Karin Hiebaum de Bauer

A pesar de diferencias y excesivas mal expresiones en su vocabulario diario, tomo sus malos modales como falta de madurez…

Para Milei, su soledad práctica le sirve para atacar lo que él siente de manera unívoca: la impostura de los pactos, de los acuerdos e incluso del amor, es decir, todo aquello que no se puede medir en términos de beneficio. En este punto, es el primero que realiza y pone en escena un individualismo absoluto y logrado, siendo que habla por él mismo y desde él mismo contra los demás, todo para él es un fraude o una estafa, sólo es verdad el beneficio privado y los que dicen otra cosa mienten.
Indiscutiblemente esta dimensión narcisista, fuente última del egoísmo y del individualismo está presente de un modo más o menos velado en todxs los seres humanos. De allí el éxito que implica exhibirlo sin trabas y su atractivo para muchos. Es una estatua animada por el Ego y no existe nada que lo arranque de sí mismo. Solo se perturba cuando no son escuchadas las buenas razones de su propuesta: una dictadura neoliberal donde quede arrasado todo aquello que no ingrese a la lógica del Mercado. Sin embargo, y esto es lo que interesa, se le escucha otro mensaje: mientras los políticos de inspiración nacional y popular o de izquierda, hablan de cuestiones que se representan como entes abstractos (a pesar del daño concreto que provocan) como la Deuda, el Fondo, el capitalismo financiero, etc; Milei ataca a personas concretas (lo que él denomina “la casta”). Como todo ultraderechista que se precie, más allá de sus teorías, sus ataques se hacen a personas que vemos todos los días en los medios de comunicación.

Hacía mucho tiempo que quería escribir esta entrada pero un episodio de público conocimiento en el mundillo liberal argentino –permítanme no definirlo- ha precipitado mi decisión.

Llegó a la televisión como un experto economista, pero a pura verborragia se convirtió en una figura cotizada por cualquier ciclo televisivo

Yo siempre he dejado que cada uno siga su camino. Muchos, en cambio, no han hecho eso conmigo pero ello no me ha hecho cambiar de conducta. ¿Conocen alguien que haya sido atacado por mí, criticado ácidamente por mí? Tal vez algunas ironías sobre algunos autores, que no son lo mejor de mi producción, obvio, o algunos que se han sentido ofendidos por mí por el modo en el que contesto –que si largo, que si corto, que si respondo con alguna cita, que si no les respondo, que no les respondo lo que ellos quieren que les responda (este último caso es genial y muy habitual)- pero nunca, a pesar de ello, he intentado molestarlos, son ellos los que se han molestado.

¿Así que qué tengo contra Javier Milei? ¡Nada! Es un excelente economista liberal, que además tiene la característica singular de agarrarse a puteadas con todos los kirchneristas en los programas de televisión para los cuales hay que tener huevos al cubo y nervios de acero. Eso lo ha hecho popular, nos divierte a todos y…… Ok. ¿Es mi camino? No, no sólo porque mi super yo es muy fuerte como para putear así, sino porque no podría aunque quisiera. Y casi nunca he estado en la tele, pero estoy seguro que me pasarían por encima en tres segundos mientras yo comienzo a pensar las implicaciones epistemológicas de lo que me están diciendo. Así que mi camino es uno, el de Javier es otro, y bendita sea la diversidad.

Simplemente, muchas veces me he preguntado si el modo de hablar no es parte misma de lo que se dice, porque hace 24 años que enseño filosofía de la comunicación –una faceta mía desconocida para muchos, excepto en la Universidad Austral, claro- y sé que el medio es el mensaje. Mi manera de explicarlo no es con los textos de McLuhan, sino sencillamente con los juegos de lenguaje de Wittgenstein.

Wittgenstein es el gran autor del giro lingüístico porque se dio cuenta de algo esencial: el lenguaje es acción. El lenguaje no describe la realidad, la hace. NO porque yo diga “torta” y la torta se haga, sino porque el hablar es parte esencial de mundo de la vida humano. Nuestro modo de hablar co-hace la realidad, y por eso las palabras construyen los imperios y los destruyen. Los juegos de lenguaje no son más que lo cultural del hablar (NO en sentido de «culto»), que nunca puede ser neutro de la cultura que lo habita. Por ende es verdad que el lenguaje habla, y al hablar hace o des-hace.

Muchas veces les pido a mis alumnos que vean este gran discurso. Es una de las obras maestras de Chaplin. Les pido que lo vean y luego sigan:

Impresionante, por cierto. Hubiéramos necesitado un liderazgo así.

Sin embargo, el discurso tiene una tensión latente. Lo que dice es hermoso, habla de paz, pero usando el mismo estilo de Hitler. Ello pocas veces se advierte. Y el problema es: ¿hasta qué punto se puede hablar de paz usando el mismo estilo de Hitler? ¿Qué percibirá la audiencia? ¿No estará percibiendo un llamado a la revolución por la paz? Pero, ¿cómo se hace una revolución por la paz que no sea en sí misma violenta?

Esto tiene que ver con el nivel sintáctico-semántico del lenguaje y con su nivel pragmático. Habitualmente pensamos que el lenguaje es sólo lo primero, olvidando que es esencialmente lo segundo. El primer nivel es el texto; el segundo el con-texto. ¿Qué dice el texto sin contexto? Casi nada, “casi” porque es “algo” que pasa de la potencia al acto de sentido sólo con el con-texto, esto es, el nivel de lenguaje que tiene que ver con el sentido que se da entre el que enuncia el mensaje y el que lo recibe. Porque nadie habla in abstracto, nadie dice “algo”, sino que “alguien dice algo para algo y para alguien”, desde su propio mundo de sentido hacia el otro mundo de sentido.

Por ejemplo, ¿a quién se dirigía Santo Tomás con sus pruebas de la “existencia” (él no usaba esa loca palabra) de Dios? Algunos tomistas aún piensan que se dirigía a los agnósticos. No, se dirigía a San Anselmo, que NO era agnóstico. ¿Y entonces? ¿Cambia la cosa? Claro que cambia. Cambia el sentido de las vías, nada más, ni nada menos. Contexto.

Esencial.

Ahora bien, los modos de lenguaje típicamente argentino-porteños tienen una carga cultural de agresividad que hay que saber manejar y entender con cuidado. Eso quiere decir que si usted recibe a un anglosajón para hacer un negocio y le habla en el mismo juego de lenguaje que Darín usa para hablar en la peli “El secreto de sus ojos” (dije juego de lenguaje, no dije idioma) el horror del pobre anglosajón sería terrible (como sucedió entre el modo de hablar de Wittgenstein y los miembros de la “faculty” de Oxford más o menos en el 20-21) y, por supuesto, adiós su negocio.

Términos que yo no uso nunca, ni en mi vida más íntima, pero que ahora no tengo más remedio que escribir, como boludo, pelotudo, y otras palabras que ni siquiera puedo escribir como ejemplos, combinados con el “che”, “andá”, “hacés”, etc., conforman mensajes con un nivel de agresividad muy alto. Hemos aprendido a manejarlos, a hacer como si nada, sí, pero yo, por ejemplo, que no fui educado en Argentina sino en la casa de mi padre (¿se entiende?) cuando “salgo afuera” no tengo más que tener los “shields on” o de lo contrario no lo soporto.

Ahora bien, frente a eso, el planteo académico es: una doctrina como el liberalismo, que esencialmente un llamado a la paz, la convivencia con los diferentes, la tolerancia del otro, ¿puede usar el juego de lenguaje argentino sin entrar en una contradicción intrínseca?

Me responderán: pero entonces “no llegamos” a la gente.

Allí los liberales (en general) son muy ingenuamente racionalistas. Gente, no se puede llegar a la gente, y el liberalismo no se basa en llegar a la gente. No se puede llegar a la gente (estoy jugando con el lenguaje, sin precisión de otro tipo) porque si por “gente” (ahora lo estoy precisando) entendemos “las masas”, tanto Ortega, como Freud, como Fromm –autores muy poco leídos por los austro-liberales- nos han ensañado que las masas viven en un mar irracional de alienaciones a las cuales no se puede llegar racionalmente. Por eso a esas masas llegan Perón, los Kirchner, los Hitleres, etc., pero no pudo llegar el santo de Alsogaray con su pizarrón y sus razonamientos por televisión. A veces hay estadistas que sí llegan, como un Mandela o un Gandhi, pero porque son excepciones que lo que hacen es una psicoterapia social con su discurso. La política no se puede basar en la espera de esas excepciones milagrosas. El liberalismo se basó en el desarrollo de instituciones fuertes precisamente para moderar, con ese elemento aristocrático, al elemento democrático, y eso fue EEUU. Pero cómo reproducir históricamente la evolución (Hayek) hacia esas instituciones fuertes, limitantes de dictadorzuelos y populachos, es la pregunta del millón y les aseguro que no hay respuestas simples.

La conclusión, por ende, es no desesperarse por llegar a las masas alienadas ni usar para ello juegos de lenguaje contradictorios con nuestro ideario. Y una advertencia para liberales y también para sacerdotes y obispos: su misión es educar, elevar la cultura, no abajarse. Si no se puede, no se puede, pero nadie puede usar el lenguaje de Maradona (NO el médico) para explicar Einstein, ni nadie puede tocar una cumbia para difundir a Mozart.

Ahora bien, esto es sólo mi opinión. A partir de aquí, tratando de acercarme al lenguaje de Javier, a quien todos queremos y respetamos: ¿quién M me creo que soy yo? Tal vez mi opinión es una M y mejor que me la meta en el (….). Dios dirá. Que cada uno siga su camino y en paz. Pero en paz. Por eso, Javier, no lo insultes a Adrián Ravier. Si lo hiciste, pedile disculpas, y si no lo hiciste, aclaralo. Sólo eso. Seguí tu camino, él el suyo, yo el mío, en la diversidad está la riqueza y Dios dirá a largo plazo qué pasa con todos nosotros y con este mundo terrible. Por ahora, te mando un abrazo, lleno de respeto, afecto y agradecimiento por todo lo que hacés para difundir las ideas y jugarte la presión arterial ante la mayoría de estalinistas que inundan la televisión…. Y el mundo.