Karin Silvina Hiebaum – International Press
El fanatismo supone una intensa adhesión afectiva a una idea, socialmente compartida, a la que se concede un valor absoluto, que pretende ser realizada destruyendo cualquier obstáculo que se le interponga.
conjunto de ideas con determinadas características y creencias que hace suyas el sujeto fanático.
Según Javaloy5, la idea propia del fanático se caracteriza por ser absoluta, infalible, eterna, predestinada a vencer, norma suprema de acción a obedecer. Decreta aquello que es verdadero e irremplazable, ejerce un efecto sustractor de la mente a cualquier idea diferente que intente surgir8. Está marcada por la afectividad y, por tanto, ajena a argumentos racionales y objetivos fundamentados en la realidad y abomina, como asegura Alonso-Fernández3 del pensamiento lógico-racional. Su fundamento es emocional o mágico-religioso9.
La idea fanática o dogma se caracteriza, para Sor, citado por Ramírez Coronel10, por quedar aislada de la duda y de la hermandad con otras ideas; de esa manera, en el mundo interno y en la experiencia del individuo de desaloja al misterio, ya no tiene que averiguar nada, porque ya lo sabe todo y se impone una conclusión.
El pensamiento fanático es concreto y dicotómico, sin matices ni discriminaciones3, donde las ideas se han maximizado, sacralizado4, transformado en creencias que no admiten examen y excluyen la libertad de pensar.
Como vemos, el pensamiento fanático se sustenta sobre creencias, pero las creencias forman parte de la realidad cognitiva normal de la mayoría de las personas, podemos hablar por tanto de una cierta normalidad del pensamiento fanático.
“El fanatismo religioso quiere aniquilar el antidogmatismo, porque las religiones, todas, nos quieren sometidos, acríticos, estúpidos e irracionales”
El integrismo religioso es un mal en sí mismo sea cual sea su creencia de origen, sea cual sea la religión en la que se fundamente, y conviene reconocerlo y proclamarlo sin ambages. Indignarse ante el ataque terrorista al Charlie Hebdo no implica islamofobia, aunque algunos se empeñen en considerarlo así. También la llamada Santa Inquisición católica o el poder protestante son terrorismo religioso basado en el integrismo: desde los autos de fe, a las quemas de brujas, pasando por las condenas a Galileo o la muerte en la hoguera en Ginebra de Miguel Servet, condenado por los calvinistas. Y las muchas guerras que han asolado a la humanidad, y siguen haciéndolo, en nombre de un supuesto «dios», lo son igualmente. Porque, si no me equivoco, han sido siempre los monoteísmos: judaísmo, cristianismo e islamismo (por orden de aparición histórica) los que las han provocado y mantenido.
En el fondo, los ataques de los integrismos religiosos se dirigen siempre contra la libertad de pensamiento y su expresión. Y es que sus dogmas no resistirían ninguna crítica racional, por eso tratan de anular la razón prohibiendo sus avances, por eso se oponen al pensamiento crítico y tratan de impedirlo.
Además, los integrismos religiosos y los fanáticos que los encarnan, atacan todo aquello que nos emancipa como seres humanos, todo lo que nos permite progresar, como los avances de la ciencia. De hecho, se oponen a todo lo que nos permite vivir con mas dignidad y menos temor. En otras palabras, se oponen y tratan de impedir todo avance que pueda hacernos menos susceptibles al sometimiento ciego que la irracionalidad integrista necesita para existir.
El fanatismo religioso quiere aniquilar el antidogmatismo, porque las religiones, todas, nos quieren sometidos, acríticos, estúpidos, irracionales… para que obedezcamos mejor, para que obedezcamos «sin rechistar», literalmente. Y, naturalmente, suelen actuar en connivencia con algún poder político que los utiliza en provecho propio. Pero un cierto pudor parece impedirnos señalar las creencias religiosas que alimentan todos los integrismos y el papel alienador de las religiones a lo largo de la historia humana.
El fanatismo es inherente a la condición humana, es el peor pecado de soberbia del hombre, que cree estar en posesión de la verdad e intenta imponerla a otros hombres, aunque sea derramando sangre. Si hay un pecado que Dios no puede perdonar es que alguien mate en su nombre, nada hay más contradictorio.
El fanatismo es el peor pecado de soberbia del hombre