraigo y la emigración no son fenómenos nuevos, actualmente ocurren cada vez más en la vida de las personas y pasan a formar parte de las mismas. Cada persona presenta una serie de motivos muy significativos por los que emigrar y alejarse de su entorno, contexto, país de origen, hogar.

Existen diversas razones que nos mueven e impulsan a las personas a emigrar y a cambiar el escenario de nuestra historia y realidad. Varias veces estas motivaciones o causas se deben a un trabajo, a un puesto en otro país, a estudios o formación en otro idioma y cultura, relaciones vinculares, viajes, aventuras, búsqueda de nuevas oportunidades económicas, crecimiento personal, voluntariados, entre otros. De esta forma los desplazamientos, los viajes, los aeropuertos, las esperas, los encuentros, los desencuentros y las despedidas han pasado a formar parte de nuestra nueva y compleja realidad”.

El desplazarse de un sitio a otro, las migraciones, las compañías extranjeras e internacionales, el rápido avance de la tecnología y comunicación, la globalización e integración, hacen que afrontemos la vida de un modo más dinámico y auténtico. Este fenómeno social y cultural produce un gran impacto en nuestro mundo emocional. Las distancias se acortan, nuestros objetivos se hacen más palpables y nos convertimos de esta manera en “ciudadanos del mundo”.



¿Qué es emigrar?
Dejar nuestro lugar de origen, nuestro país, nuestro sitio de referencia y pertenencia supone pasar por un proceso de duelo. Este proceso conlleva aceptar que nuestros vínculos y personas más cercanas afectivamente no formarán parte de nuestro nuevo destino, entorno, país. Deberemos en algunos casos tolerar la ausencia de nuestra familia, amigos, mascota, idioma, costumbres, cultura. El período o tiempo de adaptación no es un proceso inmediato. Este requiere de un tiempo y por más que la persona logre adaptarse al nuevo entorno de forma saludable, muchas veces puede sentirse extraña y angustiada ante los nuevos cambios vividos.

La emigración y el desarraigo suelen ir acompañados de sentimientos de angustia y soledad, frustración, miedo y rechazo a los desconocido, incertidumbre, inseguridad, sensación de extrañamiento, pérdida de la identidad, entre otros estados esperables ante la compleja situación experimentada. Según Belmonte Lara y otros, “…la Identidad es el sentimiento de mismidad logrado por el individuo a través del suceder temporal y las experiencias cambiantes biológicas, familiares y culturales, que le permiten mantener un grado de cohesión y estabilidad más o menos uniformes”.

Las personas podemos sentirnos extrañas cuando nuestros contextos y condiciones externas cambian, debido al proceso migratorio. Nuestra sensación de sentirnos y ser nosotros mismos se ve alterada, dado que, es necesario, adaptarnos y tejer una nueva historia en la nueva realidad elegida, asignada. Es muy relevante el desamparo que sufren las personas a partir del desarraigo ya que no solamente pierden o se alejan de la estabilidad de sus relaciones afectivas sino además de sus costumbres, sus rutinas, su barrio, sus trabajos, amigos, familias. Aspectos que hacen a su identidad y a su mismidad, los cuales deberá volver a sembrar, desarrollar y a gestionar.
Afrontando el desarraigo…
Si bien cambiar de sociedad, de cultura y de país no es un proceso fácil a nivel emocional, existen una serie de recursos internos que podemos desarrollar para afrontar esta situación. A veces resulta importante pedir ayuda profesional ya que existen diversas terapias que nos ayudarán a gestionar el estrés que nos causan los fenómenos de desarraigo y de emigración.

Es necesario para la persona que emigra y atraviesa por el proceso de desarraigo, contar con contención afectiva y con una red social de apoyo. De manera que el grupo, los vínculos y las interacciones sociales le ayuden a desarrollar un nuevo sentimiento de pertenencia y la identidad. Como mencionó la autora Simone Weil: “Un ser humano tiene una raíz en virtud de su participación real, activa y natural en la existencia de una colectividad que conserva vivos ciertos tesoros del pasado y ciertos presentimiento de futuro”.

Tanto el desarraigo como la emigración tienen que ver con un proceso de crisis. Las crisis y los cambios forman parte de la vida. Estos nos entrenan y ayudan a desarrollar nuestro modo de ser, nuestra personalidad. El desarraigo es una crisis en sí, porque a partir de él se desorganiza nuestra identidad, nuestro conocimiento de nosotros mismos. Perdemos nuestras características, el sentido de pertenecer a un determinado sitio, con una cultura determinada, idioma, valores, creencias y costumbres.

La identidad es nuestro sello, nuestra huella, nuestra marca que nos distingue y diferencia del resto de las personas, lo que nos hace únicos. Sin embargo en determinadas ocasiones esta conciencia de identidad se ve disminuida.

Lo importante y positivo de estos acontecimientos es que toda persona que por diferentes circunstancias o motivos decide dejar su sitio para establecerse y comenzar en otro, es una persona con mucho valor, valentía y con una significativa autonomía personal, fortaleza interna y recursos. Sin ellos no podría emigrar y desarrollarse en otro contexto distinto al suyo. Todo aquel que emigra se lleva la experiencia de saber cómo es pertenecer, adaptarse y convivir en una sociedad en donde seguramente los valores, los códigos y las costumbres son diferentes.