A Max Weber (1864 – 1920) todavía le consideramos como uno de los padres de la sociología y la ciencia política modernas y entre sus obras destaca la conferencia titulada La política como vocación y como profesión, pronunciada el 28 de enero de 1919 y en la que examinó las principales características y cualidades del político profesional moderno. Hoy nos acompaña la ex eurodiputada Beatriz Becerra para comprobar la vigencia de Weber y tratar de averiguar cómo operan y qué motiva a los políticos de hoy en día.
Weber pronunció la conferencia cuando las naciones occidentales (Weber tenía especialmente en mente los ejemplos de Estados Unidos y Gran Bretaña) se enfrentaban a las consecuencias de tres procesos paralelos e interconectados: la aparición de la política de masas, del político profesional y de los partidos políticos modernos – a saber, organizaciones complejas, burocratizadas y orientadas hacia la competición electoral.
Alemania, además, digería en 1919 la derrota en la Gran Guerra, la humillación de la Paz de París y el descenso al caos revolucionario que siguió al colapso del Estado imperial diseñado por Bismarck. Munich, la ciudad que acogía la ocasión, era por entonces capital de una República de Baviera de corte soviético y, como toda Alemania, sufría el enfrentamiento violento entre socialistas revolucionarios, reaccionarios y liberales que terminaría dando lugar, primero a la liberal República de Weimar y, más tarde, al nacionalsocialismo.
Baste decir que Rosa Luxemburgohabía sido asesinada apenas diez días antes de que Weber pronunciara la conferencia que hoy nos ocupa. Así las cosas, Weber se aproximaba a la política desde un pragmatismo cínico, a veces brutalmente descarnado, que trata de identificar las cualidades y características del político exitoso reduciendo el idealismo a lo que él considera que es su lugar y abrazando, con absoluta naturalidad, el aspecto venal y aún truculento de la actividad política.
Aunque el título con frecuencia se traduce en «la política como vocación»,el original alemán Politik as Berufen realidad alude a la doble naturaleza de la política como vocación y como profesión; enfatizando la complejidad de la actividad política y las contradicciones inherentes a la misma. Como actividad que puede aunar objetivos nobles, al servicio de ciertos ideales o intereses comunes con objetivos aparentemente sórdidos, pero igualmente inescapables, como satisfacer los intereses materiales y personales de aquellos que la practican.
Idealismo y cálculo de posibilidades
En primer lugar, para Weber, la política es «participar en el poder o influir en la distribución del poder… entre los distintos Estados o, dentro de un mismo Estado, entre los distintos grupos de hombres que lo componen». Y, por tanto, en su opinión, «quien hace política aspira al poder; al poder como medio para la consecución de otros fines (idealistas o egoístas) o al poder por el poder, para gozar del sentimiento de prestigio que él confiere».
Según Weber, la actividad política debe estar guiada por el idealismo y, al mismo tiempo, por el frío cálculo de posibilidades más o menos maquiavélico. En ese sentido lo que Weber llama, muy poco caritativamente, «demagogia» y lo que ahora llamamos (con más delicadeza) «spin» o «relato» son un parte tan integral de la política democrática que, en su opinión, las profesiones con mejor disposición para la política son la abogacía y el periodismo
Y, en ambos casos, por el mismo motivo: abogados y periodistas están formados en el uso de la palabra y son capaces de poner su discurso al servicio de ciertos objetivos incluso cuando no están necesariamente convencidos de la idoneidad de esos objetivos. Weber observa que el abogado debe defender a su cliente y el periodista, con frecuencia, atenerse a cierta línea editorial.
Weber opinaba, como Maquiavelo y Richelieu, que la ética y por tanto el carácter del líder político y la ética y el carácter del hombre corriente son y deben ser distintas. Líderes como Abraham Lincoln o más tarde Churchill, por ejemplo, enviaron a miles de hombres a la muerte para salvar la Unión, acabar con la esclavitud o derrotar al nazismo. Opinaba Weber que la mayoría de las personas normales no son capaces de sobrevivir emocionalmente ante semejantes decisiones sin enloquecer o embrutecerse – y tanto Lincoln como Churchill, que lo lograron, eran notoriamente propensos a los episodios depresivos.
Hoy diríamos que el éxito político requiere un cierto equilibrio entre la psicopatía – la falta de empatía – y la salud ética y emocional. Vista la crueldad que se dispensa entre los partícipes de la vocación política, pareciera que la crueldad sigue siendo necesaria para mantenerse en el poder como, por poner algunos ejemplos más triviales, cuando Pedro Sanchezdefenestró a Iván Redondo y José Luís Ábalos, Obama prescindió de su íntimo colaborador David Axelrod o Felipe Gonzalez de Alfonso Guerrao Pablo Casado decidió llevar su distanciamiento con Santiago Abascal hasta lo personal.
Por otro lado, Weber considera que la aparición del político moderno corre pareja a la aparición del partido político como maquinaria diseñada para participar en la competición electoral y encabezados por lo que Weber llamó «líderes carismáticos» o «caudillos». Una primera consecuencia es que el origen del poder del político y su fuente de autoridad se desplaza desde el Parlamento al partido – obsérvese, por ejemplo, el caso de Margaret Thatcher o Tony Blair, que fueron descabalgados del gobierno por su propio partido cuando este decidió que, incluso siendo primeros ministros, eran un lastre electoral. O la famosa metáfora de Alfonso Guerra acerca de «moverse y no salir en la foto» en alusión a la disciplina interna de los partidos y las consecuencias de saltársela, como le ha ocurrido recientemente a alguna política carismática del Partido Popular.
Es evidente que los partidos políticos se han convertido en maquinarias controladas por líderes carismáticos capaces de imponer una disciplina férrea – y que cuando esto no ocurre el líder no suele serlo mucho tiempo. En la visión weberiana, el partido se convierte en una organización jerárquica que incluye cuadros profesionales y el líder político lo es en tanto que logra cumplir dos funciones.
Los ‘asesores’ o ‘funcionarios políticos’
En primer lugar en tanto que, mediante el éxito electoral, es capaz de suministrar cargos a sus afines – desde ministerios y secretarías de Estado a lo que hoy llamaríamos «asesores» y él denominaba «funcionarios políticos» distintos de los funcionarios del Estado.
Weber, por ejemplo, usa con toda naturalidad el término «pesebre» como parte integral de la política profesional en Estados cada vez más complejos en los que los ministros son escogidos por cuestiones de afinidad partidista y cumplen una función estrictamente política y por tanto tienden carecen de los conocimientos técnicos necesarios (imprescindible recordar aquí a los guionistas de la célebre serie satírica sobre la materia Yes, Minister). En realidad, la única recomendación que Weber se permite es sugerir que esos «asesores» sufran las mismas exigencias técnico-académicas a las que se someten los funcionarios especialistas de carrera.
Weber toca aquí sobre uno de los asuntos que más irritación genera entre la ciudadanía y más críticas les causa a los políticos. Vemos que el reparto de cargos ya era un problema hace 100 años y que sin embargo respondía a dos fuerzas perfectamente explicables y hasta inevitables: por un lado, el político profesional espera, lógicamente, que se remuneren sus servicios; y por otro, en un Estado y en un teatro político cada vez más complejos requieren de plantillas cada vez más grandes y más especializadas.
En realidad, Weber observaba este proceso profesionalización con admiración, ya que él vivió el resultado una competición real entre sociedades dirigidas por profesionales de la política como Clemenceau, Woodrow Wilson o Lloyd George frente a sociedades dirigidas por una combinación de funcionarios y lo que él consideraba diletantes como el KaiserGuillermo y el emperador Francisco José. Y Alemania perdió la Gran Guerra, en opinión de Weber no tanto en el campo de batalla como en el campo de la política y de la opinión pública. Y lo hizo porque la brutalidad de la lucha política en las sociedades democráticas preparó a esos líderes para la guerra real que se libró entre 1914 y 1918.
Preguntas para el diálogo
- ¿Cómo viven los políticos la aspiración de poder? ¿Para qué sirve el poder? ¿Al servicio de un ideal? ¿De la «comunidad» en abstracto? ¿Cuántos políticos aspiran «al poder por el poder»?
- ¿Es posible aspirar a la alta política y al ejercicio del poder sin sacrificar parte de la propia humanidad?
- ¿Están los políticos suficientemente bien pagados? ¿Hay exceso de asesores? ¿O quizás hacen falta más? Más importante: ¿cómo explicárselo a la ciudadanía?
- ¿Es la política democrática buena práctica para formar estadistas?
- ¿En qué medida han suplantado las maquinarias de los partidos el papel de espacio de debate y discusión que debería ocupar, en realidad, el propio parlamento? ¿Son nuestros partidos, dada su estructura, antipolíticos? ¿Han creado los partidos y su estructura las condiciones para el ahogamiento del debate la tremenda polarización que vivimos en todas las democracias?
- Para Weber, los académicos, los militares y los científicos no solían hacerse buenos políticos y la experiencia de Pedro Duque y Manuel Castells está siendo perfectamente descriptibles. ¿Hay profesiones que preparan mejor para la política? ¿Son estas la abogacía y el periodismo?