En caso de que el presidente Milei maximizara todo lo que ha acontecido en los dos últimos meses, podría dar muestras de aprendizaje profundo y acelerado

La Argentina parece estar en una nueva y dramática encrucijada. Ya tuvimos muchas en nuestra historia, pero en esta ocasión cuesta encontrar dignas respuestas a los problemas que atravesamos. Es tal la enormidad y la deformidad de lo que hay que resolver, por lo que no resulta extraño, entonces, que ello sea así. Como es obvio, y ya se ha dicho hasta el cansancio, el gobierno anterior es en gran responsable de la dolorosa situación en la que estamos, atravesada por una historia de fracasos y sinsabores espeluznantes que provienen de las últimas décadas. Este argumento histórico es usado por el gobierno actual en la búsqueda de vía libre para hacer cualquier cosa, como si fuera un adolescente que cumple 18 años y ahora se siente libre. No obstante, aquella etapa de la vida también es la del encono contra los mayores, la edad de la inexperiencia, en la que uno se encuentra en una fiesta constante, si sus condiciones materiales de existencia se lo permiten. Y también es la edad en la que comienza a aprenderse por las enseñanzas de la dura realidad que no todo es una fiesta.

El gobierno actual de Javier Milei pareciera estar en ese momento de la vida. Todavía no habría tomado noción de que, a esta altura de las circunstancias, ya no resulta pertinente buscar los responsables, tiene que gobernar y asumir la realidad. En síntesis, tiene que  aprender a los ponchazos y terminar con la fiesta. Si maximizara todo lo que ha acontecido en los dos últimos meses, dará muestras de aprendizaje profundo y acelerado. Quiero resaltar lo anterior por el hecho de que el gobierno no pareciera estar logrando aquello que dijo haberse propuesto como estrategia normativa. Por un lado, el mega DNU lanzado a los pocos días de haber tomado las riendas del Estado, se encuentra en su mayor parte judicializado y, según marchan las cosas, todavía podría judicializarse más. Por otro lado, el enorme y diverso proyecto de ley “ómnibus”, finalmente, fue rechazado en el Congreso. En este contexto, uno puede preguntarse, como han hecho varios analistas por estos días, sobre cuáles son las pretensiones políticas reales del gobierno. En efecto, podría suponerse que una táctica que está utilizando es la de echarle la culpa de sus fracasos a otros, escracharlos por las redes sociales -como efectivamente sucedió- y decirle a sus votantes que “la casta” no lo dejaría gobernar porque estaría resguardando sus privilegios.

No obstante, en medio de todo este berenjenal se encuentra el pueblo. Cabe aclarar que cuando utilizo este concepto me apoyo en el uso, tal vez demodé, que el mismo tuvo en el siglo XIX y que quedó significado en la Constitución Nacional, entre otras producciones políticas y colectivas. De modo que si tomamos en cuenta al pueblo, si hay algo que el gobierno sí puso en ejecución fueron sus medidas económicas a los pocos días de haber asumido y que ello, en efecto, está teniendo efectos devastadores en las condiciones materiales de existencia de la gran mayoría de la población. Ahora bien, más allá de cuál haya sido la estrategia normativa del gobierno, es decir si es correcto suponer que pretendió mostrar con ella que “la casta” no le permite gobernar, uno no puede dejar de preguntarse a qué tipo de personalidad se le ocurre tener en vilo a un país y a cientos de legisladores dispuestos a dialogar y negociar, cuando la crisis económica no hace más que acrecentarse desde el 10 de diciembre de 2023.

Acá es donde pueden ponerse en valor las palabras que expresó uno de los más experimentados legisladores argentinos Miguel Angel Pichetto, cuando -la semana pasada- en medio del show de las sesiones de la Cámara de Diputados, dijo: “No aplaudan nada, viejo; dejen de aplaudir; no sean pelotudos, parece que están en una fiesta”. Sus palabras podrían ser consideradas aleccionadoras, por dos razones. Primero, intentó decirles -según me permito pensar-  a los legisladores de la LLA que la crisis es tal que los políticos no pueden permitirse festejar cuando el pueblo ve con agobio el patético espectáculo brindado.  Segundo, esas palabras las dijo luego de que la diputada del FIT, Romina Del Plá, pidiera la interrupción de la sesión por la represión que estaba teniendo lugar en las afueras del recinto, pedido que dio pie a que el diputado de UP, Germán Martínez, solicitara el paso un cuarto intermedio. Ambos pedidos fueron rechazados.

El segundo aspecto mencionado, entonces, resulta aleccionador porque los diputados de la LLA, según manifestaron en aquel entonces un tanto ya lejano, estaban interesados en que las negociaciones y el diálogo siguieran su curso. Sin embargo, el martes 6 de febrero, día en que, por decirlo en criollo, quedó enterrado el proyecto de ley “ómnibus”, esos mismos diputados cerraron festivamente la negociación y el diálogo político una vez que ya no aceptaron los límites que se les estaba poniendo. Allí fue cuando el miembro informante del gobierno, el diputado Oscar Zago, solicitó él mismo que el proyecto retorne casi a foja cero con la vuelta a su discusión en las comisiones. Aunque surge una cuestión crucial, sin embargo, ¿ello fue producto del aprendizaje o un objetivo buscado desde el principio?


Concluyendo, uno podría contar los días de fiesta en los que este último mes y medio estuvo parte de la política, según lo expresara impúdicamente Migue Angel Pichetto, mientras gran parte de los ciudadanos de a pie ven que su nivel de vida entra en un desequilibrio del cual no saben cómo salir y se preguntan -hasta ahora en silencio-qué más van a tener que ajustar. De modo que si bien lo anterior no amerita a que se festeje nada, como parecen haber hecho opositores y varios analistas, peor aún es festejar cuando el gobierno actual -sea por la razón que sea- se ha quedado, de hecho, sin los instrumentos que supuestamente buscó. No hay nada que festejar porque lo que ahora podría abrirse es una etapa en la que un gobierno inexperimentado, y del que habría que preguntarse si ya cumplió la mayoría de edad, tiene que seguir gobernando. Y nada parece augurar que lo hará mediante la negociación y el diálogo, sustentándose en que, según su propia perspectiva e interés, parte de su electorado le está pidiendo que le dé la espalda al Congreso y gobierne con pugno di ferro.