La temperatura media del planeta aumenta año tras año y esto tiene graves consecuencias a muchos niveles, aunque, en muchos casos, el empleo de un lenguaje científico provoca que nos cueste entender todo este entramado. En este artículo desgranamos conceptos básicos sobre la crisis medioambiental, sus causas y sus efectos.

La actividad cotidiana de las grandes empresas contribuye al cambio climático. El avión y muchos medios de transportes también. Y la tala de los bosques. Y, por supuesto, la agricultura y la ganadería intensivas. Escuchamos todos estos mensajes de manera cotidiana, pero en muchos casos no tenemos claro algo fundamental: ¿exactamente qué carajos es el cambio climático? ¿Cómo puede ser negativo el efecto invernadero, si tiene nombre de cultivo de plantas y estas son beneficiosas para todo?

Empecemos por los aspectos más básicos. Llamamos cambio climático al aumento de temperatura a largo plazo y a la variación de los patrones climatológicos. Según datos de la NASA, en 1880 la temperatura media del planeta era de -0,16 grados centígrados. Desde finales del siglo XIX hasta ahora la temperatura media de la Tierra ha aumentado 1,2 °C. Los últimos diez años han sido los más cálidos desde que se tienen registros y 2023 se lleva el récord. Y parece que seguirá subiendo.

La temperatura media de la Tierra ha aumentado 1,2 °C desde finales del siglo XIX hasta ahora

Las consecuencias de esta situación son muchas, aunque se pueden resumir en que el equilibrio de la naturaleza se altera y afecta a todos los niveles: cuando hace calor, hace mucho más calor; cuando llueve, lo hace de forma más torrencial; las sequías son más largas e intensas, el agua escasea en más regiones que antes, y un infinito etcétera. Temperaturas más altas provocan también que se produzcan más incendios incontrolados, con la muerte de la fauna y la flora que ello supone.

Se habla mucho también del aumento del nivel del mar, pero no sabemos qué quiere decir esto ni qué implicaciones tiene. Resulta que el océano absorbe la mayor parte del calor generado por el cambio climático y, al calentarse, su volumen aumenta, porque el agua se expande. Pero, además, el deshielo de las placas de hielo y los icebergs hace que se eleve el nivel del mar amenazando a las comunidades litorales. La desaparición de especies terrestres y oceánicas es otra consecuencia directa. «Si el cambio climático persiste, el 25% de las especies desaparecerá en las próximas décadas», afirma Isabel Sanmartín, bióloga del Real Jardín Botánico (RJB-CSIC). Esto es así porque hay especies que consiguen adaptarse a los cambios de temperaturas y a los desplazamientos forzados que emprenden en busca de la supervivencia, pero muchas otras no.

Desde hace años se vienen celebrando encuentros internacionales para intentar paliar esta situación. El más importante es la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático (COP, por sus siglas en inglés), que ha llevado a cabo su 28.ª edición recientemente en Dubái. La celebración de estas cumbres ha servido para firmar uno de los acuerdos clave (el Acuerdo de París, alcanzado en la COP de 2015): el compromiso conjunto para frenar el calentamiento global a 1,5 grados y reducir las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero un 43% hasta 2030 y un 60% hasta 2035. Y es precisamente aquí donde nos encontramos con la siguiente cuestión: ¿A qué llamamos gases de efecto invernadero? ¿Qué tienen que ver con el cambio climático?

Los GEI –abreviatura de estos gases–, son componentes gaseosos de la atmósfera que han mantenido el clima de la Tierra habitable durante siglos, pero desde hace un tiempo sus concentraciones se han descontrolado. Los gases absorben la energía solar y mantienen el calor cerca de la superficie del planeta, en lugar de dejarlo escapar al espacio. De ahí su denominación de «efecto invernadero».

Los niveles atmosféricos de dióxido de carbono (CO2), el gas de efecto invernadero más peligroso, son los más altos jamás registrados y siguen aumentando año tras año. La causa principal de este incremento alarmante procede de la actividad humana, en su mayoría de la quema desproporcionada de combustibles fósiles –fundamentalmente carbón, petróleo y gas–. Gran parte de la electricidad consumida en el mundo se sigue generando por la combustión de estos gases, aunque se va apostando poco a poco por fuentes de energía renovable, como la eólica o la solar, que apenas contaminan. Otro de los principales focos de CO2 proviene de la industria que fabrica hierro, cemento, productos electrónicos o textiles. Además, materiales como el plástico se componen de sustancias químicas derivadas de los combustibles fósiles. En esta línea, los transportes –con sus millones de desplazamientos diarios–, el derroche energético de los edificios y la industria alimentaria son otros tres pilares fundamentales de la acumulación de CO2.

El 1% de la población mundial más rica genera más emisiones de gases de efecto invernadero que el 50% más pobre

https://www.academia.edu/85627736/Que_es_la_agenda_2030_Perfil_Karin_Hiebaum

¿Se puede hacer algo al respecto? Evidentemente, sí. Aunque nuestro poder sobre las decisiones empresariales es limitado, nuestra mayor o menor demanda de energía, agua o combustibles fósiles contribuirá a una mayor o menor emisión de gases y degradación de los recursos. Es decir, nuestro consumo influye, pero aún influye más el estilo de vida: el 1% de la población mundial más rica genera más emisiones de gases de efecto invernadero que el 50% más pobre. No hay duda de que, en la responsabilidad compartida entre toda la humanidad, está la respuesta a cómo queremos vivir en las próximas décadas y qué mundo queremos dejar a las futuras generaciones.


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