Karin Silvina Hiebaum – International Press
A veces el envidiado ni se entera de los sentimientos dolientes del envidioso. Nadie dice “¡Yo te envidio!”, porque el envidioso intenta ocultar sus emociones y prefiere no demostrar su minusvalía y operar con sarcasmo y desvalorización al éxito de su interlocutor.
Manifestar o explicitar la envidia sería un síntoma de salud. En el ámbito laboral, cuando el jefe envidia a su subordinado (el superior sobre el inferior), las conductas envidiosas son más complejas y ensortijadas.
Más aún cuando el subordinado es lindo, atractivo e inteligente, todas virtudes que a los ojos del envidioso se hallan amplificadas.Un recurso del envidioso consiste en señalar que el envidiado llegó hasta donde llegó por conexiones políticas, o porque sale con el gerente, o que detrás de su apariencia inteligente, hay un drama familiar… “¡Uh esto le durará poco porque subió demasiado rápido!”.
Un jugador de fútbol envidioso no pierde ocasión para descalificar como juega el envidiado o incluso de manera tímida o inocente darle una buena patada. La envidia no respeta lejanía ni cercanía afectiva. La envidia entre amigos o hermanos, es doblemente una apuesta a esos sentimientos negativos.
De cara al éxito del cercano afectivo, el envidioso desea que el adversario del exitoso se quede con el trofeo, o juegue mejor el partido, o sea el elegido para el cargo laboral, o le vaya mejor en el examen, o que el novio la deje y se vaya con la mejor amiga.
Ha alimentado durante toda nuestra historia al populismo argentino. Desde los caudillos a Rosas, desde Perón a Galtieri, desde Néstor a Cristina
“Envy: hatred of the good for being the good” (Ayn Rand)
Si ha habido un sentimiento que ha alimentado durante toda nuestra historia al populismo argentino ha sido el de la envidia. Desde los caudillos a Rosas, desde Perón a Galtieri, desde Néstor a Cristina.
La envidia ha sido el narcótico que hemos utilizado los argentinos para redireccionar nuestras frustraciones, inseguridades e impotencias. Nos hemos valido de ella para transformar dicha impotencia en odio para luego dirigir ese odio hacia terceros cuya única falta ha sido tener éxito en emprendimientos en los que nosotros fracasamos.
¿A quién odiamos? A aquel que ha osado revelar nuestra falta de aptitudes e incapacidad.
¿Cómo ha hecho semejante revelación? Atreviéndose él mismo a mostrar sus cualidades, su capacidad y sus aptitudes.
En dos excelentes podcasts, el filósofo canadiense-americano Stephen Hicks, autor del bestseller Explaining Postmodernism, from Rousseau to Foucault (“Explicando el postmodernismo, la crisis del socialismo”) se refiere a la envidia como un sentimiento autodestructivo, auto-saboteador.
Analicemos los ejemplos que propone el Dr. Hicks:
1. Viendo autos deportivos y lujosos estacionados, un individuo decide rayarlos con una llave sin motivo aparente.
2. Sin motivo, un grupo de alumnas de un liceo ataca a la alumna más linda e inteligente de la clase con el objeto de “ponerla en su lugar”.
3. Un actor fracasado en Hollywood se indigna frente al televisor que le informa que su compañero de actuación acaba de recibir un “Oscar”. Indignado, exclama: “Odio a ese tipo!” al tiempo que apaga la televisión.
El estudio de las causas que evocan ese sentimiento parece indicar que lo que nos lastima es el observar el hecho de que alguien se destaca o realiza eficazmente una determinada actividad. Al compararnos y observar nuestra falta de destrezas relativas, experimentamos dolor y frustración. Inmediatamente intentamos despojarnos de dicho dolor. ¿Cómo? Culpando a un tercero por nuestro infortunio.
La tradición liberal y autores como Nietzsche o Rand han combatido la envidia y manifestado la necesidad de erradicarla del alma humana. Pero otros como Rousseau o John Rawls la han justificado y hasta le han encontrado aspectos positivos y útiles. Mientras el socialismo se ha caracterizado por estimular la envidia y generar culpa en el envidiado, el capitalismo ha aceptado dicha culpa disculpándose por estimular la “avaricia” o por su falta de “solidaridad”.
Según el Dr. Hicks, es casi inevitable sentir envidia en alguna circunstancia de la vida; por ejemplo: tu cuñado te invita a una cena en su lujosa casa, grande e imponente, su auto deportivo estacionado en el frente y tú te encuentras actualmente desempleado y sin un peso… ¿Cómo te hace sentir esa situación?
O una joven cercana a la madurez experimenta un nuevo fracaso amoroso, uno más de una larga lista… y es invitada a comer por una amiga que se encuentra en una relación consolidada y que se siente muy amada por su espléndido partenaire. La pareja demuestra su amor a cada momento. ¿Qué sentirá la joven en esa circunstancia?
O el ya mencionado actor frustrado observando a su amigo recibir el premio Oscar, ¿cómo se sentirá?
Qué es la envidia
La envidia se define como una emoción que surge en respuesta al éxito de otra persona que nos obliga a poner foco en nuestro propio fracaso, en la frustración que nos provoca el no haber podido alcanzar las metas que nos propusimos.
La envidia no debe ser confundida con “celos”. Mientras los celos implican el miedo a la pérdida de algo que creemos que ya poseemos, la envidia implica, en cambio, el percatarse de que existe algo que deseo poseer, pero que no me siento capaz de conseguir. Por ejemplo: si encuentro a mi novia besándose con otro hombre en un bar siento celos (experimento el dolor por la potencial pérdida). Envidia implica, por su parte, la creencia de que carecemos de la habilidad o inteligencia necesaria para alcanzar aquello que deseamos conseguir. Esta impotencia provoca dolor y para no asumir dicho dolor lo redirecciono regocijándome con el fracaso ajeno.
Apelando a los ejemplos antes mencionados, si un tornado destruye el auto deportivo de nuestro cuñado, o si nuestra amiga rompe con su actual novio, me regocijo. Aplaco mi dolor contemplando el fracaso ajeno. El igualitarismo en la desgracia nos consuela. De allí, el refrán español: “Mal de muchos, consuelo de zonzos”.
Las fases de la envidia
La envidia pasa por varias etapas. Para que lleguemos a sentirla se deben dar las siguientes características:
1) Se deberá tener una meta significativa que deseemos alcanzar;
2) deberemos compararnos con otra persona que nos resulte familiar y que tenga la misma meta que yo;
3) percibimos que la otra persona avanza mejor y más rápidamente hacia dicha meta;
4) en la comparación percibo mi “inferioridad”;
5) esa percepción pone en duda mi propia capacidad para alcanzar el objetivo;
6) se estimula la idea de que estoy destinado al fracaso;
7) percibo el dolor que me provoca dicha idea;
😎 como no deseo sentir ese dolor, lo redirecciono en forma de odio hacia la persona que provocó la sensación;
9) “mato” al mensajero.
Cómo luchar contra la envidia
El Dr. Hicks enumera varios mecanismos que permiten entender mejor y luchar contra la envidia. Esos mecanismos requieren que seamos capaces de transformarla en admiración, respeto, motivación o emulación.
Es importante destacar que la envidia no aparece si no existen similitudes de metas. Si nunca he deseado ser un super golfista, difícilmente sienta envidia por Tiger Woods. La envidia requiere también de similitud de carreras o de intereses, encontrarnos dentro del mismo rango etario o jerarquía intelectual o en el mismo rango de habilidades. El envidiado deberá encontrarse dentro de mi equipo de “pares”.
Una forma de combatir la envidia es concentrarse en nuestras propias responsabilidades, en nuestro propio auto perfeccionamiento. En este caso la envidia tiende a desaparecer.
La envidia y la política
Tanto el fascismo como el socialismo, al favorecer el concepto de igualdad (mediante la ley), estimulan la envidia. Al validarla, la popularizan. Pero como el sentimiento de envidia provoca dolor será necesario redireccionar dicho dolor y transformarlo en odio. Ello hará necesario a su vez la aparición de ” chivos expiatorios”: los ricos, la oligarquía, el capital concentrado. Slogans como “justicia social” o “la necesidad crea derechos” logran redireccionar el dolor de la envidia hasta transformarlo en políticas públicas de monitoreo y apropiación del éxito ajeno. ¿Cuál es sino la justificación ética del impuesto a las ganancias?
¿Ayudan los mecanismos de redistribución a apaciguar la envidia? Desde Rousseau, han sido muchos los escritores que han sostenido la idea de que los mercados libres acentúan las desigualdades.
En realidad, lo opuesto es cierto: mientras el capitalismo iguala a todas las castas sociales en consumos abundantes, las sociedades pretéritas estaban repletas de castas y de privilegios.
El capitalismo también tiene costos, no es gratis: la abundancia de oportunidades implica elegir, lo que conlleva la enorme posibilidad de equivocarnos.
Los remedios consisten en volcarse a sí mismo, el comprender que la comparación jamás debe ser contra terceros sino contra uno mismo y que el éxito de los demás, en lugar de lastimarnos, podría ser estimulante y aleccionador si aprendemos a manejarlo. Lo que debe inspirarnos es nuestro propio destino, la búsqueda de nuestras propias metas a nuestro propio ritmo de avance y no al de los demás. Cada cual con sus fuerzas y con sus propias y únicas razones.
Transformar la envidia en inspiración y emulación es una de las grandes tareas a realizar por parte del pueblo argentino.
Esta envidia es lasciva, traicionera, porque mientras que el envidioso hace como que es feliz por los logros de la amiga, por detrás desea profundamente que fracase: no lograr su éxito, sino que fracase. Detrás de la felicitación del envidioso, está el deseo de destrucción.