MILEI el fenómeno estético de la política. Cuando el cómo impacta más que el qué

La sorpresa que genera Milei en la política argentina demuestra que los pronósticos y los escenarios solo sirven cuando son proyectivos. Las predicciones son muy difíciles en el ámbito de las decisiones humanas. Sobre todo, como ocurre en la política, en donde existe una gran ‘niebla’ producto de fricciones y de cambios de decisión y de acción.

Desde la perspectiva de la comunicación, creo que el salto que dio Milei en las encuestas y en su intención de voto tiene que ver con su ‘forma de comunicar’. Específicamente con la función estética de la comunicación. ¿Por qué? Porque sus ideas no son nuevas. Ni siquiera están presentadas como nuevas: son ideas de la tradición liberal que Javier Milei las ha vuelto a instalar en el ‘mercado político’ argentino. Pero estas ideas clásicas están empaquetadas o envasadas de modo diferente: y ese envase se llama Javier Milei. Así Milei se ha transformado en un ‘medio de comunicación’ muy eficaz para las ideas liberales. Lamentablemente, cuando se usa la palabra ‘estética’ se piensa en muchas cosas erróneas. La relación de la estética y la política no es un vínculo que aparece con los medios de comunicación modernos o con las redes sociales. Es un tema anterior al fenómeno mediático y previo al mundo de las star system y de las celebridades. Siempre existió mientras que fue necesaria cierta ‘pompa’ para impactar en las personas, para llegar emocionalmente a los habitantes de una región, a los ciudadanos de una república o a los votantes de una elección.

¿Qué significa que el fenómeno político ?

Milei es el efecto de la estética que usa como candidato? En primer lugar, no es algo peyorativo lo que estoy diciendo. Tampoco quiero decir con esto que el fenómeno de la ascensión política de Javier Milei sea algo trivial. Al contrario, estoy tomando muy en serio la función estética que tiene siempre toda comunicación. Desde algunas miradas prejuiciosas, se considera que la estética es algo poco profundo y siempre posible de descartar. Y la verdad es que la dimensión estética de las cosas es imprescindible. Porque lo estético es aquello que produce un impacto cognitivo acompañado de una sensación de atracción o de placer especial, único o particular, que produce agrado o también, shock, o desagrado. El agrado y el desagrado es el efecto último de lo estético en el mensaje.

El mensaje moral regulado por lo estético

Javier Milei tiene un mensaje político basado en un mensaje moral. Ambos mensajes son fuertes o, mejor dicho, son expresados de manera contundente. Y, más allá de que la forma y el contenido son inseparables en una situación particular, la forma expresiva que usa Milei para comunicar ambos mensajes, termina regulándolos y subordinándolos. Lo estético como función de la comunicación se impone a lo político y a lo moral. El mensaje moral radicaliza la discusión política y polariza la confrontación. En la democracia, el problema puede ser la diferencia por el ‘cómo se está haciendo algo’, pero este ‘cómo’ puede ser técnico (alguien no sabe de economía, o han implementado mal un plan, o sigue un rumbo que no generará bienestar) o ‘moral’ y entonces, la probabilidad de polarización es mayor porque la discusión es entre ‘los buenos’ (nosotros) y ‘los malos’ (los otros). No es que Milei sea el único político que haga esto. En realidad, desde hace un tiempo, la discusión política en la Argentina se ha moralizado, generando esta polarización que puede ser cada vez más radicalizada. Pero además del discurso moral, Milei profundizó la función estética de su expresión al máximo, y esto la hace más perceptible y atendible.

El léxico, la autoridad y cultura

El discurso verbal de Milei tiende a la diferenciación y a la construcción de la autoridad. “El peso es la moneda de la casta y no sirve ni para abono” dijo en el acto en Mendoza, delante de casi 12 mil personas. “Hemos venido a contar por qué queremos salir de esa basura del peso, es la moneda de la casta y no sirve ni para abono. Esa manga de ladrones dijo que el peso es tener soberanía. Ustedes hablan de soberanía cuando quieren a la gente esclava”. El discurso directo, frontal, popular (“manga de ladrones”) se une con la defensa de la gente en todo momento (“quieren a la gente esclava”). La descalificación a la clase política en su conjunto llamándola “casta” es una de las expresiones más usadas por Milei. Además, el discurso está pensado para un lector modelo educado. “El tema es ¿quiénes serían los reemplazos? ¿Los economistas del Patria? Sería como llamar a Nerón para apagar el incendio. Guzmán es malo, pero lo otro es el tren fantasma todo junto”. Tanto el concepto de “casta” como el nombre de “Nerón” usado dentro de la metáfora del incendio, define a su lector modelo como alguien de nivel educativo alto o medio alto. La crítica a la clase política no es una idea de Milei. Y los valores y principios liberales, aún menos. Son conceptos de una cultura política que tiene lugar en la Argentina hace mucho tiempo. Sin embargo, Milei ha sabido insertarlas en el espacio de discusión de la política argentina para diferenciarse.

Por otro lado, inserta en el discurso ciertas formas que se orientan a conseguir autoridad. “Los datos son estremecedores. Si uno mira los últimos 12 meses, estamos en un 55% (de inflación); si tomo el trimestre y lo anualizo, estoy en 80%; y, si tomo el último dato, estoy en 117%. Ahora, si tomo alimentos, y lo anualizo, estoy en el orden del 130%. Esto no es todo, el precio de los alimentos está vinculado a los commodities internacionales y tengo una brecha cambiaria en torno al 100%, de modo que la inflación verdadera en argentina es del 300%”. Más allá de que puede o no ser discutible, el uso de números puede producir cierta imagen de seguridad y de autoridad. Javier Milei comenzó a ser conocido como entrevistado experto en economía y fue el discurso económico lo que le dio respeto y autoridad dentro de la prensa.

La prosodia y la atención

Además, la diferencia no sólo está en el léxico sino también en los aspectos emocionales del lenguaje. La diferenciación es conseguida por el modo de decir, por su prosodia. Esto lo diferencia y permite que le presten mucha atención. En primer lugar, Milei habla y se expresa haciendo mucho énfasis en aquello que le parece que es importante. La intensidad que le pone a sus enunciados es muy fuerte. Sube el volumen de voz y cambia muchas veces de entonación para mostrar actitudes diferentes acerca de lo que está diciendo a su interlocutor. En segundo lugar, la velocidad con la que habla aumenta la sensación de autoridad en el que escucha o percibe lo que se está diciendo. La velocidad del habla puede ser un mecanismo para dar sensación de que alguien sabe mucho de algo. Aunque esto puede ser o no así, el impacto es importante en la imagen que el oyente se hace del hablante.

El autodiseño: de la poética personal a la estética de la gente

Todos los candidatos tienen una estética. Mauricio Macri se afeitó el bigote, cosa que modernizó bastante su imagen. José Luis Espert adelgazó para la campaña, aunque mantiene la imagen que tenía como economista y experto invitado en programas periodísticos. El jefe del gobierno porteño actual ha implementado desde hace años el uso de la remera de cuello redondo y no cambia el estilo casi por nada. El presidente de la Nación, en cambio, no deja la corbata y el saco en ninguna de las apariciones públicas que realiza. Milei, sin dejar de ser auténtico ya que su estilo no cambió por entrar en la política, tiene un estilo de hablar, de vestirse y de peinarse –de autodiseñarse– que es imposible de confundir con otro político de la Argentina y creo, de la región.

El código de Milei, la norma que sigue, es la de la formalidad-informalidad. Aparece casi siempre con traje oscuro y corbata oscura, pero siempre con modos muy informales, incluso puede ser chabacano, usando ciertos términos propios (“la casta política”) y muchos otros de la conversación informal, callejera y barrial (“ladrones”). Su forma particular que adquiere está definida en su aspecto inconfundible y en su lenguaje. El peinado que usa y el lenguaje que ha desarrollado se combinan con ciertas ritualizaciones expresivas que son características solamente de Milei. La expresión de mirar, de describir a los adversarios, de explicar cuál sería su decisión de cierta política, las expresiones del rostro en los actos, los gestos con los brazos y manos, son todas formas particulares de expresión que encontraron la atención de cierto grupo de espectadores. Milei sabe cómo adaptar sus apariciones a la lógica que tienen los medios en general, y los medios de la cultura popular en particular. Sus formas extravagantes e híper contundentes lo llevaron a ser un personaje mediático primero, y luego, un invitado que siempre generaba que hablar, algo para decir y para criticar. Milei tiene una estética que se adapta perfectamente a la lógica de los medios. Finalmente, Javier Milei intenta generar una experiencia de shock en actos y en presentaciones mediáticas. El lenguaje que usa y sus formas prosódicas son claves para activar esta experiencia. Sobre todo, su imagen se acerca más al líder de una banda de rock pesado que a las formas de un político de la actualidad. Esta forma de ‘rockero pesado de la política’ lo lleva a distinguirse y a diferenciarse, como también, a ser más conocido (tiene el mismo nivel de conocimiento que Ricardo López Murphy que tiene más de veinte años en política y más conocimiento que Diego Santilli).

Milei como imagen

La imagen de Javier Milei se ha instalado en la mente de la gente y es muy fácil de reconocer en una búsqueda en Google. La imagen visual (imagen digital e imagen mental) de Milei recorre las computadoras, en búsquedas que se hacen desde Jujuy hasta Tierra del Fuego, pasando por la Pampa y la provincia de Buenos Aires. Si se lo compara con las búsquedas que se realizan sobre José Luis Espert, Milei lo supera por mucho, siendo que ambos plantean ideas bastantes parecidas, con críticas también similares a la historia de la clase política. La imagen visual de Milei está formada por atributos de informalidad (la formalidad del traje y de la corbata no alcanza a imponerse sobre la informalidad de sus modos de trato y uso de fórmulas verbales); de modernidad (su peinado está más cerca de un rockero que de un directivo de empresa) y de una mezcla entre popular y elitista (ni siquiera el lenguaje académico o técnico, puede contra un formato dado por referencias al ex arquero de Racing y a las formas llanas y horizontales con las que se comunica) que genera un significado de cierta extrañeza, que no permite una definición clara. Este sentido obtuso de la imagen que representa Milei, por ahora es un activo. Hay que ver hasta cuándo.

En conclusión, lo estético tiene un lugar especial en su mensaje.

La estética en política es una dimensión permanente. No hay posibilidades de que la política no tenga estética. La discusión sobre el lugar de la estética en la política está presente en la filosofía política y hoy es una cuestión que debería ser atendida por quienes nos dedicamos a la comunicación. Siendo más directo, en realidad, la poética del candidato y la percepción estética de un grupo de ciudadanos produce el fenómeno que los encuestadores y gran parte de la política habla actualmente. No es fácil hacer lo que hace Javier Milei. No es fácil sentirse cómodo con la imagen que ha diseñado. Solamente se puede sentir cómodo si su forma expresiva se deriva naturalmente de su identidad. Creo que hay una alta probabilidad de que, el Milei que vemos en los programas periodísticos y en los mítines políticos, sea el único Milei que existe. Su estética pública coincide con su estética privada. Pero esto no quiere decir que no haya sido importante esa forma expresiva particularísima, que lo ha llevado a tener el lugar que tienen hoy las ideas liberales en el espacio de competencia política en la Argentina. Es muy difícil predecir el futuro de la política en la Argentina. Pero hay algo seguro: se necesita algo más que una estética contundente y espectacular para consolidarse en el electorado y luego, y sobre todo, para gestionar o administrar recursos públicos desde un cargo en el Estado. El tiempo lo dirá.

A medida que el Presidente Javier Milei se acerca a los seis meses en el cargo, es esencial hacer balance de la situación socioeconómica de Argentina. Como prometió, su gobierno ha avanzado en las medidas de austeridad para combatir la inflación. El peso argentino se devaluó un 118 por ciento. Se recortaron ministerios, subsidios estatales a combustibles y transportes, pensiones, jubilaciones y decenas de miles de empleos en la función pública. Se levantaron cientos de normas para “liberar” o desregular la economía. Argentina está aplicando un sistema que transfiere la riqueza pública a los sectores privados y más concentrados de la economía. Paralelamente a estos cambios, el gobierno de Milei ha intentado aprobar muchas reformas. Algunas fueron frenadas o modificadas por el Congreso argentino, otras están en litigio en los tribunales, y algunas fueron aprobadas. Aunque las reformas económicas eran necesarias, es esencial preguntarse cómo les va a los argentinos con todos estos cambios.

Para comprender mejor la situación, invitamos a Washington, D.C. al Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), una destacada organización argentina de derechos humanos. Lo que aprendimos es alarmante, lo que nos lleva a la conclusión de que la comunidad internacional no solo debe prestar atención, sino tomar medidas para hacer frente a lo que está sucediendo en Argentina.

La combinación de medidas de austeridad, desregulación y paralización de las políticas públicas no son solo números en un balance. Está perjudicando a personas reales de clase media y sectores populares. La pobreza se sitúa en un asombroso 55 por ciento, y la pobreza extrema en un 18 por ciento. El poder adquisitivo de la gente ha disminuido un 20,7 por ciento, mientras que los costes de los alimentos y las medicinas han aumentado. En marzo, UNICEF advirtió que si las condiciones no cambiaban, la pobreza infantil aumentaría del 57 por ciento al 70 por ciento.

Si bien la política exterior de un país requiere de planeamiento y coordinación entre varias agencias internas e intereses en pugna, las decisiones del máximo mandatario y el entorno de Cancillería terminan representando e incidiendo en cuanto a lo que se hace y lo que se omite. Cada tweet o comentario vertido en entrevistas, la mayor parte de las veces de carácter controversial o demostrando la ignorancia de la Canciller y del presidente en la forma de conducir aspectos del comercio exterior-algo llamativo, teniendo en cuenta el énfasis puesto por éstos sobre el mismo a nivel discursivo-cuentan en este delicado balance.

Seguir sosteniendo una política exterior que parece más interesada en vanagloriarse de codearse con los actores de un orden internacional zozobrante, con celebridades de reputación dudosa, o en demostrar su pertenencia a un club exclusivo-el siempre difícil de definir “Occidente” y sus supuestamente amenazados valores por una izquierda internacional imaginaria-es insostenible en este contexto. Este alineamiento automático tenía cierta coherencia durante el menemismo, si miramos el contexto internacional de dominio estadounidense prácticamente indiscutido, pero ya durante el macrismo había empezado a demostrar su resquebrajamiento el orden hegemónico atlantista, e incluso demandó cierto pragmatismo en el relacionamiento con países emergentes y del vecindario.

En un contexto clave para el país, atravesado por las drásticas políticas internas tomadas por este gobierno y su impacto negativo sobre gran parte de la población, se requiere analizar la realidad y lo que la misma indica acerca de los intereses prioritarios para el país, y en realizar una elección inteligente y cuidadosa de socios, mientras se fomentan relaciones diplomáticas y comerciales dentro de canales oficiales con el adecuado respeto. No es el tiempo para una política exterior del wishful thinking al estilo del libertario-en la que el thinking brilla por su escasez y priman los deseos de ser reconocido y figurar para gloria propia-sino de pensar y actuar.transformaciones del sistema internacional o lo que la realidad pueda señalar, porque se trata de una política impulsada a base del deseo.

Si bien la política exterior de un país requiere de planeamiento y coordinación entre varias agencias internas e intereses en pugna, las decisiones del máximo mandatario y el entorno de Cancillería terminan representando e incidiendo en cuanto a lo que se hace y lo que se omite. Cada tweet o comentario vertido en entrevistas, la mayor parte de las veces de carácter controversial o demostrando la ignorancia de la Canciller y del presidente en la forma de conducir aspectos del comercio exterior-algo llamativo, teniendo en cuenta el énfasis puesto por éstos sobre el mismo a nivel discursivo-cuentan en este delicado balance.

Seguir sosteniendo una política exterior que parece más interesada en vanagloriarse de codearse con los actores de un orden internacional zozobrante, con celebridades de reputación dudosa, o en demostrar su pertenencia a un club exclusivo-el siempre difícil de definir “Occidente” y sus supuestamente amenazados valores por una izquierda internacional imaginaria-es insostenible en este contexto. Este alineamiento automático tenía cierta coherencia durante el menemismo, si miramos el contexto internacional de dominio estadounidense prácticamente indiscutido, pero ya durante el macrismo había empezado a demostrar su resquebrajamiento el orden hegemónico atlantista, e incluso demandó cierto pragmatismo en el relacionamiento con países emergentes y del vecindario.

En un contexto clave para el país, atravesado por las drásticas políticas internas tomadas por este gobierno y su impacto negativo sobre gran parte de la población, se requiere analizar la realidad y lo que la misma indica acerca de los intereses prioritarios para el país, y en realizar una elección inteligente y cuidadosa de socios, mientras se fomentan relaciones diplomáticas y comerciales dentro de canales oficiales con el adecuado respeto. No es el tiempo para una política exterior del wishful thinking al estilo del libertario-en la que el thinking brilla por su escasez y priman los deseos de ser reconocido y figurar para gloria propia-sino de pensar y actuar.