En el año 711 los musulmanes del norte de África invadieron la Península Ibérica. Los musulmanes convirtieron a la Hispania romana en uno de los centros intelectuales de la cultura islámica y ocuparon parte de la península durante unos ocho siglos.
Horas después de los brutales atentados perpetrados por el terrorismo yihadista el 13-N en París, las máximas autoridades francesas manifestaron estar en “guerra” contra el autodenominado Estado Islámico (ISIS o DAESH). Inmediatamente, se desencadenaron acciones y decisiones contundentes para derrotar al enemigo, tanto exterior (en Siria) como interior (células terroristas). Después de estas reacciones en caliente se impone una reflexión en frío para mejor comprender las causas últimas de los hechos y por qué no han funcionado los inhibidoresque debieran haber permitido evitarlos.
La reacción francesa se comprende por la gravedad misma de los hechos y por la voluntad de neutralizar una extrema derecha ávida de capitalizar la crisis en puertas de las elecciones regionales. Sin embargo, no es una reacción exenta de peligros. Manifestarse (aún sin declararse) “en guerra” contra Estado Islámico puede, perversamente, concederle cierta legitimidad. La declaración del estado de excepción y el recorte de libertades constitucionales son cuestiones muy sensibles en democracia. Y cuando se habla de “guerra” conviene conocer bien al enemigo, tener un plan para eliminarlo y vislumbrar la victoria como objetivo alcanzable.
El uso del término “guerra” en el frente exterior evoca la “guerra contra el terror” proclamada por los EE.UU después de los atentados del 11-S. No se puede olvidar como aquella desembocó en la desastrosa guerra de Irak, una de cuyas secuelas es el nacimiento de ISIS, que hoy se combate. Hay que cuestionar también los límites de una “guerra” donde se renuncia de entrada a utilizar ejércitos sobre el terreno.
El enemigo interior son los terroristas yihadistas, infiltrados en Francia, en la UE o en el ciberespacio. Es un enemigo difuso, oculto y cambiante, dirigido, inspirado y a menudo financiado y entrenado por el enemigo exterior y patrocinadores ocultos, pero que, a diferencia de éste, no tiene territorio. Con él, de poco o nada sirven la mayoría de instrumentos de guerra convencionales. Se trata de un problema policial, judicial, cultural, religioso, social, de identidad e integración en Europa de una segunda generación de inmigrantes musulmanes.
Francia no dispone por sí sola de medios suficientes para derrotar a ninguno de los dos enemigos, por lo que apela a la solidaridad europea y a la cooperación internacional. El problema es que la actual Unión Europea tampoco está equipada para hacerlo. Conviene preguntarse por qué la UE, que ya había identificado en su estrategia europea de seguridad y defensa de diciembre de 2003 al terrorismo como la principal amenaza, no solo no ha sido capaz de atajarlo a lo largo de estos años, sino que lo está viendo crecer. La respuesta hay que encontrarla en un conjunto de debilidades que inhiben la capacidad de respuesta de la Unión.
La UE no dispone aún de una defensa europea propiamente dicha. Precisamente fue Francia, históricamente, el primer país en oponerse a su creación. No estamos en medida de desplegar un ejército europeo. Toda decisión consecuente en materia de defensa pasa por la paralizante regla de la unanimidad. Tampoco existe una política exterior europea propiamente dicha. La política exterior y de seguridad común con su apéndice de la política común de seguridad y defensa no dejan de ser sucedáneos. No hay pues suficiente capacidad para dar respuestas políticas genuinamente europeas ante guerras como la de Siria. Francia pretende coordinar su actuación en Siria con los EE.UU y Rusia e influir en sus posicionamientos respectivos, pero falta una posición europea en primer lugar. Hasta hoy, ante algunas crisis exteriores, especialmente en el mundo árabe, Europa ha optado por subcontratar su defensa a la OTAN o por formar coaliciones “ad hoc”, renunciando al multilateralismo y sacrificando la unidad. El caso de Irak es paradigmático, pero Afganistán o Libia no han dado mejores resultados. En todos estos casos han surgido nuevos movimientos terroristas difíciles de erradicar. Al Qaeda fue uno de ellos. ISIS no es más que la última mutación, más peligrosa aún por su milenarismo apocalíptico y su apetito territorial. La UE no dispone tampoco de unos servicios secretos europeos a la altura del reto y los intercambios de información entre las policías nacionales son insuficientes, como lo evidencian los hechos de París y otros anteriores. No disponemos de mecanismos europeos para filtrar internet, mientras que ISIS es muy eficaz en la utilización de las redes sociales como instrumento de propaganda, adoctrinamiento y reclutamiento. Hemos congelado la adhesión de Turquía a la UE pero ahora necesitamos su cooperación más que nunca para resolver la crisis siria y controlar el flujo de refugiados. Hemos diferido la ampliación europea hacia los Balcanes reduciendo así nuestra influencia en una región que hoy es la principal vía de penetración de armas para los terroristas y vía de acceso de los refugiados. Finalmente, la Unión Europea ha sido incapaz de dar una respuesta suficiente a los problemas del paro y la desigualdad, por falta de instrumentos adecuados, ya que tampoco se ha dado el salto definitivo de la unión monetaria a la plena unión económica y fiscal. Al mismo tiempo, la marginación de las poblaciones jóvenes y de los inmigrantes, acentuada por la crisis económica, se reconoce como el caldo de cultivo del fundamentalismo islámico en Europa.
Ante esta situación no deja de ser paradójico que algunos cuestionen la apenas esbozada y aún no realizada política europea para los refugiados, cuando éste es precisamente el precio que pagamos por no haber solucionado, y en parte generado, el problema en el país de origen.
El terrorismo islamista es un problema complejo y multidimensional sin soluciones simples ni rápidas. Europa no es la causa del problema pero tampoco es ajena a su génesis. El desafío de Estado Islámico ilustra, como pocos, los límites de la UE en su forma actual para afrontar los retos de su propia seguridad. Para remediarlo hace falta un reforzamiento de la integración europea, en especial en los terrenos de defensa, seguridad, política exterior y economía. Las acciones defensivas y neutralizadoras no pueden obviamente esperar a que la Unión colme sus limitaciones, pero los tambores de guerra no darán resultados suficientes si no se lucha por culminar la construcción europea. Hay que europeizar la solución de lo que es un grave problema europeo. Nunca fue más cierto el aforismo que la Unión hace la fuerza, pero además, en este caso, puede afirmarse que sin más unión no habrá solución.
El Islamismo en Europa es un crecimiento de expansión silencioso
Durante décadas, el islam político fue considerado como una corriente minoritaria en las sociedades musulmanas. Sin embargo, los conocidos como islamistas moderados fueron creando una importante red internacional basada en sus actividades de predicación, asistenciales, empresariales y políticas que, con el paso del tiempo, permitieron situar a esta ideología como una alternativa de poder en determinados países. De igual modo, desde la década de los cincuenta del siglo XX esa red se fue implantando en Europa, sin que nadie considerara que pudiera tener alguna implicación en el devenir natural de los acontecimientos de los estados del Viejo Continente.