Karin Silvina Hiebaum – International Press
El ajetreo de la ciudad, los horarios, los tacos, los edificios gigantes, el asfalto hirviendo, nuestro entorno. Es fácil olvidarnos que alguna vez todo esto fue tierra, montañas y bosques, que estamos más conectados con la naturaleza de lo que pensamos. El budismo nos recuerda que esta conexión y la importancia de cuidar el medio ambiente van más allá de dejar de consumir carne y productos animales.
El budismo y la naturaleza están unidos desde sus inicios. Cuenta la leyenda que Sidharta, luego de haberse instruido en el arte de la meditación durante muchos años, se sentó bajo el Árbol Bodhi, una higuera, con la determinación de no moverse hasta haber alcanzado la iluminación. El árbol lo protegió de los rayos del sol con su sombra, y luego le ofreció un refugio durante la noche. Se dice también, que en uno de los días se desató una fuerte tormenta, y de las raíces de la higuera apareció Muchilinda, el rey de las serpientes, quien se enroscó alrededor de Sidharta para protegerlo. Cuando Gautama finalmente alcanzó la iluminación, lleno de gratitud, se mantuvo una semana más, con los ojos abiertos, mirando fijamente al Árbol Bodhi sin pestañear. En la actualidad, cada 8 de diciembre, se conmemora la iluminación de Buda. En este día muchos seguidores, imitando al maestro, se toman un momento para meditar bajo las ramas de algún árbol cercano. Según la cosmovisión budista, la naturaleza no es algo externo al ser humano, sino parte de él y de su devoción.
A diferencia de la tradición y pensamiento occidental, que ve a la naturaleza como un instrumento y fuente de recursos, y que tiene una visión antropocéntrica, que eleva al ser humano por sobre los demás integrantes de la naturaleza, el budismo promueve una visión empática, de compasión y reverencia ante todas las formas de vida. Además, considera a las personas como parte de la naturaleza, con una conexión intrínseca, en la que si un elemento se ve afectado, los otros también sufrirán las repercusiones. El calentamiento global sería, sin duda, el ejemplo más claro y evidente, si consideramos que dentro de sus causas está el actuar irresponsable del ser humano. Si el ambiente sufre, nosotros también, y así lo vemos en el aumento de las temperaturas, los deshielos que causan aludes, los daños en las cosechas, etc. No deja de tener sentido, entonces, que el primer compromiso que debe hacer un monje budista sea: “yo me abstengo de destruir cualquier tipo de vida”.
El hecho de que en el budismo se crea en la reencarnación le otorga un mayor peso a esta noción de conexión y responsabilidad con nuestro entorno y la necesidad de cuidar de él. Y aún cuando otros posiblemente no compartan esta visión de la vida, sí es un hecho que las generaciones actuales engendrarán nuevas descendientes, y el futuro de su calidad de vida está en las manos de quienes nos relacionamos hoy con el planeta, y de quienes ya lo hicieron.
Karma, Dharma y naturaleza
Karma es un concepto que, me atrevería a decir, es bastante conocido en occidente. Nunca falta el amigo que bromea con que tiene mal karma cuando le ocurre algo malo, y no está lejos de la realidad. El karma, básicamente, es una ley de causa y efecto. Lo que decimos, pensamos y hacemos se refleja en nuestra experiencias. En este aspecto, no solo es importante lo que decimos, pensamos o hacemos respecto a los demás, sino también al ambiente. Una conducta negativa e inconsciente frente a la naturaleza, acarreará efectos negativos a corto o largo plazo. Según el budismo, la suma de nuestras acciones en una vida, determinará cómo seremos en la siguiente; el odio, el apego y la ignorancia, en definitiva, los malos actos, son vicios que nos llevarían a un mal karma, es decir, a una “mala” reencarnación y malas experiencias. Por otro lado, la eliminación gradual y a consciencia de las malas acciones, se traducirá en experiencias, cuerpo y entorno positivos, volviendo de nuevo a la noción de que estamos interconectados. La felicidad personal, tiene directa relación con la forma de tratar al entorno.
Por otra parte, el Dharma es quizás menos conocido, pero no por eso menos importante. Las enseñanzas de Buda, con el propósito de alcanzar la paz interior y felicidad completa, reciben el nombre de Dharma, que en sánscrito significa “protección”. La práctica constante de estas enseñanzas protegen del sufrimiento a quien las siga. Una de las consecuencias de la práctica del Dharma es vivir cerca de la naturaleza, dado que Buda, en sus enseñanzas, menciona que las personas deben vivir en un ambiente “apropiado”, lo cual no significa un buen barrio ni mucho menos vivir rodeado de lujos, sino, entre otras cosas, en un ambiente natural. Algunos monjes budistas han llevado esto al nivel de dejar que la naturaleza recupere su espacio en los templos, permitiendo que las raíces nazcan desde los pisos de piedra y las ramas de los árboles se introduzcan por las ventanas y espacios abiertos. El Dharma enseña también, que el ser humano debe amar y respetar no solo a los seres de su propia raza, sino también a los animales, las plantas y todas las formas de vida.
El Óctuple Sendero
La conducta ética que enseña Buda, se logra llevar a cabo siguiendo el camino del Óctuple Sendero, el cual suele ser representado por la rueda del Dharma, y que se basa en una amplia concepción del amor y la compasión por todos los seres vivientes. Cada uno de los ocho rayos de la rueda del Dharma representa una enseñanza y en relación al cuidado de la naturaleza y lo que mencionan sobre este, vamos a revisar tres de estos caminos: la Recta Acción, Recto Medio de Vida y Recto Pensamiento.
El camino de la Recta Acción implica, en primer lugar, el respeto por los seres vivos, abstenerse a destruirlos o dañarlos. Además, se debe ayudar a los otros a llevar una vida feliz.
El Recto Medio de Vida, establece que uno debe abstenerse de oficios y profesiones que produzcan daño a otros. En este sentido, el tráfico de armas, cualquier tipo de industria que mate o testee con animales, que produzca deforestación, contaminación del agua o el aire, erosión de la tierra, o que al afectar el entorno perjudique la calidad de vida de quienes viven cerca, queda fuera de lo que se determina un Recto Medio de Vida.
Por último, el Recto Pensamiento, se refiere a un pensamiento de amor por todos los seres y de no violencia. Este tipo de pensamiento es característico de la sabiduría budista, y se basa en abstenerse de un pensamiento de apego egoísta, mala voluntad, odio y crueldad.
De los templos a la comunidad
Los monjes y monjas budistas siguen ciertos preceptos morales que prohíben dañar la naturaleza. Existen votos sobre proteger la pureza del agua, no matar animales ni ningún ser sintiente y respetar la vida de los árboles, en particular de los más antiguos. En la actualidad, muchos devotos de templos budistas se han involucrado con las comunidades cercanas enseñándoles a reciclar, reforestar y a no contaminar el aire o el agua, además de ayudar a los animales que puedan encontrar dañados en su camino.
Desde luego todo lo anterior suena bastante agobiante. Dado el sistema de vida que tenemos, prácticamente todo a nuestro alrededor perjudica al ambiente. Las industrias textiles generan un daño enorme al ecosistema, y suelen tener condiciones laborales tremendamente nocivas para sus trabajadores (recomiendo ver documental The True Cost). La industria alimenticia, por otro lado, deja mucho que desear en cuanto a la crueldad con que se tratan a los animales (ver Cowspiracy o What The Health), la producción de plástico, la industria forestal no se quedan atrás y así suma y sigue. Sin duda hay problemas que se nos escapan de las manos, pero esto no significa que no podamos hacer nada al respecto y la solución está, como hemos visto, en partir por nuestras propias acciones y las enseñanzas del budismo se presentan como una guía universal perfectamente adaptable a nuestro día a día.
Ser conscientes de nuestro consumo de plástico y reducirlo utilizando bolsas de tela, envases de vidrio, evitar productos que vengan con un exceso de este material, reciclar lo más posible, entre otras acciones. Evitar productos que promuevan la crueldad animal, desde la comida hasta el maquillaje, tener ojo con las marcas de ropa que compramos, y cuánto compramos (recomiendo también el documental Minimalism), tratar con cuidado y respeto a los animales que se crucen por nuestro camino, preocuparnos de su bienestar y felicidad como si fuesen los propios. Estas son algunas acciones, hábitos, que poco a poco podemos ir incorporando y que responden a la enseñanzas budistas sobre la empatía, compasión y respeto por la naturaleza.
«El mundo se vuelve cada vez más pequeño, cada vez más interdependiente … hoy más que nunca la vida debe caracterizarse por un sentido de Responsabilidad Universal no solo de nación a nación y de humano a humano, sino también entre los humanos y otras formas de vida».
(Dalai Lama, 1987)