UN ÁNGEL EN HOLLYWOOD, AUDREY HEPBURN (1929-1993)

A pesar de ser una de las actrices de Hollywood más bella y elegante, detrás del personaje se esconde una gran mujer que vivió una infancia de guerra y penalidades y en la vejez, ya rica y famosa, se acordó de los más necesitados.

Belga y aristócrata

Audrey Kathleen Ruston nació el 4 de mayo 1929 en la localidad belga de Ixelles. Era fruto del segundo matrimonio de su padre, el inglés Joseph Victor Anthony Ruston con la baronesa holandesa Ella Van Heemstra. Su madre pertenecía a la aristocracia y estaba emparentada con el rey inglés Eduardo III. Sin embargo, a pesar de haber nacido en una familia bienestante, el divorcio de sus padres y la llegada de la guerra convirtieron la infancia de Audrey en un tiempo triste y lleno de dificultades.

Los estragos de la guerra

Audrey recordó toda su vida con tristeza la filiación de sus padres a la unión británica de fascistas en los años previos al inicio de la Segunda Guerra Mundial.

En los albores de la guerra, en 1939, Audrey se instaló con su madre y sus dos hermanastros habidos del primer matrimonio de su padre, en casa de su abuelo en Arnhem, en los Países Bajos. Territorio aún no amenazado por el imperialismo nazi, pudo llevar una vida relativamente tranquila. Durante unos seis años compaginó su educación básica con los estudios de piano y ballet clásico.

Como en 1940 los nazis ya habían invadido Holanda, la familia de Audrey escondió su identidad inglesa. El holandés se convirtió en su lengua habitual y adoptó el nombre de Edda van Heemstra.

El desembarco de las tropas aliadas en Normandía en 1944 hizo que los nazis radicalizaran sus posturas en los territorios que aun controlaban. En Holanda se confiscaron los alimentos y el combustible provocando la hambruna entre la población civil. La excesiva delgadez de Audrey empezó en aquellos momentos de necesidad en que sufrió anemia y malnutrición.

De bailarina a actriz

Audrey siempre quiso ser bailarina y desde pequeña se dedicó con esmero a serlo. Una vez terminada la guerra, primero en Amsterdam y más tarde en Londres, recibió clases de ballet de los más prestigiosos bailarines y bailarinas del momento.

A pesar de su tenacidad y talento, la mala alimentación durante la guerra había hecho estragos en su constitución impidiendo continuar con normalidad sus estudios. Además, la situación económica precaria de su familia hizo ver a Audrey que aquella profesión no ayudaría a los suyos. Se decidió entonces por iniciar una carrera más lucrativa. Decidió ser actriz.

Hacia Hollywood vía Roma

Audrey empezó su carrera artística haciendo pequeños papeles en el cine y el teatro. En 1953 William Wilder le daría el papel de su vida. Su interpretación elegante y sencilla de la princesa Anna en Vacaciones en Roma, junto al consagrado Gregory Peck, le dio el Oscar a la mejor actriz y la convirtió en una estrella de Hollywood.

A partir de entonces y durante casi cuatro décadas Audrey Hepburn regaló a los amantes del cine grandes joyas como My Fair Lady, Sabrina, Historia de una monja o la inolvidable Desayuno con Diamantes. Otros mitos del séptimo arte aparecieron a su lado haciendo de sus cintas obras maestras. Humphrey Bogart, Fred Astaire o Peter O’Toole tuvieron el honor de trabajar con este ángel de Hollywood.

Audrey sufrió mucho con el fracaso de sus dos matrimonios. Primero estuvo casada con Mel Ferrer, también actor, con el que trabajó en la gran superproducción Guerra y Paz. Tuvieron un hijo, Sean. Su segundo matrimonio fue con un médico italiano, Andrea Dotti, con quien tuvo otro hijo, Luca.

De Hollywood a Unicef

Aunque había decidido alejarse del cine, frecuentaba todavía los sets de filmación, y en uno de ellos conoció a su último amor, el actor holandés Bob Wolders. Su único fiel amor, según Audrey declaraba a la prensa: “Él me hizo vivir de nuevo, darme cuenta de que no todo se había terminado para mí”.

En 1988 fue nombrada embajadora de UNICEF; su humanitaria solidaridad por los niños pobres marcaría los últimos años de su vida. Los viajes a Sudán, El Salvador, Guatemala, Honduras y Vietnam fueron ocupando una larguísima agenda donde siempre faltaban horas. Viajó a Somalia poco antes de que se le declarara la enfermedad terminal (un cáncer de colon) que le obligó a abandonar toda su generosa actividad.

Por estas labores, decía “no creo en la culpa colectiva, pero sí en la responsabilidad colectiva”.

En enero de 1993, sus dos hijos Sean y Luca, junto a sus ex maridos y su última pareja, Bob Wolders, estuvieron acompañando su funeral en Tolochenaz, aquel pueblito de Suiza donde había decidido vivir. Sus cinco hombres estuvieron juntos en el cementerio en aquel día frío y gris.

Su sola presencia hace eterna referencia a la frase inscripta en su funeral: “Si en el cielo existen los ángeles, estoy convencido de que deben tener los ojos, las manos, el rostro y la voz de Audrey Hepbrun”.