Karin Silvina Hiebaum – International Press
En la actualidad, pueden detectarse claramente dos doctrinas socio-económicas con robustas diferencias cuya disparidad en los resultados ha sido contundente. Por un lado, se encuentran los países de la Unión de Naciones Sudamericanas -UNASUR-que se orientan a aplicar políticas contracíclicas mediante una gran red de protección social, con fuerte presencia estatal y que utilizan los avances de la integración regional para articular políticas que contribuyan a compensar los impactos de la crisis internacional. Por el otro, la Unión Europea -UE- cuyos economistas ortodoxos, parece que no satisfechos con los errores cometidos en el pasado, vuelven a la carga con sus repetitivas recetas: recortar el sistema previsional, los salarios y el empleo público, reducir el déficit público como sea y sostener un Banco Central Europeo -BCE- cuyo único objetivo es combatir la inflación.
Los resultados son indiscutibles: mientras que los países sudamericanos siguen siendo los únicos en el mundo que en plena crisis internacional continúan creciendo mientras reducen la pobreza y la desigualdad (100afirmación incluso publicada por un medio conservador como The Economist); algunas economías europeas parecen ver cada vez más lejos la luz al final del túnel. La pobreza en España ya supera el 23%, el desempleo el 27% (100Grecia 25%) y la desocupación en jóvenes está por encima del 55%. El 25% de los griegos afirma no tener suficiente para comer. Han aumentado las tasas de suicidios, las protestas son cada vez más frecuentes y masivas pero se sigue optando por la represión y la negación de las mismas y hasta han resurgido grupos fascistas (100Grecia tiene 17 diputados que confesaron su nazismo). La pregunta que cabe hacerse es ¿cuánto tiempo más aguantará Europa esta situación?
Un estudio reciente de la Organización Internacional de Migraciones ha resaltado que los flujos migratorios son ahora norte-sur. Entre 2010 y 2011 su duplicó la cantidad de sudamericanos que abandonaron Europa para volver a sus países de origen. Solo en 2011 un millón de personas abandonaron España. Sudamérica, en general, y Argentina, Chile y Uruguay, en particular, son los principales receptores de los emigrantes españoles. Solo entre 2009 y 2010 más de 33.000 españoles emigraron hacia Argentina. Esto no hace aun más que empeorar y acelerar el problema de envejecimiento que tienen los países europeos.
El mainstream económico sigue impulsando medidas ortodoxas neoliberales (100¡cómo si no tuviesen nada que ver con la crisis actual!) que en nada contribuyen a paliar las disparidades entre las economías débiles y fuertes de la UE, continúan insistiendo en la autosuficiencia de los mercados y la capacidad de estos para auto-regularse y buscan disminuir el papel del Estado en la economía. Las políticas recomendadas por la Troika (100FMI, BCE y UE) continúan haciendo estragos: Europa representaba en 2008 el 25% del PBI mundial, en la actualidad es solo el 20% y se estima que será menor al 15% en 2020. España acumula una caída de su producto del 6%, Italia y Portugal alrededor del 8% y Grecia un encogimiento superior al 25% (100cifra que solo encuentra un parangón en la historia: Argentina entre 1998-2002).
Sin embargo, los argentinos en aquellos años tristemente inolvidables, cansados de tanta recesión, malestar y de la falta de respuesta por parte de nuestros gobernantes, decidimos que lo que se nos viniese encima no podía ser peor que la interminable depresión en la que nos encontrábamos sumergidos. Afortunadamente, estuvimos y estamos acompañados por un gobierno que comprendió cuál era el camino. Entendió que la crisis no podía ser pagada, como tantas veces en la historia, por una parte de la población, que encima no había tenido ninguna responsabilidad en su desencadenamiento. Los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández adoptaron desde la primera hora políticas que fomentaron la inclusión social a través de un estado fuerte y presente, contribuyeron a sostener una demanda agregada que impulse el mercado interno, incentivando la creación de empleos y la recuperación de salarios. Como consecuencia del crecimiento económico, el Estado recauda más y mejor y esto posibilita el financiamiento de más y mejores beneficios sociales que, además de incluir a los sectores más marginados y vulnerables, contribuyen a aumentar la demanda agregada con los efectos positivos en la actividad, empleo y salarios que acabamos de mencionar.
Mientras los gobernantes europeos continúen sin observar que están optando una vez más por el camino incorrecto, que la crisis se va agravando porque es auto-inducida, mientras no realicen un plan que recomponga el empleo y por el contrario, continúen reduciendo los salarios y lo beneficios sociales, difícilmente esta delicada situación empiece a revertirse. Sin un sincero reconocimiento de que la ortodoxia económica ha fallado rotundamente en evitar este cataclismo y continúa fallando en encontrar soluciones, el agotamiento de la paciencia del pueblo europeo es mera cuestión de tiempo.