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Aunque muchos no lo recuerden o lo ignoren, Alberto Fernández fue quien facilitó el camino para que Néstor Kirchner alcanzara cierto protagonismo más allá de su rol de gobernador de una “lejana” provincia patagónica.
Es más, podría aseverarse que Alberto fue, junto a Néstor, el precursor del ideario político que luego se conocería como Kirchnerismo; dejando atrás el “Lupinismo” provincial y poniendo en carrera presidencial al santacruceño.
De aquellos primeros tiempos a fines de la década del 90, pasando por el “poder casi total” y la ambición de “ir por todo”; hasta el estrepitoso final de un gobierno que pasará a la historia como el “peor” desde el retorno de la democracia en 1983; la salida de Alberto Fernández de la Casa Rosada marca sin dudas la ruina del proyecto político que supo denominarse “Kirchnerismo”.

El comienzo

Era fines de la década del 90. En las redacciones de los diarios comenzaban a cambiarse las viejas “teletipos” por las primeras conexiones coaxial que suministraban los “cables de noticias” hacia las modernas impresoras de tinta.
La provincia de Santa Cruz no sólo no figuraba en el vocabulario nacional, sino que, además, cuando algún corresponsal desde Buenos Aires intentaba mandar un fax (otra modernidad de la época) con la crónica de alguna pelea de “Roña” Castro, al pedir el servicio en cualquier locutorio de la Capital Federal (aún no era CABA) le preguntaban si “Santa Cruz era Bolivia”.
En esa época; cuando llegaba un “despacho” a la mesa de noticias sobre actividades del “gobernador de Santa Cruz, Néstor Carlos Kirchner”, la persona importante del texto era Alberto Fernández. El entonces diputado bonaerense encabezaba la noticia, siempre breve y siempre mencionando que Fernández recibía a Kirchner; para nosotros “el Lupo”.
Encontrar una “cable” o un “despacho” nacional mencionando al gobernador era un hallazgo que simplificaba el trabajo del día: la tapa del diario estaba asegurada.
Luego comenzó a mencionarse una especie de nombre clave: El Grupo Calafate. Allí es donde empezó todo.

Grupo Calafate

Era 1998, bajo el control del Eduardo Duhalde, se iniciaron una serie de reuniones entre dirigentes políticos de extracción peronista, pero no necesariamente parte del establishment y sobre todo alejados de la ortodoxia.
En definitiva, era un grupo pensado para acompañar la eventual candidatura de Duhalde y pasar la página del Menemismo.
De la informalidad de los primeros contactos y teniendo como principal armador a Alberto, se concretó un encuentro formal en El Calafate, y de allí el nombre que adoptó este grupo.
Pero vale mencionar que el lugar elegido en principio no iba a ser Santa Cruz, sino Córdoba, y la sede del encuentro la localidad de Tanti.
Fue el Lupo” quien le pidió a Alberto que impulsara entre los miembros del “Grupo Callao” (núcleo inicial de la movida anti Menem) a la localidad turística santacruceña.
Por esas épocas, Kirchner había dejado atrás su admiración por el riojano y comenzaba a ser un crítico del gobierno nacional. Este cortocircuito fue aprovechado por Duhalde para sumar al santacruceño y a varios disconformes como Julio Bárbaro, Estaban Righi y Carlos Kunkel entre otros.
Aquel Grupo Calafate fue una suerte de laboratorio de ideas (think tank), a la vez que generó conexiones a nivel país, en una estructura que acompañó la campaña presidencial de Duhalde.
El eje de la estrategia era reconfigurar al peronismo, evitar que las ambiciones de Menem lo llevarán a un tercer mandato e incorporar un ala más progresista y de centro izquierda al “movimiento Justicialista”. Lo que luego Kirchner llamaría “transversalidad”. Un detalle es que muchos de los que participaron de aquel primer encuentro serían funcionarios del gobierno de Néstor, como el caso de Carlos Tomada, Héctor Recalde y obviamente Alberto Fernández.

El “primer” organizador

A partir del ´99 el coordinador de los encuentros semanales era Alberto. El segundo cónclave del “grupo” sí se realizó en la localidad cordobesa; y en esa reunión quedó en claro que disputarían todos los espacios dentro del PJ; y simultáneamente se presentarían como una alternativa a la Alianza, la principal fuerza opositora.
Tras la crisis política, social y económica del 2001 (ese “estallido” que se cobró la presidencia de De La Rua) sobrevino el periodo de los “cinco Presidentes”, la llegada de Duhalde a la presidencia vía Asamblea Legislativa, y finalmente, el “momento mas esperado” por Néstor. Pero junto a él, estaba Alberto que había sabido compatibilizar la extraña y díscola personalidad de Kirchner, sus objetivos políticos más simples y la ambición que lo motivaba. De este modo, fue el principal interlocutor que tuvo el Lupo, ya en los planos nacionales.

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El vínculo y la ruptura

Cuenta el propio Alberto que fue Duhalde quien le pidió por la candidatura del santacruceño. “Duhalde me dijo que, si Néstor paraba de putearlo, cerrábamos un acuerdo, pero que yo tenía que ser el garante”, recordaba Fernández en una entrevista con el diario La Nación. Así fue que, como “garante” de la llegada del Kirchnerismo al “poder”, Alberto se constituyó como el hombre de confianza y más cercano a Néstor.
En ese contexto, una de las acciones decisivas que debió emprender Fernández fue asumir la diplomacia –que Kirchner no tenía – para explicarle a los integrantes del Grupo Calafate que, Duhalde “no iba más”.
Siendo Duhalde quien había confiado en Alberto para la construcción del espacio, hubiera parecido una tarea temeraria “sacarlo” del medio; pero dado que ahora Néstor era el Presidente, “cambiar” de “jefe” no le resultó tarea difícil al flamante Jefe de Gabinete.
De este modo, sin el “padrino bonaerense” en el camino, el santacruceño se afirmó en la Presidencia junto a su “ladero”.

Pero la intensidad del vínculo se fue desgastando y llegó a su máxima expresión de incomodad durante el conflicto con el campo en 2008. Entones Alberto optó por salir por la puerta de atrás, alejarse del Kirchnerismo que había fundado con Néstor y llamase a silencio por algunos años; hasta que volvió al ruedo como un claro opositor.
Lo que quedaba de aquel armado inicial, Cristina se ocupó de “limpiarlo” en su segundo mandato; mientras comenzaba a sobrevenir el “Cristinismo”.

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La revancha y la caída

Todos recordarán el 18 de mayo de 2019, como el día en que Alberto Fernández fue ungido por Cristina Kirchner para ser el candidato a Presidente, en una fórmula que ella integraría como Vice.
La idea de la condenada Presidente (hoy se cumple un año del histórico fallo por corrupción) era volver con el halo de la mística inicial con la que su marido había alcanzado la primera magistratura del país.
Pero un dato a tener en cuenta es que, un año antes Alberto había tenido la idea de refundar el Grupo Calafate, con el cual había alcanzado todos sus logros políticos.
Fue el 12 de mayo del 2018, en un evento realizado en un bar de la calle Venezuela del barrio porteño de San Telmo. Allí relanzó el espacio que tantas “satisfacciones le había dado a él y a su “compinche” político ya fallecido.
“El denominado Grupo Callao, un conjunto de dirigentes peronistas que se reunirá bajo la dinámica del antiguo «Grupo Calafate», que en su momento sirvió de plataforma al luego presidente Néstor Kirchner”, decían las crónicas de la época. La “nueva aventura” la encaró el ex Jefe de Gabinete, secundado por el nieto de Antonio Cafiero, Santiago Cafiero; quien luego tendría un lugar preponderante en el gobierno y sería uno de los últimos leales al pretendido “Albertismo”.
La “peregrina idea” era replicar el modelo de armado, pero ésta vez con Alberto como Néstor y Cafiero como el aquel Fernández armador inicial.
Los planes de Cristina eran otros. Es cierto que cuando lo “nominó” recordó que Fernández había sido “jefe de Gabinete de Néstor durante toda su Presidencia. Lo vi junto a él decidir, acordar y buscar la mayor amplitud posible. Fueron tiempos muy difíciles, pero estos que estamos viviendo son dramáticos”, expresó la entonces Senadora, que buscaba algún refugio político para dar el salto antes de dejar su banca.
Lo demás es historia conocida: Ya cómoda en la Vicepresidencia, lo único que hizo fue obstaculizar a su elegido y junto con su hijo Máximo intentaron dar una nueva vida a un “herido de muerte” Kirchnerismo. Pero ni el “heredero” (sanguíneo) ni la viuda, tuvieron la capacidad de reformular el espacio; pese al slogan “Volvimos mejores”. De hecho, volvieron peores; radicalizados y destruyendo desde adentro la nueva oportunidad política.
En medio del derrumbe se vio la verdadera cara de Alberto. Siempre había sido un “segunda línea” de la política, tenía menos carisma que De La Rúa y hasta admitía ser vapuleado en vivo y en directo por su Vice.
Esos fueron los últimos estertores del espacio político que “manejo los hilos del poder y la política” por dos décadas en el país. Hoy ya no queda nada.
Como describiera el periodista Eduardo Feinmann: “la responsable de este desastre del Kirchnerismo, la autora intelectual de esta catástrofe es Cristina; Alberto Fernández fue el autor material”.
Así termina esta breve crónica del sueño y la ambición política que se convirtieron en pesadilla y sinónimo de corrupción; y que sumergió a la Argentina en la peor crisis de la historia. Así terminó el Kirchnerismo.