Hace año y medio, sus tropas se refugiaron tras la frontera para acortar los frentes, y ahora prefiere alargarlos incluso, si pudiera, hasta Kiev

Los analista geopolíticos describimos las situaciones desde una postura analítica y sin tomar partido de ningún lugar. Las ciudadanías no tienen la culta ni son responsables por las acciones de los Ejecutivos.

Como periodista trabaje muchos anos para RT y es un medio de información en donde conocí a grandes colegas y grandes personalidades en ese momento tanto de Rusia como de Ucrania y otros territorios de la Ex Unión Soviética.

Disparo de un lanzacohetes múltiple ucraniano hacia posiciones rusas, en la región de Jarkov
Disparo de un lanzacohetes múltiple ucraniano hacia posiciones rusas, en la región de JarkovRoman Polipey / AFP

El pasado 10 de mayo, el ejército de Putin volvió a cruzar la frontera de la región de Járkov, en el nordeste de Ucrania. Para ser rigurosos, hay que recordar que, al contrario que la primera vez, el regreso de las tropas rusas a un territorio del que habían sido expulsadas hace año y medio no fue una sorpresa para nadie. El portavoz del KremlinDimitri Peskov, lo había anunciado previamente; y las autoridades de Kiev habían advertido reiteradamente de la acumulación de hasta 50.000 soldados en la región limítrofe de Bélgorod.

Desde los primeros días de la nueva ofensiva, Rusia ha ido poco a poco ganando metros en un espacio que, según dice Kiev, era una zona gris en la que no tenían desplegadas fuerzas militares. Para evitar los continuos bombardeos desde territorio ruso, las fortificaciones defensivas del ejército de Zelenski estaban situadas a más de diez kilómetros de la frontera, distancia que los invasores no han conseguido o, según su propia versión, no han querido alcanzar.

Si nos arriesgamos a creer al propio Putin, el ataque no tenía más objetivo que el de crear una zona de separación para proteger Bélgorod. En esta ocasión, las palabras del mendaz presidente parecen coincidir con lo que vemos que ocurre en el frente, donde los rusos han destruido algunos puentes que serían necesarios para el hipotético contraataque ucraniano… o para que su ejército siga progresando.

En lo que parece que todos los analistas están de acuerdo es en que 50.000 hombres no son suficientes para tomar una gran ciudad como es Járkov. El propósito del ataque es, pues, limitado. Sin embargo, ha despertado un inusitado interés en los medios occidentales. Después de meses de presión rusa en todos los frentes sin que apenas se notase su avance en los mapas, ahora aparece una mancha nueva, pequeña pero separada y claramente visible.

La opinión pública española, alarmada por unas noticias que casi siempre ponen la lupa en los árboles y no en el bosque, se pregunta si Ucrania está perdiendo la guerra. Al menos a mí me lo han preguntado más de una vez en los últimos días. Para tranquilizar a los lectores en la medida de lo posible –nadie tiene una bola de cristal que muestre con certeza el futuro– vamos a tratar de arrojar un poco de luz sobre lo que ocurre sobre el terreno y tratar de adelantar qué podemos esperar que venga después.

La explicación táctica

La relativa facilidad del avance ruso en Járkov no se explica porque haya colapsado el frente ucraniano, como a algunos les gustaría pensar, sino por las extrañas reglas del juego que Occidente impone sobre Kiev. Una de las más injustas es la consideración de las fronteras de la Federación como sagradas. Con armas occidentales no está permitido abatir a los aviones que lanzan sus bombas desde territorio ruso. Tampoco es posible responder al fuego de la artillería enemiga, aunque sea en defensa propia.

Mientras se mantenga esta línea roja, la defensa del terreno próximo a la frontera se hace imposible. Es una desventaja más en una guerra del fuerte contra el débil, pero que Kiev tiene que aceptar como precio por la ayuda que necesita.

Si no cambian estas condiciones, Ucrania tendrá que retirarse de la pequeña ciudad de Vovchansk, a cinco kilómetros de la frontera, donde en este momento continúan los combates. El frente solo podrá estabilizarse algunos kilómetros más al sur, y será necesario hacerlo para mantener a la sufrida ciudad de Járkov fuera del alcance de los cañones rusos.

Las consecuencias operacionales

¿Qué consecuencias tiene el ataque ruso en el nivel operacional? La respuesta obvia es que la amenaza sobre Járkov puede obligar a Ucrania a reforzar el frente norte en detrimento de su capacidad para contener a los invasores en lugares como Chasiv Yar. Esta pequeña ciudad sí tiene un alto valor estratégico por encontrarse en el camino entre Bajmut, ocupada por Rusia hace ahora un año, y el cinturón de ciudades libres de la región de Donetsk.

Si ese fuera el propósito –o, al menos, uno de los propósitos; quizá no el principal– de la nueva invasión habría que dar por probado que Putin tiene hoy más confianza en las posibilidades de su ejército. Al menos, en su capacidad para mantener a largo plazo la superioridad numérica. Hace año y medio, sus tropas se refugiaron tras la frontera para acortar los frentes, y ahora prefiere alargarlos. ¿Sale ganando? Si tiene 50.000 hombres disponibles y es incapaz de hacerlos maniobrar en el frente para romper las líneas ucranianas, quizá sí. Pero a cambio pierde la ventaja que le daba la peculiar situación de una frontera que, hasta hace unos días, Ucrania tenía que defender y Rusia no.

¿Es posible que Putin haga lo mismo con los otros tramos de la frontera internacional dónde mantiene la ventaja de que sólo sus fuerzas pueden disparar? ¿Puede ordenar a sus tropas que atraviesen la frontera ucraniana por Sumy o Chernígov? Si consigue efectivos adicionales, ¿por qué no? Pero no tiene demasiado sentido alargar el frente para los dos bandos a menos que exista un objetivo que compense la pérdida de la ventaja que hoy tiene en la frontera.

¿Cuál podría ser ese objetivo? ¿Kiev? ¡Pues claro! Es allí donde puede ganar la guerra. Y, entrando por Chernígov o Bielorrusia, con el ejército ucraniano concentrado en los frentes, no quedaría ningún obstáculo inexpugnable que se lo impidiera. Parece obvio que, si Putin tuviera con qué hacerlo, atacaría Kiev. Y –esto debería tranquilizar al lector– la recíproca también es cierta: si no lo hace es porque no puede.

Las razones estratégicas

En el Kremlin, estrategia y política es casi lo mismo. Por eso tiendo a creer a Putin cuando dice que lo que quiere conseguir con la nueva invasión de Járkov es impedir nuevos ataques de los disidentes rusos contra la región de Bélgorod.

La relevancia militar de tales ataques era nula, y todos lo sabían. Pero a Putin le debían de parecer humillantes. De hecho, es probable que no tuvieran otro objetivo que molestar al dictador. Sin embargo, tanto esos grupos de disidentes, de nombres sonoros —la Legión de la Libertad de Rusia y el Cuerpo de Voluntarios Rusos– y escasos efectivos, como quién en Kiev autorizaba sus correrías deberían haberse dado cuenta de que estaban matando la gallina de los huevos de oro.

Las esperanzas y miedos

¿Qué pasará en los próximos meses. Lo más probable es que a las fuerzas rusas que han entrado en la región de Járkov les ocurra lo mismo que a las demás. No tardarán mucho en quedar inmovilizadas entre líneas de trincheras, drones y, ahora que Ucrania vuelve a recibir munición norteamericana, duelos de artillería.

El forcejeo en el frente no tiene visos de terminar. Para derrotar a Polonia en la Segunda Guerra Mundial hicieron falta un millón y medio de soldados alemanes y casi otro millón adicional de soviéticos. Desde entonces, las nuevas tecnologías y el Derecho Internacional Humanitario –hay un límite en lo que puede hacer Putin que no afectaba a Hitler o Stalin– han venido a dificultar todavía más la tarea del invasor. No parece que, en este momento, haya nada que pueda modificar la situación de tablas. Ni Rusia puede conquistar Ucrania con lo que tiene ni, al contrario, puede Ucrania expulsar a Rusia de su territorio. Menos aún si, al llegar cerca de la frontera, ya no tiene autorización de los EE.UU. para enfrentarse a sus enemigos.

Sin embargo, el golpe que ha recibido Ucrania en estos días podría ser más sensible en el dominio de la información, donde no cuentan tanto los soldados como las esperanzas y los miedos. Es posible que el avance ruso en Járkov produzca un efecto desmoralizador en la sociedad ucraniana justo en el momento en que Zelenski empieza a pedirle un mayor esfuerzo. Es posible también que la resistencia del pueblo ruso a ponerse el uniforme disminuya si llega a convencerse de que la guerra puede ganarse en breve.

Son, pues, malas noticias para Ucrania. Y, en buena parte, culpa nuestra. La prohibición norteamericana –y de muchos países europeos– de emplear su armamento contra los enemigos que disparan desde el lado ruso de la frontera es tan absurda que da razones a Zelenski para preguntarse si de verdad queremos que gane la guerra o nos basta con que no la pierda. Yo, la verdad, no sabría qué responderle.

La guerra de Ucrania podría durar más de diez años

Por desgracia, no se ve ninguna luz al final del túnel y en una guerra librada solo por mentiras seguirá derramándose la sangre de los dos pueblos que Putin llama hermanos

Desde hace muchos meses nos llegan de Ucrania más noticias malas que buenas. Malas para los dos bandos, aunque a algunos no se lo parezca. Todo lo que ocurre en el frente, en la retaguardia y en el escenario internacional apunta a una guerra muy larga. Quizá me quedé corto cuando, hace ahora dos años, escribí que bien podrían ser diez.

Para los españoles, la guerra se ha convertido en una música de fondo. Desagradable, pero tan monótona que parece que ya no ocurre nada que pueda interesarnos. Y, sin embargo, mueren cada día centenares de soldados, rusos y ucranianos.

¿Hasta cuándo? Por desgracia, no se ve ninguna luz al final del túnel. Pasarán los años y, en una guerra librada solo por mentiras –que si Ucrania no existe, que si es nazi, que si es una amenaza existencial para Rusia– seguirá derramándose la sangre de los dos pueblos que Putin llama hermanos. Supongo que se refiere a Caín Abel.

¿Por qué es tan difícil soñar, si no con el fin de la guerra, con un alto el fuego como el de Corea? Porque nadie parece flaquear. No lo hace Moscú, pero tampoco Kiev. Y, a pesar de los erráticos bulos difundidos por el Kremlin –que, con la coherencia a la que nos tiene acostumbrados, un día nos quiere hacer creer que estamos cansados y al siguiente que queremos combatir hasta el último ucraniano– tampoco parecen desfallecer los líderes de las naciones que ayudan a Ucrania a defenderse.

La perspectiva rusa

Los militares llamamos centro de gravedad al elemento del que depende el poder militar de cada contendiente. Es ahí donde podemos hacer más daño al enemigo. Sé que los físicos que lean esto pensarán que es un término equivocado: una zancadilla es mejor que un empujón. Pero todos tenemos derecho a una jerga profesional. Los futbolistas, sin ir más lejos, llaman jugadas de estrategia a los saques de esquina.

Putin ya es aclamado como emperador

El centro de gravedad ruso está en su presidente. Por desgracia, ya no vemos en él claras vulnerabilidades. Putin no está enfermo. Ha suprimido en Rusia todas las libertades y, después de los asesinatos de Prigozhin Navalni, su posición es más sólida que nunca. Eso es, seguramente, lo que él esperaba cuando decidió proseguir la guerra tras el fiasco de Kiev. Y, no nos engañemos, lo está consiguiendo. En los canales de Telegram, donde se mide la temperatura del nacionalismo ruso, ya es aclamado como emperador.

En las democracias occidentales, el centro de gravedad suele estar en el pueblo. Pero, ya sea por miedo, por costumbre o por entusiasmo, los rusos se dejan arrastrar a la aventura de la conquista a pesar de que las bajas en el campo de batalla deben ser pavorosas. ¿Cuántas? El Kremlin dice que recluta mil nuevos soldados cada día y, según las cuentas de casi todos, hoy tiene en Ucrania alrededor de medio millón. Los doscientos mil hombres que comenzaron la invasión y los trecientos mil reservistas movilizados a la fuerza ya sumaban esa cifra.

¿Dónde están los demás? No ha habido licenciamientos –de eso, al menos, se quejan las familias de los soldados en la medida que el régimen les deja– ni se han creado grandes reservas. Una sencilla resta nos dirá cuántos faltan en su lado del frente. Asumiendo una proporción de un muerto por cada cuatro bajas, es probable que sean más de 150.000 los soldados de Putin que han perdido la vida.

¿A cambio de qué? Es mala señal –ya lo escribí cuando se trataba de valorar el contraataque ucraniano– que el Ministerio de Defensa ruso mida sus avances en kilómetros cuadrados. Los poco más de 500 que, según sus propias cifras, han conquistado en los últimos cuatro meses parecen muchos, pero su raíz cuadrada ya no nos impresiona tanto. Es una superficie algo menor que la del parque de Doñana y ha costado, entre muertos y heridos, alrededor de cien mil bajas.

Pero el de las bajas –dirá el lector con toda la razón– es un problema ruso. A nosotros lo que nos interesa es saber si Rusia puede reponerlas. Y, hoy por hoy, la respuesta es que sí. La cantera acabará por reducirse pero, por el momento, puede aguantar el tirón por un tiempo que, aunque nadie pueda precisarlo, no invita al optimismo.

Y lo mismo ocurre con el material. Todavía hay blindados viejos almacenados en los depósitos que, a costa de una pérdida de calidad que no se nota demasiado en un frente como el ucraniano, pueden reemplazar las pérdidas durante varios años más.

La perspectiva ucraniana

El centro de gravedad de Ucrania es la moral de su población. Mientras esta aguante, la victoria rusa es imposible. Incluso si consiguiera derrotar al Ejército de Zelenski en el frente, todavía le quedarían a Putin demasiados Groznis que arrasar. No tiene munición ni efectivos para finalizar la tarea. Piense el lector en la Franja de Gaza, multiplique por 20 sus dimensiones y no tardará en llegar a la misma conclusión.

Y, si todo depende de ella, ¿cómo va la moral de los ucranianos? La situación que están viviendo no tiene nada de fácil. Son muchos menos que los rusos y, aunque cuiden más a sus soldados, es de prever que las bajas que han sufrido en esta guerra sean proporcionalmente bastante más altas. Y todo ¿para qué? Los 500 kilómetros cuadrados que han conquistado los rusos no son un botín excesivo pero, desde la perspectiva de la moral, suenan mucho mejor que haberlos perdido.

Es imposible valorar desde fuera la moral de un pueblo. Las encuestas no nos ayudan mucho. Cuando la pregunta es si uno está dispuesto a dar la vida por su país, la única respuesta que me parece creíble es «no lo sé». ¿Sabían Agustina de Aragón o María Pita que eran una heroínas antes de serlo?

Lo que sí sabemos es que, en la mayoría de los casos históricos, desde Numancia hasta Gaza pasando por Mariúpol, los defensores aguantan lo indecible. ¿Por qué? Porque el cóctel de odio y miedo que les impulsa suele funcionar como la poción mágica de Obélix, cocinada en una marmita en la que casi todos los seres humanos hemos caído cuando éramos pequeños.

Las élites de la sociedad ucraniana están combatiendo. Las rusas, no

Hay, sin embargo, un termómetro de la moral de los pueblos en el que pocos han reparado. Con mucha frecuencia puede leerse en la prensa ucraniana que han muerto en el frente atletas olímpicos, periodistas, actores y hasta políticos de su país. Nunca hay noticias así en la prensa rusa. Las élites de la sociedad ucraniana están combatiendo. Las rusas, no. Mientras eso ocurra, yo no apostaría por que Ucrania vaya a ceder.

La perspectiva occidental

Queda un último centro de gravedad a analizar: el nuestro. ¿Seguirá Kiev recibiendo de Occidente las armas que necesita para defender a sus ciudadanos? Los últimos exabruptos de los payasos del Kremlin, las renovadas amenazas del dictador y la reanudación del bombardeo de las ciudades ucranianas me hacen pensar que Putin cree que sí. Por una vez, estoy de acuerdo con él.

En Europa, las cosas están bastante claras. Hay miedo a Putin, cierto. Pero, en lugar de dar un paso atrás, la mayoría de los líderes se han dado cuenta –la historia es una gran maestra y ya hemos vivido con Hitler la misma situación– de que había que darlo hacia delante.

¿Y en Estados Unidos? Después de meses de tener secuestrada la voluntad de la cámara, el speaker Johnson por fin permitió que se votara la ayuda a Kiev, aprobada con una amplia mayoría bipartidista. Zelenski, que sabe lo que se juega en Washington, se habrá frotado las manos al ver el abucheo que ha recibido la inefable Marjorie Taylor Greene desde ambos lados de la cámara cuando la congresista, rusoplanista donde los haya, propuso el cese del speaker por haber dado el paso.

Y ¿qué dice Trump? El expresidente, que necesita crear mayorías si quiere ser reelegido –baste ver su creciente ambigüedad sobre el aborto– ha cambiado su discurso. Puede que le haya ayudado a hacerlo el ataque de Irán, aliado de Rusia, a su aliado Israel. Además de dar a Johnson el apoyo que necesitaba –el speaker nunca se habríaatrevido a desafiarle– las últimas declaraciones del candidato republicano suenan de otra manera. Trump ya no niega la ayuda a Ucrania, sino que la condiciona a la de la Unión Europea.

Bien está que Donald Trump empiece a distanciarse de Putin. Hay un nubarrón menos en el cielo ucraniano. Aunque eso les cueste a sus ciudadanos, que están pagando muy caro el precio de su libertad, unos cuantos años de guerra más… les queda, al menos, la esperanza.

https://actualidad.rt.com/video/510179-analista-legitimidad-zelenski-externa-exogena

Lamentablemente no podemos llevar siempre el análisis geopolítico y de guerras desde el lado moral. Es un tema que nos lleva a muchas discusiones y diferencias debido a las distintas culturas. Nos cuesta mucho ponernos en el zapato del otro. Las culturas árabes, germánicas en parte y las eslavas son muy radicales cuando se trata de pelear a pelear. Asimismo la cultura inglesa tiene esa sangre como la americana (Estadounidense) que se mete bajo la investidura de la OTAN en las guerras, y nadie los juzga…

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