Suele pensarse que los males que navegamos son de naturaleza económica. Pasa inadvertido que el proceso de intercambios resulta de cómo se distribuye el poder y la representación social en un momento y lugar dados. Ello es lo que configura las instituciones que lo reglan formal e informalmente. Determinan la evolución del mercado y los procesos que nos ubican en él a lo largo del tiempo. Pretender remediar nuestra inédita pauperización apelando exclusivamente a la formulación de políticas públicas prescindiendo de esa circunstancia constituye literalmente una inconveniente reducción.
Aparejadas por el desánimo generalizado, las expectativas asientan en la economía como modelo explicativo de lo que ocurre y en sus expertos como los proveedores de algún atajo a las penurias que enfrentamos. Poco reparamos en la naturaleza extractiva de nuestras instituciones, el escaso control social sobre ellas y de cómo estas circunstancias resultan en la obscena distancia entre los consumidores, contribuyentes y electores por un lado y las dirigencias por otro. Careciendo las decisiones públicas de referencias en los intereses de esos roles que configuran la sociedad civil, se diluye la representación social y el poder elude los controles. A este fenómeno nos hemos referido antes como el imperativo por una ética recíproca en los asuntos públicos.
El utilitarismo como perspectiva explicativa disocia hechos y valores. Sin embargo, es la más generalizada entre formadores de opinión, medios de prensa y opinión pública. Esencialmente inhibe darse cuenta de que sin la reintroducción de criterios éticos en los asuntos públicos no son esperables cambios significativos. Un entorno económico estable por previsible y en capacidad de facilitar nuevas actividades y empleo es variable dependiente. No al revés como intuitivamente asumimos. Nuestro caso requiere de tiempo para recrear la dinámica de las instituciones abriéndolas a la participación, la transparencia y los controles efectivos en cotas razonables. Ese es el origen de una ética recíproca. Remite al nivel de las interacciones sociales y la expansión del cambio de manera reticular y paulatina.
Se trata del desafío del liderazgo. Pero excluye variantes que construyen poder sobre la base de promesas de resultado por procesos que no están dispuestas a desplegar. Se orientan al usufructo de recursos capturados. De ahí su naturaleza parasitaria y el hecho de que asuman al adversario como enemigo a excluir del botín. En contraste, el liderazgo capaz de operar cambios asocia el desarrollo de visiones que ofrecen incentivos a la generación de alternativas compartiendo información y cooperando tras objetivos colectivos. Por esa vía es factible la creación de valor social. Prescinde de promesas de cambio que por manipular la realidad resultan en el descrédito al incumplirlas.
No hay atajos para los cambios que anhelamos. Son de naturaleza mucho más profunda que la información económica que acostumbramos a consumir. Suponen consolidar una ética que respete a los demás como sustrato de cualquier actividad. No entiende al competidor como enemigo. No operan desde ninguna tribuna, lo hacen entre los hábitos. No pueden ser provistos por nadie en particular ni son esperables en lo inmediato. Solo pueden expandirse bajo el influjo sostenido de visiones ocupadas en el empoderamiento de personas e iniciativas antes que en ninguna promesa.
Jorge Sánchez es Consultor Asociado en Claves ICSA Master of Business Administration por Broward International University, Diplomado en Políticas Públicas por UNPSJB, Diplomado en Economía Austríaca por ESEADE y en Negocios Internacionales por UNLZ. Las imágenes son producciones del artista local Mauro Esains.