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Por Natalia Quilis, docente en Lengua y Literatura
Ayer caminaba y reflexionaba, -iba llena de amor entonces en mí-, la historia recién contada por mi madre, quien ya está en una edad donde las confusiones son comunes…
La cuestión es que me comentaba, por centésima o más vez, la historia de un personaje de la calle,” La Rubia, la Rosa”, le apodaban (en un tono burlón y sin pronunciar la “r” fuerte sino débil en cada principio de las dos palabras).
El personaje en cuestión, tenía muchos hijos de diferentes hombres y su residencia parece que era la calle; su mente desvariaba, como la de mi anciana madre en la actualidad…
Pero ella reía contando su relato con una admiración de una niña misionera (ya que nació y vivió allí, en Misiones su infancia; que cada vez es más recurrente en su mezclada memoria actual, la de mi madre) que en aquellas épocas observaba a la loca de la calle, mendiga, con su cruz a cuesta y mi madre hoy, entre adulta y niña nueva, repite esa historia que se ve, quedó en su memoria como algo divertido y no como algo triste.
La historia podría ser, dependiendo el receptor o testigo, tanto escabrosa como graciosa o penosa o torturante, etc…
Lo cierto es que la Rubia la rosa era eso, una mendiga llena de niños y muy inocente y dependiendo de la edad y el corazón de sus contemporáneos habrá sido un quiste social, una pena o una gracia.

Época
Los niños, como mi madre en esa época, al verla, cantaban a coro:” ¡la Rubia, la rosa, no tiene calzón!”; repitiendo la frase entre juego y ataque encubierto, solo para lavar sus inseguridades…
La vida, pensé, es irónica, es la primera vez que reflexiono sobre esto; que La rubia, no tenía calzón, “repetía mi madre” y sonreía porque eso hacen los niños.
La verdad es que el tiempo es perfecto, la verdad es que cada quien tiene su tiempo, su mundo y los hay tanto como seres hay.
Yo estaba imbuida en amor, podría haber estado en ira o en ansiedad pero estaba en amor y eso, hacía que pensara en La rubia como en un personaje literario, alguien de quien tantos años escuché, por boca de mi madre, pero que hoy se volvía poesía en mí, solo porque mi musa había regresado.
Entonces pude forjar en mi imaginación: una rubia hermosa como lo son las misioneras, con un desvarío mental, rodando por las calles… bueno sé bien que la selva está muy relacionada con los animales, así que mi mente tejía la humedad hasta casi poder sentirla en el tacto de mi propia piel, el olor a clorofila y arcilla y el colorido del lugar, hacían imposible el no traslado mental, el calor sofocante y la Rubia, allí… estaba sucia, con las huellas propias del tiempo y la indigencia, pero su belleza, entre los harapos, ciertamente estaba intacta.
La vi: cabello largo enredado, maltratado mezclado ligeramente con el color del suelo, los ojos azules algo grandes para su rostro huesudo y europeizado pero con mezcla dura algo indígena, muy nuestra; alta voluptuosa y curvilínea. La rubia… algo intimidante, pensé.
Cada jornada salía y pedía, los niños se reían, otros en quienes su conciencia natural predominaba la captaban aterrados; los adultos,”hembras,” se burlaban y despreciaban con un dejo de ligera envidia, ante su salvajismo innato, los animales de seguro, la aceptaban como una igual y se comunicaban con ella; ella era parte del paisaje y todo lo que él conllevaba, digamos que mimetizaba con la pintura regional…
Pero los hombres… ellos, sabían que ella no llevaba calzón y hoy conociendo a los hombres; comprendo fácilmente el porqué de que ella, tuviera tantos hijos.
El resto del relato lo dejo librado a tu imaginación. Como debe de ser…