Basándose en la cliodinámica, el científico Peter Turchin explica en su último ensayo, ‘Final de partida: élites, contraélites y el camino a la desintegración política’ (Debate, 2024), por qué no descarta el estallido de una guerra civil en Estados Unidos.

No sé si Peter Turchin lo sabe, pero ha escrito uno de los libros de terror más acongojantes que he leído. Se titula Final de partida: élites, contraélites y el camino a la desintegración política (Debate) y es uno de los primeros ensayos que se publicarán en España este enero. Su mérito es notable, pues aterroriza al lector sin recurrir a monstruos, fantasmas, manipulaciones psicológicas o asesinos en serie. Le bastan una serie de razonamientos, una exposición histórica rica en referencias y los rudimentos de la cliodinámica, un método de predicción de tendencias históricas basado en el análisis con ecuaciones de grandes repertorios de datos. ¿Parece aburrido, incluso árido? No se engañen: puede sonar a clase insípida de ciencias sociales, pero es terror del bueno, del que quita el sueño.

El resumen muy abreviado del libro es sencillo: nos vamos para el carajo. Si el ambientillo político y social ya les parece duro, prepárense, porque las cosas van a empeorar mucho a partir de 2024. Turchin se centra en Estados Unidos, desde donde escribe, pero es fácil extrapolar la historia a Europa, donde reconocemos las tramas y los personajes. ¿Hasta qué punto puede empeorar la cosa? No se sabe y no se moja, pero no descarta el estallido de una guerra civil. Lo menos grave sería un colapso institucional que se salve con pocos disturbios, pero los modelos matemáticos del autor dicen que ya es demasiado tarde para evitar algún tipo de violencia y de caos. Es un año electoral, ya lo saben, y sea cual sea el resultado, el horizonte pinta mal.

Dice Turchin que Estados Unidos vive una crisis de manual cuyos ingredientes, en otros momentos históricos análogos, han provocado el derrumbamiento de imperios y la desaparición de regímenes por medio de una revolución. Compara la situación actual de su país de residencia con la que vivió su país de nacimiento, Rusia, en los primeros años del siglo XX, que acabaron con la toma del Palacio de Invierno. La diferencia aquí es que el Lenin norteamericano no saldría de los revolucionarios de izquierdas, sino de los de derechas.

«Turchin argumenta que Estados Unidos vive una crisis de manual cuyos ingredientes, en otros momentos históricos análogos, han provocado una revolución»

Antes de seguir hay que aclarar que Peter Turchin es un científico riguroso que trabaja en un campo pluridisciplinar aún nuevo, pero cada vez más aceptado entre historiadores, sociólogos, economistas y demás científicos sociales. La cliodinámica (por Clío, musa de la historia) utiliza grandes repertorios de datos históricos (registros demográficos, financieros, todo tipo de documentos cuantificables, etc.) y los mete en modelos matemáticos con algoritmos y ecuaciones para predecir el comportamiento de las sociedades complejas. A su manera, son augures informados, que aciertan mejor cuanto mayor es la calidad y la cantidad de los datos que procesan.

No es este el lugar para exponer mis reparos al método, tan solo enunciaré uno: la mayoría de los datos históricos no son fiables. Los Estados solo recogen datos desde tiempos muy recientes (en España, por ejemplo, no hubo un censo hasta 1787, y todavía hay muchos países que no saben apenas nada de su población o de su economía porque no tienen funcionarios dedicados a recoger esa información o su procesamiento está en manos de personal corrupto e ineficiente: no creo que el Estado somalí lleve la cuenta de los nacimientos y defunciones de los somalíes, ni que Sudán del Sur conozca de verdad la magnitud de su PIB o su tasa de homicidios). Cuando trabajan con indicadores demográficos de la Europa medieval o de la China del imperio medio, no pueden compararlos con el rigor metodológico de las series custodiadas por el Instituto Nacional de Estadística o Eurostat. Sin embargo, Turchin hace afirmaciones tajantes del tipo «los ciudadanos de Estados Unidos eran los seres humanos más altos de finales del siglo XVIII», una verdad indemostrable porque los registros arqueológicos y documentales son, como poco, muy incompletos e imposibles de comparar con los datos sobre la estatura media de los estadounidenses del siglo XXI, que sí conocemos con precisión.

No merece la pena extenderse con estas objeciones, porque los científicos de la cliodinámica incluyen suficientes márgenes de error, prevenciones, peros y no obstantes. No presentan sus conclusiones como infalibles y piden que sus predicciones se tomen como herramientas para comprender el mundo e intervenir sobre él.

Y, aun así, qué miedo da todo.

«Según el científico, las sociedades complejas están sometidas a ciclos de unos doscientos años en los que se alternan períodos de estabilidad con períodos de turbulencia»

Dice Turchin que las sociedades complejas (es decir, las organizadas en Estados, desde Mesopotamia hasta hoy) están sometidas a ciclos de unos doscientos años en los que se alternan períodos de estabilidad con períodos de turbulencia que se suceden cada cincuenta o sesenta años. Estados Unidos y el mundo occidental ha entrado en uno de esos períodos turbulentos, y la experiencia histórica dice que pronto estallará de algún modo.

Resumiendo la complejidad en un cuadro sinóptico, Turchin divide las sociedades en tres elementos: el Estado, las élites que controlan ese Estado y el pueblo. Cuando las élites y el pueblo mantienen un acuerdo que beneficia a ambos, la paz está asegurada, pero ese equilibrio es siempre inestable, y lo es aún más en las sociedades abiertas, libres y democráticas, pues también sabemos que la paz de las autocracias es la de los cementerios y de las cárceles: no hay voces alborotadoras porque las han acallado, no porque no haya motivos para alborotar. En una democracia, la agitación se expresa, y con ella, empieza la juerga.

Ninguna sociedad puede mantener eternamente la estabilidad. Con el paso del tiempo, las tensiones van creciendo hasta reventar, y no hay un solo caso de Estado eterno y pacífico. Para Turchin, la explosión que rompe los países tiene dos ingredientes que suelen ir unidos: el empobrecimiento del pueblo y la sobreproducción de élites. Ambas cosas están sucediendo en Europa y en Estados Unidos ahora mismo. Pero no son igual de peligrosas. Históricamente, es mucho más incendiario un miembro de la élite cabreado que un pobre cabreado.

«Históricamente, es mucho más incendiario un miembro de la élite cabreado que un pobre cabreado»

¿Se han fijado en que casi todos los grandes revolucionarios eran también intelectuales? ¿Qué tenían en común Gandhi, Lenin, Mussolini, Mao, Robespierre o Bolívar? Que todos eran universitarios, tenían profesiones intelectuales (abogados, periodistas, maestros…) y conocían bien los mecanismos del poder y las sutilezas de la política porque estaban formados en ella y se habían educado para formar parte de la élite. La otra cosa que tenían en común fue el fracaso: sus vidas estaban orientadas hacia un horizonte que se reveló inalcanzable o cerrado. Sus ambiciones se vieron frustradas por un exceso de competencia. Sencillamente, la sociedad en la que crecieron producía demasiados aspirantes a la élite, y en la élite había muy pocos huecos y ya estaban ocupados. El camino revolucionario fue abriéndose paso en sus vidas como una alternativa de carrera profesional y como expresión de una frustración.

¿Recuerdan los lemas del 15M? Las plazas de España no se ocuparon por sans-culottes ni albañiles en paro por la crisis del sector de la construcción, sino por jóvenes titulados que se sentían engañados porque sus estudios académicos no les servían para nada. Se habían esforzado en ser los mejores, los más listos, y solo conseguían infraempleos y sueldos ridículos con los que no podían firmar una hipoteca. Aquello fue una revuelta de sobreproducción de élites: Europa había producido muchos más titulados universitarios de los que podía emplear, y el resultado era un excedente de aspirantes a la élite frustrados. Así empiezan las revoluciones.

«El Estado solo colapsa cuando se le revuelven los aspirantes a la élite convertidos en contraélites frustradas»

Dice Turchin que un Estado puede reprimir revueltas populares por hambrunas y miserias. Ha habido momentos en la historia en que los pobres se han alzado sin que los imperios se pusiesen en peligro. El Estado solo colapsa cuando se le revuelven los aspirantes a la élite convertidos en contraélites frustradas. Si eso se junta con el empobrecimiento de la población (pues son dos fenómenos que van unidos, no puedo explicarlo aquí, pero el libro lo cuenta muy bien), el rey solo puede esperar que caiga la hoja de la guillotina: no tiene salvación. Pero son esas contraélites quienes dirigen a las masas furiosas, que por sí mismas no canalizan políticamente su rabia porque no tienen la capacidad organizativa ni el conocimiento de un Robespierre o un Lenin.

La frustración de los jóvenes de izquierdas ha fracasado, dice Turchin, porque no han sabido organizarse. No ha salido un Mao de entre sus filas. Pero la situación en los frustrados de la derecha es bien distinta en Estados Unidos. Los revolucionarios (es decir, los que quieren demoler el orden establecido) ya han tomado el Partido Republicano, cuya organización usan para movilizar a las masas, que son los hombres blancos empobrecidos que forman el 64% de la población de Estados Unidos y acumulan un resentimiento creciente. Las contraélites tienen cabecillas, organización y una posibilidad de tomar el poder por las urnas este año. Pero el establishment también es poderoso y no se va a dejar pisotear sin lucha. Lo que llevamos vivido desde 2016 puede ser tan solo el prólogo de una guerra civil.

Es terrorífico porque suena convincente y razonable. Es muy difícil contraargumentar, por muchos peros que se le pongan a la calidad de los datos manejados. Ojalá nuestro papel como ciudadanos sea algo más lucido y más lúcido que tuitear este apocalipsis.