Por Nicolás Fernández
Muchas veces me pregunté cómo sería nuestro mañana. Lo hice cuando redactaba la tesis medioambiental, y me preguntaba por el valor de las cosas que se pierden por acciones irracionales del hombre.
Me pregunté cómo sería el ser humano luego de tanta indiferencia por la extinción de especies, por la modificación de su hábitat.
Cuando armé la página del CEFOP (Centro de Formación Profesional), me preguntaba cómo serían los dirigentes del mañana, pues imaginaba una sociedad mucho más exigente y participativa.
Nunca conjeturé vivir hoy en sintonía con líneas de pensamiento como los de la inestabilidad de los deseos, la insaciabilidad de las necesidades del consumo y el descarte permanente.
La fragilidad de las relaciones, el cambio de paradigmas al que le dediqué páginas, hace que los demandantes del mercado de consumo no tengan lo elemental y entren en estado de desesperación.
La benevolencia no es otra cosa que una virtud que pone en marcha un mundo mejor.
Las redes sociales, motor de la comunicación, son la ventana que nos permite tomar contacto con el exterior, y es la herramienta que usamos todos los acuartelados para ver a nuestros familiares, para trasmitir nuestros sentimientos -con el reparo que genera para miles de personas, pues despersonaliza la comunicación y terminará remplazando a las relaciones directas-.
Paradoja
Miren qué paradoja y que cosa tan tremenda: mientras la humanidad estaba en apogeo, la producción a tope, el consumo y la vida en libertad era un valor y cada uno podía hacer lo que se le viniera en gana.
No obstante, la naturaleza estaba sufriendo enfermedades irreversibles, ríos en extinción, aguas contaminadas, derretimiento de polos, avance de los mares sobre litorales marítimos, pérdida de flora, menoscabo de fauna, contaminación del aire, etc. Y todo esto siendo la primera -o más conocida- especie que en su raza evolutiva ejercía estos cambios siendo consciente del daño que generaba.
Hoy la humanidad se enfermó y la naturaleza recupera gradualmente su esplendor: las aguas se vuelven más cristalinas, el aire tiene otro aspecto y su olor ha variado; los animales toman conductas atípicas y pasean por las calles de París, un sinnúmero de insectos y de animales en peligro de extinción dejaron de estarlo.
Pero la sociedad vive en soledad, la muerte golpea a todos por igual y ello, si Dios quiere, tendrá un fin; el dilema, la pregunta, es cómo seremos después de este fenómeno tan frenético y aterrador.
¿El nuevo paradigma mundial nos convertirá en seres más racionales, menos egoístas, menos inescrupulosos, o enfrentaremos otra plaga que ponga fin a la humanidad, que se sintió la especie señora del planeta, cuando en realidad no era más que otro ser vivo dentro de la aldea global?
El ataque indiscriminado al medio ambiente nos llevó hasta el incómodo lugar que estamos viviendo, pese a las reflexiones académicas, pontificias y de las organizaciones ambientalistas. Todas, sin descartar, cayeron en saco roto.
Indudablemente soplarán vientos de cambio para la sociedad cuando esto termine o mengüe. Sin embargo, la incertidumbre de cómo será ese mundo son tremendas: cómo nos saludaremos, qué pasará con los espectáculos públicos, con los medios de producción, con los cines, con el fútbol (solo imaginémonos sentados en una butaca con una persona a nuestro lado que estornuda o tose). Las preguntas y las repuestas son infinitas.
Lo normal y cotidiano será nuevo con parámetros y hábitos distintos.
Ahora bien, todo eso sucederá en forma definitiva, pero ¿qué ocurrirá con los demás temas que son de importancia superlativa, amén de que la salud esté en primer lugar?
El impacto económico de esta tremenda crisis no hay que minimizarlo, la Argentina que tomo la iniciativa a la hora de enfrenar la pandemia, pero posee un perfil económico muy delicado.
Ya sea por el efecto global como por el interno, el país está frente a una situación de extrema gravedad, y todo indica que esto se pondrá cada vez peor.
No hace falta ser un especialista, ni ser egresado de una prestigiosa universidad extranjera para sostenerlo, pues lo impone la realidad.
¿No sería hora de armar un gabinete de crisis para ver si podemos bajar la curva de los despidos, de los quebrantos, achatar la curva del desempleo, el desastre generalizados e imparables con quebrantos en la alborada de las Pymes de este país
No tenemos un plan macroeconómico, corremos detrás de los acontecimientos y, de no poseer una actitud de grandeza que reconozca la fragmentación de los equipos -que es similar a de la sociedad-, podemos caer en una situación caótica insostenible.
La pandemia un día pasará. ¿Y mañana qué haremos?, debería ser el interrogante de los que conducen.
Sabemos que lo que sucede no ingresa dentro de los parámetros de normalidad. Por ello, nos invita a ser audaces y creativos. Pero para que ello sea posible, hay que recuperar el protagonismo colectivo, un plan integral y multidisciplinario, para que la Argentina no quede en las cenizas.